El PP y el ruido de sables

VienenRojosA la amenaza velada, a la coacción discreta, al subrepticio chantaje y a la sigilosa intimidación, cuando se ejercen sobre el estado y la convivencia, se les llama ruido de sables. Es el recoveco donde se emboscan quienes no aceptan la democracia, quienes nunca creyeron en ella. El Partido Popular, apretando el cuello de España con psicótico afán, no admite que las gargantas busquen un hálito de aire, de vida, y se aparten de sus garras. Tras la adversidad electoral, el ruido de sables es su discurso.

La tradición española es rica en ruido de sables, en asonadas cuarteleras, golpes de estado o infundios orquestados para amedrentar al pueblo y ensalzar, por ejemplo, oprobiosas restauraciones. El PP no acepta su derrota porque la gestión y el despojo de lo público es la labor mejor retribuida, indemnizada y jubilada de España y no es fácil renunciar a ella. Toda derrota genera miedo cuando hay algo que temer y ese miedo acciona trituradoras de papel, formatea discos duros y pone los sables a dialogar, en estado de barahúnda social.

El idilio de la derecha española con los sables se remonta al golpe de estado del general Franco, golpe que no ha sido condenado por el ¿democrático? partido que gobierna. La Ley Mordaza, la protección de imputados (ahora “investigados”) o la prohibición de informar gráficamente al pueblo sobre dañinos delincuentes, son pequeños sablazos a la democracia del mismo PP que, en boca de sus líderes y cargos públicos destacados, ha empuñado la batuta para dirigir una sinfonía de sables como dios manda, como sólo ellos y ellas saben hacerlo.

El Partido Popular es hoy el partido más radical de España, una mafia predadora que amenaza con colocar zapatos de hormigón al país si no se cumplen sus caprichos. La reacción del espantajo Aguirre, de los portavoces, de los voceros y de la mismísima Vicepresidenta del Gobierno sigue el modelo del hampa haciendo correr la voz por todos sus medios en todos los barrios. «¡Que vienen los soviets y las huestes bolivarianas!» es el penoso y rancio grito que corean a las puertas de los cuarteles para remover a los acuartelados.

Por ahora, han sacado a cuatro fantoches borrachos de nostalgia con sus banderitas rojigualdas para rechazar las urnas y golpear a la prensa, culpable, según Rajoy, de lo que el pueblo ha votado. Han convertido un partido de fútbol, la válvula de escape social por excelencia, en un asunto de estado. Y a diario contemporizan con fanáticos como Losantos, Inda, Tertsch, Herrera o Marhuenda, que arengan miedo, odio y venganza como preludio a una partitura para sables y cornetas.

El radicalismo de extrema derecha, como las lagartijas, agita las colas que les han sido amputadas en los comicios para distraer la atención del enemigo. Ya no le vale, como a las serpientes, volver a cambiar de camisa pues todas las de su escueto armario son de color azul en distintas tonalidades. El daño a la ciudadanía española puede multiplicarse si consiguen su objetivo de amedrentar al desubicado PSOE para permanecer en el poder. Precisamente el PSOE justificó su giro hacia posiciones liberales moderadas con el ruido de sables que contrarrestaba la banda sonora de la libertad y la justicia durante la transición.

España es un extraño país donde la extrema derecha radical se ha hecho con el gobierno y azota con el látigo de la pobreza y la desigualdad a muchos de quienes la votan. Un país extravagante donde un partido socialista y republicano es sostén principal de un obsoleto régimen monárquico. Un grotesco país cuyo rey se desplaza a la vecina república para rendir homenaje a sus propios muertos republicanos, cosa imposible en las fosas y cunetas que laceran su reino. Un país estrafalario donde la salida de la cárcel de un torero homicida y una defraudadora tonadillera abren los telediarios mientras de fondo se escucha un pasodoble de ruido de sables.

Aborto forzado

GallardonAbortado

Que un ministro dimita no debiera ser noticia, sino algo habitual en una democracia normalizada. Pero la democracia en España es un interrogante parlamentario difícil de encajar en un gobierno (κρατία) del pueblo (δημο) y para el pueblo. El gobierno, desde la llegada del Partido Popular, es una anormalidad, una malformación equidistante entre el autoritarismo y la dictadura, una secuela histórica de un franquismo redivivo con tics medievales.

La malformación del gobierno es genética y afecta letalmente a la madre, a la democracia, poniendo en riesgo su vida y la de todos sus hijos, los ciudadanos y ciudadanas. En las últimas elecciones generales millones de votantes repudiaron a Zapatero y se arrojaron, infelices, a los brazos de un nada atractivo Rajoy para vengarse del primero. El resultado, lo seguimos sufriendo, es un embarazo múltiple de embriones que carcomen las entrañas del estado.

Uno de esos fetos necrosados y malolientes ha sido abortado: Gallardón se va, dimite, se retira, abandona el pesebre público (al menos, eso ha dicho, pero conviene la prudencia). Traicionado, sacrificado por un puñado de votos, herida su estima, apuñalado su ego, emigra como un político castrado de presente y futuro, igual que la juventud española. Ojalá desaparezca de la amarga realidad social de este país.

El verso libre del PP, el conservador progre, el “hijoputa” según Aguirre, el hijo y yerno del franquismo, el hipotecador de Madrid, la pareja de baile de José Bono, se ha despeñado por un túnel de Madrid que él no ha perforado. Sale del gobierno y del partido con resignación cristiana, mordiendo el polvo y la lengua, con el cordón umbilical entre las piernas. Sus incondicionales y su director espiritual rezan por él, por quien tanto ha rezado.

Mientras Alberto se lame las heridas en las esquinas de la soledad, su exjefe le ha dado esquinazo en la dictadura comunista china (amparada por su propia Injusticia Universal). Los liberales, llenos de pliegues morales y éticos, machacan a Venezuela o a Cuba mientras hacen romerías y peregrinaciones, las que haga falta, al paraíso de las libertades y el trabajo decente. Primero Cospedal y ahora Rajoy toman nota de cómo ha de ser la competitividad española.

No está clara la relación entre la retirada de la Ley del Aborto y el retiro de Rouco Varela. El matrimonio PP-CEE ha sido el más fecundo de la legislatura. Del polígamo concubinato de monseñor con más de medio gobierno nacieron una educación a su medida o el latrocinio de las inmatriculaciones. El aborto de la Ley Gallardón ha dejado al gobierno al borde del divorcio de sus más radicales y retrógrados votantes cuando más representantes tiene la Iglesia en el Consejo de Ministros. Como postula Aguirre, están en manos de la providencia.

Si el PP presiente una caída electoral y teme el fruto surgido del vientre de la calle, haría bien en incorporar a sus listas a personajes de un PSOE que parece haber entrado en la menopausia ideológica y se muestra incapaz de engendrar ilusiones. A muchos de ellos les haría ilusión para salir de la embarazosa situación que vive el bipartidismo. Gallardón se ha ido, pero España sigue embarazada de fetos nada democráticos.

La España bolivariana de Rajoy

elPerich

Jugar con el lenguaje es peligroso y utilizarlo como arma puede ser contraproducente. En España, el Partido Popular habla de dictadura con preocupante ligereza y hasta se permite desligar al franquismo de su siniestro significado. A nada que alguien se muestra contrario a su pensamiento, proceden a la yerra y le aplican la palabra “dictadura” con verbo incandescente, a ser posible en la frente. Para el PP, medio país es ETA y el otro medio bolivariano.

Los fantasmas de la dictadura y el terrorismo son sus cebos preferidos para sacar del pantano político y social a cualquier especie que perturbe el ecosistema de carroñeras gaviotas y puños con agostadas rosas. Como en una dictadura, han sacralizado el pensamiento neoliberal y presentan como enemigo del régimen todo disenso, duda, o discrepancia. Floriano, Santamaría o Aguirre producen dentera intelectual al pronunciar la palabra porque suena a ellos mismos.

En la España bolivariana de Rajoy, se ha subrogado el interés general al particular de las élites dominantes. Parte del pueblo pasa hambre, aun disponiendo de trabajo, porque la mafia energética, la del ladrillo y la bancaria, extraen de su bolsillo más dinero del que la patronal está dispuesta a pagar por un trabajo. La diferencia con Cuba o Venezuela es que allí las tiendas están vacías, no como aquí, que se pasa hambre estando llenas. Una dictadura es, para ellos, un escaparate vacío.

En la España bolivariana de Rajoy, un militar accede a la jefatura del estado sin consultar al pueblo, por vía consanguínea, recibiéndola de su militar padre que la heredó de un sanguinario general. La notable diferencia con la dictadura cubana es que Castro derrocó al dictador Batista con el apoyo del pueblo y Franco aniquiló la democracia republicana con el apoyo de las élites que aún exprimen a España. Una dictadura es, para ellos, un barbado militar sin cetro ni corona.

En la España bolivariana, el gobierno ha secuestrado los medios de comunicación públicos por decreto, se censuran simples y jocosas viñetas (El Jueves) o no se publican (Huffingnton Post). La televisión bolivariana española es un duopolio en manos amigas del poder y en prensa y radio el libro de estilo lo escriben los grandes anunciantes con silencio y manipulación a la medida justa de sus intereses. Una dictadura es, para ellos, la voz de su amo si no es liberal.

La España bolivariana reprime con dureza la disidencia, la exhibición de símbolos estigmatizados y encarcela a manifestantes y sindicalistas. Su bolivariano ministro del interior persigue policial y judicialmente a desafectos en las redes sociales. La policía bolivariana española hace muescas en las escopetas, por cada ojo vaciado y testículo reventado, y en las porras, por cada brecha abierta, por cada cuerpo golpeado. Una dictadura es, para ellos, un estado policial sin dios que lo mande.

La España bolivariana no aparece, como Venezuela, en los informes de la ONU entre los países que más han reducido la pobreza y la desigualdad y tampoco, como Cuba, está libre de desnutrición infantil según ha certificado Unicef. La España bolivariana es el país de la OCDE donde más ha aumentado la desigualdad social y 2.306.000 niños padecen pobreza y malnutrición. Una dictadura es, para ellos, negar a la infancia hambrienta la ilusión de un McDonald’s.

La España del Partido Bolivariano Popular empeorará a nada que la condesa lideresa se haga con el poder. Ella condena las dictaduras que tan bien conoce por comerciar con ellas su bolivariano partido.

 

Wert: el toro que no cesa

lomce

El señor ministro de educación siente que tiene cuernos, dos orejas y un rabo, amén de cuatro patas de las que se sirve, además de para caminar, para hacer algo parecido a pensar. No lo dice una servidora, sino que lo dejó caer él mismo en la recepción celebrada en el senado para conmemorar el 34 aniversario de una Constitución que su partido está corneando en la femoral de los derechos ciudadanos: “Soy como el toro bravo que se crece con el castigo”. Está crecido, sí, de astas que le dan un aspecto demoniaco a su ya siniestra figura.

Los destrozos causados por el ministro astado son para trasladar el sistema educativo directamente a la UCI de un hospital público, si quedara alguno tras la faena de los monosabios del ministerio de sanidad. El almacenamiento de alumnado en las aulas y las carencias de docentes en colegios e institutos se ha podido comprobar en el inicio de un curso con 80.000 alumnos más y 20.000 docentes menos. A pesar de todo, está satisfecho el ministro porque aún queda espacio libre en los pasillos de los centros ante eventuales complicaciones.

El ministro ha decidido dejar sin ayudas para material didáctico a casi 600.000 familias y a otras 25.000 ya las dejó sin beca el año pasado porque el ministro considera que les sobra el dinero. Para Wert, la cuestión es bien simple y no tiene nada que ver con los recortes ¿para que necesita un repartidor de bollería la licenciatura de empresariales? Capricho, estudiar es un capricho y los empresarios de este país, entre las cornadas de Wert y las de Báñez, están contentos, atendidos y bien servidos con lo que hay. No hacen falta más estudiantes, a no ser que los solicite Merkel.

Se crece el ministro con las protestas y no duda en colocarse la montera, atarse los machos y convertirse en torero por un día para incitar a la marea verde a hacerle una protesta como la chilena o la mejicana, como Dios manda. Con dos cojones” le ha faltado decir, que no pensar, seguramente con la testuz puesta en los subalternos Fernández Díaz y Cifuentes que saben cómo cornear con saña a la ciudadanía brava y rebelde. Si se radicalizaran las protestas, no faltarían Aguirre, Cospedal o cualquiera de la cuadrilla para señalar a los manifestantes como comunistas radicales y tal vez Gallardón señalaría a la República como culpable de todos los males de España.

Hoy se ha despachado el cuadrúpedo de educación afinando que la protesta anunciada para el 24 de octubre es política. Un cerebro bovino no da para mucho más. Ideológica, que no política, es su reforma, sus recortes y su concepto de la educación, pura ideología nacional catolicista de la prestigiosa ganadería franquista que pasa por una etapa de sobreproducción. Catecismo evaluable, Educación del Espíritu Nacional como materia transversal y, por supuesto, los niños con los niños y las niñas con las niñas, de la castidad y la abstiencia al cielo.

Es preocupante la fijación tan extrema que muestra Wert, ministro de Educación, Cultura y Deporte, hacia los toros. En plena crisis, en pleno desmantelamiento de la educación y de la sanidad públicas, en pleno ocaso inducido de la RTVE, no son pocos los ayuntamientos y diputaciones gobernadas por el PP que hacen un esfuerzo sobrehumano para subvencionar museos o celebrar eventos taurinos. Se han gastado un dineral para televisar una corrida los mismos que no encuentran dinero para adquirir los derechos de retransmsión de la última final de tenis ganada por Nadal, por ejemplo.

Wert es el digno sucesor del toro de Osborne en los paisajes patrios y su silueta merece ser estampada en banderas rojigualdas para que los cachorros de las Nuevas Generaciones las enarbolen en lugar de las franquistas. Los saludos e himnos son más difíciles de sustituir, aunque este sucesor de José María Pemán al frente de la educación española es capaz de crear una letra para el himno y, si se tercia, depurar al profesorado español. No le demos ideas.

Madrid, cuestión de botellas

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Madrid, ciudad cosmopolita, arrastra un histórico problema de botella cuando esta palabra se utiliza para nombrar a quien ocupa un relevante puesto de mando. Fue entre 1808 y 1813 cuando José Bonaparte, Pepe Botella para el pueblo, ejerció desde la capital como Rey de España con el parentesco fraternal cómo mérito suficiente. Napoleón consideró que gobernar España era una tarea desempeñable por cualquiera que fuese respaldado por su infantería y sus cañones y, sin mayor problema ni escrúpulo, nombró rey a su hermano.

Dado que la historia se repite cuando es cubierta por el polvo del olvido, dos siglos después el Ayuntamiento de la capital reincide en la jugada con la cobertura de la infantería y los cañones de un partido que considera suficiente mérito, para gobernar los dominios del oso y el madroño, ser la esposa del expresidente Aznar. Desde su acceso a la alcaldía, doña Ana Botella, cruel apellido para Madrid, ha dado sobradas muestras de que Napoleón llevaba parte de razón: en Madrid puede gobernar cualquiera.

Gallardón le dejó hecho el trabajo sucio al colocar a Madrid, con 6.450 millones de euros, como el ayuntamiento más endeudado de España en términos absolutos y, de paso, Esperanza Aguirre se ha deshecho del hijoputa, según sus palabras, en el ecosistema madrileño. Botella y Aguirre, Aznar y Esperanza a decir verdad, le han hecho la cama a Rajoy con la ascensión de Ana y éste, que bebe y deja beber, no percibe que su cabeza pende de un voto olímpico.

Ana Botella estrenó alcaldía demostrando que las medidas del sillón consistorial excedían ampliamente las de su anatomía política. Lejos queda el debate en el que se refiró al gobierno de Andalucía como tripartito de dos partidos, en el que dejó claro que el credo de su partido se asienta en Grecia, Roma, el cristianismo y Europa, el mismo en el que sentenció que “las comunidades autónomas tienen parte de ciertos tributos… de ciertos tributos concretos y el Ayuntamiento tiene un 30% que no está es de una bolsa, 31%, viene del Estado al Ayuntamiento”. Tiempos de leyenda en los que doña Ana acudía a la peluquería en coche oficial.

Como persona mundana, escasa de méritos, Ana Botella rechaza la traducción simultánea durante una rueda de prensa para vender Madrid y la Marca España a los especuladores del deporte. No problem: el paro en España alcanza el 90% de las infraestructuras deportivas realizadas, el 80% de las instalaciones acabadas. Este y otros ridículos no son consecuencia del sistema educativo, como asegura Wert, sino de un sistema político que permite que personajes de este nivel sean quienes manejan a capricho la escuela y la sanidad públicas desde concejalías, consejerías o ministerios.

Madrid padece un maleficio que atrae a la corte a regidores conocidos por el apellido o el apodo Botella, antaño Pepe, hogaño Ana. Más que atribuirlo a la mala suerte, hay que preguntarse por las circunstancias conductuales que concurren en el pueblo de Madrid para que este hecho se repita sin que afloren los espíritus del motín de Esquilache, del 2 de mayo o del No pasarán. Madrid siempre ha destacado como epicentro de la rebeldía popular ante políticas caprichosas y también como objetivo de las represiones más descarnadas y duras sufridas por su pueblo. Así sigue hoy.

Doña Botella, después de congregar a la flor y nata de la corrupción en los esponsales de su hija, hoy se extasia viendo a su hijo administrar el negocio de la vivienda de Bankia que su esposo tuvo a bien burbujear cuando decretó que España era tierra de construcción masiva. Ana es feliz, dichosa, bienaventurada, se siente en una nube cuando ve que su país ha pasado a ser un negocio de familia: Patrimonio Aznar-Botella. Las urnas de Madrid parecen tener cuello de botella.