Lo que trinca el israelita ningún muerto se lo quita

Le dijo Dios al pueblo de Israel:
“Aquí tenéis la Tierra Prometida
y os doy también carné de genocida
para despedazar niños con él.”

“Como es tierra que mana leche y miel,
matad a todo aquel que allí resida
y, sobre todo, no dejéis con vida
ni viejo, ni gachí, ni churumbel.”

Así, el amalecita y filisteo,
sufrieron con el sino palestino,
ayer degollación, hoy bombardeo,

sin pizca de reproche al asesino;
pues masacrar infantes no está feo
cuando es mandato celestial divino. (*)

(*) 1 Samuel 15: 2-3 y Deuteronomio 2:34; 3:6; 20:16-18

Padadú El Bardo. mayo 2024

Poesía

Hay días que se recuerdan toda la vida y días que se olvidan antes de que amanezca. La partida estaba a la mitad, como anunció el tercer “cu–cu” en el reloj suizo sin que asomara el pájaro. Alfonso y Ángel ganaban de tres puntos y las paredes de Casa Manolo recitaban la poesía de un colega de Miguel. La guerra eres tú, se titulaba la modesta exposición de poemas ilustrados, inaugurada hacía tres semanas, que daba que hablar en el barrio y en las redes sociales tras ser anunciada en un par de emisoras alternativas y haber sido objeto de un reportaje por una televisión local. Acudían gentes de todo tipo a verla. Un éxito.

A Manolo le impresionó el dibujo cenital de un niño mirando al cielo, mientras la sombra de una bomba se proyecta sobre medio rostro y parte del cuerpo, y la primera estrofa del folio: No te preocupes, hijo, / no tengas miedo, / no temas a las bombas / que caen del cielo. Fechada el 25 de febrero de 2022, recién iniciada la guerra de Ucrania, la composición era perfectamente válida para el genocidio de Gaza y para cualquier guerra moderna, olvidada o no, de las que componen la espina dorsal de la negra historia de la humanidad.

Un cierre prematuro a blancas de Antonio supuso la remontada dos puntos arriba. Alfonso prefería otro montaje: un listado de guerras activas en el mundo, y los muertos en cada una, sobre una ciudad ardiendo durante un bombardeo nocturno se completaba con la estrofa El mundo gotea muertos, / la civilización se desangra / en más de cincuenta conflictos, / por más de cincuenta llagas. “Desde que tengo uso de razón, recuerdo guerras, una tras otra, y va ya para ochenta años —dijo el abuelete apurando el descafeinado enfriado”.

En ese momento, el “cu–cu” anunció las seis. Entraron dos chavales y una chavala. Cogote de punta, Converses, sudadera y pantalones “cagados” ellos, media ferretería en orejas, cejas, nariz y lengua ella y las partes visibles de sus cuerpos hechas un tebeo de tatuajes. Del móvil de la chica salía machacón ruido de reguetón. Pidieron tres Red Bull y no había, tres Monster que tampoco y acabaron con un Aquarius dirigiéndose hacia las paredes para ver la exposición sin decir más nada. Antonio preguntó en voz queda mientras movía las fichas si la segunda canción del móvil era la primera repetida o la misma todavía.

Miguel, a la vez que los atendía, vislumbró un brillo metálico entre la camiseta y el pantalón de ella que le pareció un pirsin umbilical, pero lo descartó por el sospechoso bulto que se insinuaba bajo la tela. A partir de ese momento, inquieto, no los perdió de vista hasta que sucedió. “¡¡Vaya mierda!! —gritó el que parecía mayor en plan provocación— ¡¡¿Esta mierda es poesía?!!”. Ella arrancó un poema de la pared con furia, levantó la mano y lo arrugó hasta reducirlo a una bola deforme de papel en el suelo. El otro no paraba de reír.

La partida se dio por acabada y los jugadores permanecieron quietos, expectantes, sin decir ni hacer nada. Miguel había desaparecido de la barra. Los tres se dedicaron a arrancar y a destrozar los poemas mientras buscaban inútilmente alguna reacción en la mesa de dominó. Cuarenta minutos de tensión duró la escena hasta que entraron tres policías con los antibalas puestos y las pistolas en la mano. “¡¡Alto!! —gritó uno”. Los niñatos pusieron las manos entrelazadas sobre la cabeza con movimientos que parecían ensayados.

Miguel había llamado al 112 desde la cocina denunciando un asalto al bar. En el cacheo, les intervinieron coca, una pistola y un puño americano. Estaban fichados, eran miembros de Hogar Social, con esvásticas tatuadas y odio en la mirada. Alfonso sufrió una crisis de ansiedad y Ángel lo acompañó a casa tras despedirse: “Dos no pelean si uno no quiere”.

Eurovisión

El viaje de 465 km en BlaBlaCar saldría a las siete de la tarde, pero el conductor accedió a recoger al cantante en Casa Manolo, así que se suspendió la partida de dominó para que el concierto del Impresenteibols empezara a las cinco, marcadas por el “cu–cu” del reloj traído de Suiza. Esa tarde actuaría Javier, al que Miguel conoció en la acampada del 15M de Granada. En sólo dos días, y a pesar de que el artista y el grupo no eran conocidos fuera del reino nazarí, entre WhatsApp y las redes sociales consiguieron que hubiera casi lleno.

Manolo y Antonio llegaron a la una con la megafonía del sindicato, suficiente para ofrecer buen sonido sin molestar al vecindario. Ante la curiosidad de Antonio por el personaje, Miguel contó lo que sabía de él y puso su canal de YouTube en la tele de 50 pulgadas para oír sus canciones. Comieron con Miguel y masticaron recuerdos de Krahe, La Mandrágora y la canción protesta de los 70 y los 80. Para las cuatro, apareció Ángel con un cabreo de mil demonios buscando su café intenso y dulce. “¿Habéis visto lo de Eurovisión? —inició la tertulia sin dominó”. “Por salud mental, no veo ningún programa cutre —respondió Manolo— ¿Se ha retirado al fin Nebulossa?”. Antonio señaló en la tele lo que escucharían en un rato.

“Lo de siempre. Han censurado a un cantante sueco por lucir una kufiya alegando que son apolíticos. ¡¡Apolíticos, dicen sin que se les caiga la cara de vergüenza!! —la indignación le estaba agriando el café— ¡Y lo peor es la actitud de Suecia!”. Era evidente el sectarismo de Eurovisión como fiel reflejo político de Europa. Antonio dijo haber leído que Israel presentó una canción sobre el ataque de Hamás y las víctimas israelíes, pero que la habían cambiado por otra. “¿Y te extraña eso?, ya apartaron a Rusia —dijo desganado Manolo”.

Era desmoralizadora la desfachatez del bodrio donde España la cagó con temas infumables en las últimas ediciones y les parecía “normal” en este tiempo prefascista donde la libertad de expresión y de pensamiento son dos víctimas más del genocidio de Israel en Gaza. “Ya estáis viendo los tres mil arrestos en las universidades yanquis, la censura en las redes sociales, a la impresentable Ayuso pidiendo que saquen la política de la Universidad… —se embaló Antonio”. “Suecia ya no es lo que era —exclamó Miguel retirando los platos vacíos”.

“Además, no entiendo qué coño pintan los israelitas de los cojones jugando al fútbol y al baloncesto en las competiciones europeas —se quejó Manolo”. “Dinero, Manolo, dinero… De siempre, los judíos lo compran casi todo —intentó calmarlo Antonio”. Comenzó la entrada de clientes que iban tomando posiciones en la barra y las mesas. “A mí, lo que más me flipa es el rap de Ucrania dedicado, según las cantantes, a las “mujeres abnegadas” en nombre de la virgen María y de Teresa de Calcuta —se despidió Miguel para atender”.

Javier llegó, con la hora pegada al culo y kufiya al cuello, diez minutos después de las cinco, saludó rápidamente a Miguel, fue presentado a los del dominó, se colgó la guitarra y probó el micro: “¿Me se oye? ¡Joder, sí que me se oye!”. Las primeras risas fueron cortadas por el sonido del kazoo que logró un silencio roto de nuevo por la dedicatoria del concierto: “…a los miles de gazatíes víctimas del genocido que está perpetrando Israel en Palestina con el criminal de guerra Netanyahu al frente”. Aplausos, vítores y dos kufiyas ondeadas.

De nuevo el silencio: “Pero, vamos al lío, que salgo pitando a las siete —un rasgueo de guitarra—. Voy a empezar con el tema ‘Estoy breva’, versión del clásico ‘Stormy Weather’, dedicado a la noche pasada en la que no he ligado nada que no sea media cogorza”. Así estuvo hasta las seis y pico. Los CDs que vendió le alcanzaron para pagarse el BlaBlaCar.

Mirones

A las seis y media en punto, el reloj suizo de Casa Manolo emitió los dos “cu–cu” que pusieron punto final a la partida de dominó con un insólito empate a 43 entre Antonio y Manolo y una pareja de discretos clientes que, mientras ayudaban a guardar las fichas, dijeron disfrutar más como mirones libre oyentes que como jugadores. Alfonso y Ángel, así se presentaron, pasaban desapercibidos cuando se dejaban caer por allí.

Miguel, camarero cabal, sabía algo más sobre ambos personajes porque en alguna ocasión captó detalles al vuelo, insignificantes para otros, intercambiando palabras con ellos o escuchando lo que hablaban con eventuales acompañantes. Para el resto de la clientela, incluidos el suegro y el amigo Antonio, eran sólo un octogenario y un jubileta reciente que tomaban descafeinado y café intenso dulce en una esquina de la barra o una mesa, a veces juntos y a veces, cuando los acompañaban otras personas, separados, siempre sonrientes a los comentarios que les llegaban desde la mesa donde se jugaba al dominó.

Una tarde lejana, Miguel observó que Alfonso llevaba el pantalón desgarrado a la altura de la canilla. “¿Qué le ha pasado ahí? —señaló y preguntó tras atender el pedido”. “¿Eso? —sonrió jocoso el cliente—. Las mordeduras de Perrito Faldero y de don Francisco Torra Gil, fachas baldragas de guardia en un periódico digital de pueblo”. A partir de esa metáfora, Miguel se enteró de que el abuelete publicaba artículos en el digital y de que algunos comentaristas, mirones mediáticos, no admitían críticas al alcalde Urelio ni al presidente Bonilla, ambos del PP, ni denuncias de los excesos y las corrupciones de la derecha.

De Ángel, Miguel pudo comprobar seducido, desde que se fijó en él como cliente “peculiar”, su capacidad analítica, su ponderado uso del lenguaje y su posicionamiento social y político en la misma trinchera que Casa Manolo. En cierta ocasión, sin recordar a santo de qué vino la charla, supo que Ángel también publicaba esporádicos artículos, en InfoLibre, y que solía comentar los publicados por otros socios y socias del digital. Miguel se interesó y pudo comprobar que tocaba todos los palos, con un enfoque progresista, en varios artículos que consiguió localizar y leer gracias a su condición de socio del periódico.

Con estos mimbres, se armó aquella tarde la tertulia, en la barra a petición de Miguel para participar más activamente en ella, dado que el aforo se reducía al propio camarero, a los cuatro jugadores y a un par de “mirones libre oyentes». Antonio propuso como punto de partida la perífrasis usada por Ángel para definir a los espectadores de las partidas a los que Manolo llamaba moscones o moscardones según el día y el carácter de los mismos.

“Son como los comentaristas de noticias en los periódicos: unos comentan la noticia y otros se dedican a atacar a quien comenta —llevó Alfonso el tema a su terreno”. “Yo conozco a dos que cobran de Vox por sembrar odio en los periódicos y en las redes sociales con pseudónimos y perfiles falsos —puntualizó uno de los mirones”. “De todo hay —añadió Miguel— yo también sé de algunos que lo hacen por militancia”. Había unanimidad.

Ángel permaneció en silencio un rato y, al llegar el turno de los bulos y las noticias falsas, habló: “Nada nuevo bajo el sol. España tiene una larga tradición adoctrinando mirones. Queipo de Llano, Millán–Astray, Fraga o MÁR no tienen nada que envidiar a Goebbels y “El Cogorzas”, alumno aventajado de Steve Bannon, marca la línea a seguir por los Hernando, Floriano, Gamarra, Cayetana, Feijóo, Tellado, Ayuso o Abascal, acatando las directrices marcadas desde la FAES por Aznar y que reproducen a coro los medios afines”.

Manifestación

Llevaba un peluco hiperbólico con correa metálica y una llamativa capa de barniz dorado. Hacía juego con la esclava, de eslabones tallados y “Yesica” grabado en la placa, y la cadena barbada con eslabones de 18 milímetros que pedía a gritos un candado. En las orejas, dos faros en plan Cristiano Ronaldo bajo un peinado a lo Neymar con rapado y pelo teñido de amarillo pollito sobre las cejas negras. El chándal era un Nike falsificado y las zapatillas con talón dorado las vendía Abdul por las calles y en los bares donde lo dejaban.

Lo acompañaba la Yesi, pestañas y uñas postizas, decorado ocular estilo egipcio, pelo rubio de bote cogido en una cola que le hacía un lifting facial, varias manos de afeites en la cara, chándal y zapatillas a juego con las de su Enzo y un bolso Bimba y Lola dorado también de Abdul. Se sentaron en la mesa más cercana a la de una competida partida de dominó: 19 a 18 perdían Manolo y Antonio después de siete manos bajas de puntuación.

Las paredes de Casa Manolo animaban a participar en dos manifestaciones ya pasadas desde sendos carteles, uno por la paz en Gaza y el otro, más reciente, por el 1 de Mayo. Desde el comienzo de la partida, Antonio se quejaba de la escasa afluencia de público a la del Día del Trabajo y de la elevada edad media de los asistentes. Jugadores y mirones debatieron sobre las posibles causas, desde la deriva cuasi funcionarial del viejo sindicalismo y la acción funcionarial del nuevo, hasta el individualismo juvenil, pasando por los escándalos económicos y políticos de UGT y CCOO y su acoso político y mediático.

“¡¿Qué se va a esperar de unos tíos que se hartan de mariscos y coca con los dineros del paro?! —espetó Enzo desde su mesa”. Las miradas de jugadores y mirones vieron al del chándal y los oros retrepado en la silla con una mano sosteniendo el Cacique cola de las cinco y media y la otra metida en el pantalón del chándal de la Yesi por atrás. Los de la partida volvieron los ojos a las fichas, pero un mirón no pudo reprimir el comentario, “El daño que está haciendo First Dates”, ante las sonrisas comedidas de los demás.

Un jugador, apuntando con la ficha que iba a poner a su compañero, se refirió a la apática y tímida respuesta de las universidades españolas respecto a Gaza en comparación con las americanas y alguna europea. “Los universitarios reflejan más que nunca la sociedad: el individualismo egoísta manda —repuso Manolo—. Ya ni Filosofía y Letras…”. “Eso sí, Derecho sigue lleno de fachas —completó otro mirón”. “La sociedad se ha rendido al plástico y al postureo y la juventud ve la guerra como una película —dijo el tercero”. “¡Vaya, ahora parece que hay que apoyar a los terroristas —se oyó chillona la voz de Yesi”.

Manolo, volcando sus fichas bocabajo, pausó la partida, giró el cuerpo para encarar a la pareja, los miró despacio y preguntó con flema: “¿Vosotros hacéis algo por los demás, por vosotros mismos, algo para mejorar la vida y la sociedad?”. “Desde luego, perder el tiempo en manifestaciones, seguro que no —respondió la Yesi”. “¿En qué trabajáis, si puede saberse? —continuó Manolo”. “Yo hago las uñas —dijo mostrando orgullosa los apéndices horteras—. Y mi Enzo es de Glovo —señaló a su pareja con una uña infeliz”. “¿Y cotizáis? —intervino Antonio”. “¿Para qué?, ¿para que se lo lleven los sinvergüenzas del gobierno? —desafió Enzo sin abandonar la pose espatarrada ni sacar la mano del culo de ella”.

La partida siguió desganada y Antonio soltó la presión en voz alta para ser oído: “¿Para qué manifestarse? Los jóvenes de los felices 20 mandaron a sus hijos y nietos a la guerra mundial, a Vietnam, a Corea… a ritmo de fox–trot; los de hoy, lo hacen a ritmo de reguetón”.