¿Alguien vota a quienes gobiernan?

gobierno-de-EspanaTanto da quien preste su rostro para exhibirlo como una lombriz ensartada en el anzuelo de pescar votos. Tal vez incluso dé lo mismo votar que no votar, pues se acepta socialmente la actual dictadura como si de una democracia se tratase. Lo mismo dan colores, siglas y logotipos en un bazar electoral “todo a cien” donde lo único que importa es que el votante quede satisfecho, engañado pero feliz, alegremente embaucado, orgulloso de ser burlado.

Después de las municipales y las autonómicas, el patético espectáculo ofrecido por el PP y C´s ha elevado la mentira desde la categoría de sospecha a la de absoluta certeza. Ciudadanos ha respondido al deseo de quienes en tiempo récord lo han convertido en salvavidas para apuntalar el edificio bipartidista en grave riesgo de derrumbe. Rivera y su cuadrilla han dado una mano de barniz a la carcoma de la corrupción en Andalucía y en otras zonas de España. Con un código anticorrupción en la mano han pactado con todos los corruptos posibles a izquierda y derecha, sin siquiera taparse la nariz, con total transparencia.

La otra derecha, la de toda la vida, la radical y extremista, el Partido Popular para que se entienda, también ha competido con fuerza en patetismo y posibilismo. Han ocurrido en ayuntamientos, diputaciones y parlamentos autonómicos numerosos casos de candidatos electos depositados por el PP en la papelera de los pactos como clínex sin dignidad por exigencia de Ciudadanos para otorgar el mando. Estos días estamos viendo a Cristina Cifuentes arriar las bragas ideológicas de su partido ante C’s, con la bendición de Génova, para mantener algo de poder al precio que sea.

Completa el patético cuadro del posibilismo mendaz la más moderada de las derechas, la del centro derecha, la que hasta hace cuarenta años era, moderada también, centro izquierda, el PsoE. Susana Díaz, con la mayoría absoluta de los andaluces en su contra, se ha visto obligada a aceptar la caridad ofrecida por C’s, una cura de humildad que ha dado alas a su enemigo íntimo dentro del partido. Venido arriba, Pedro Sánchez ha visto con nitidez dónde echar la caña para evitar mayor descalabro y no ha dudado en competir con las derechas en tamaño de bandera para pescar los votos que la izquierda le niega.

Aún siendo estos rufianes y perillanes una dolencia grave, son las gentes que les dictan políticas y programas el verdadero cáncer de la democracia. La pandemia neoliberal procede de devastadoras cepas de Wall Street y la City de Londres y su mutación más virulenta, la troica, está focalizada en la Cancillería alemana. Existen laboratorios, el G7 o el Club Bilderberg, que se desviven, junto a las agencias de calificación, para asegurar la metástasis.

Sin listas, sin programas, sin diálogo, sin consensos –no va con ellos la democracia– Cristine Lagarde, Mario Draghi, Francisco González, Patricia Botín, Antonio Brufau, Isidoro Fainé y otros son realmente los amos de los votos. Siempre se vota a ellos, sólo a ellos, sea de quien sea la cara del cartel, el logotipo de la papeleta o los nombres y apellidos de una candidatura. Y si no, como a Grecia, amenazas, evasión de capital generalizada y la porra pendiendo sobre las cabezas como antesala de la metralla si hiciera falta, que no lo descartan.

Se avecinan las generales tras casi dos años de una campaña que arreciará durante las próximas semanas. Ya no hay informativo, tertulia y espacio público o privado donde no se denoste el populismo –sólo el de izquierdas, claro– y se criminalice a los enemigos de financieros y empresarios. Volverán a seducir al pueblo con promesas vergonzantes y negarán los 20.000 millones de recortes, exigidos por la troica para el próximo año, por tres veces si fuese necesario. Conviene recordar que votar a los citados al principio es legitimar el gobierno en la sombra que imponen los mercados, poner la cama y abrir las piernas.

¡Se callen, coño!

70anosPaz

Alarma pensar que tras la intentona golpista de Tejero había una trama civil, más olvidada por los demócratas de toda la vida que los crímenes de Franco. Estremece pensar que sean los padres de la patria quienes atentan contra la ciudadanía en favor de unas élites que marcan los objetivos para sus disparos legislativos. Avergüenza recordar cómo nuestros padres y abuelos bajaron la cabeza para aplaudir a un dictador durante 40 años de muy negra paz y cómo sus hijos y nietos imitan a sus ancestros hincando las rodillas ante los desmanes de los herederos del franquismo.

Lo que está sucediendo en España es grave, muy grave, demasiado grave para seguir llamando democracia a nuestro sistema político. No es ya que una horda de bribones y bellacos haya asaltado las instituciones en beneficio propio o que gobiernen en contra de los intereses del pueblo. Lo que está sucediendo en España está cada día más cerca del concepto de golpe de estado, del autoritarismo como práctica política, con nubes de fascistoide miedo oscureciendo el horizonte.

La cosecha de votos obtenida por el Partido Popular en las últimas elecciones generales –se veía venir– ha sido utilizada por el gobierno para, como sucede en las dictaduras, legitimar sus golpes. Franco fue Caudillo de España por la gracia de Dios y Rajoy es presidente, conviene no olvidarlo, por la desgracia de sus votantes. Entre uno y otro, como luctuoso nexo, la monarquía osa insultar a la memoria, insepulta aún, con un recordatorio de 200 € para 70 años de paz.

Argumenta la Justicia que es garante del estado de derecho, de la democracia y la libertad. “Mentira”, responde la realidad. Se ha visto caer a jueces que han intentado poner coto, impartir justicia, a la ambición de políticos, aristócratas, empresarios y banqueros. Se ven asomar, por las letradas puñetas, carnets de partido que quitan la venda y desnivelan la balanza. Los débiles son juzgados con mano de hierro y de seda los poderosos. La Justicia en España no es ciega, no es justicia.

Ha vuelto la presunción de culpabilidad a invadir lo cotidiano, lo público y lo privado. Todos somos sospechosos de ser personas, de pensar y expresarnos libremente, de tener sentimientos y necesidades, sospechosos de ser pobres y manifestarlo. El Ministerio de Interior vuelve a cobijar a grises policías que obedecen órdenes en blanco y negro. Hace dos días, a punta de pistola, han sido detenidas 19 personas sospechosas de ser solidarias cuando todavía permanece en la cárcel algún preso culpable de manifestarse contra el gobierno. Y la lista de aporreados, identificados, baleados, juzgados y condenados por similares motivos es larga, casi tan larga como la lista negra de desafectos al régimen elaborada por Cristina Cifuentes, premiada por ello con su madrileña candidatura.

El golpe de estado se está fraguando a fuego lento con una trama civil que lo respalda y una trama mediática que lo jalea a la vez que lo encubre. Es trágicamente irónico que, siendo la prensa la principal depositaria de la libertad de expresión, haya derivado, casi en su totalidad, hacia modos y prácticas cercanas a la voz de su amo. La prensa española se ha entregado a una sangrienta cacería de todo lo que pueda incomodar los 70 años de paz, 40 de franquismo y 30 de posfranquismo.

Hemos visto en los últimos días al presidente de media España decir al representante de millones de españoles “No vuelva usted aquí a decir nada”, como el amo del cortijo legislativo. Y hemos visto al ministro de defensa, el dedo en la boca bajo las marcas de los tiros de Tejero recién restauradas, mandar callar a una representante del pueblo. Es demasiado reciente la intentona del 23F y demasiado evidentes las intenciones del gobierno para no escuchar lo que nos quiere transmitir, “¡Se callen, coño!”, sin pistola ni tricornio. Como quien no quiere la cosa, están dando un golpe con la complicidad electoral de demasiados millones de españoles, otra vez sumisos o temerosos.

Agripina y Kill Bill, candidatas PP

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La nave de Mariano hace aguas por el casco, gravemente dañado tras pasar por la quilla a casi la totalidad de la población española, y también por el puente de mando. El Partido Popular es un rosario de conspiraciones, un collage de cicatrices, un corro de dagas danzando por las espaldas, un brindis de cicuta con ginger ale. El aire huele a derrota y, sin cadáveres aún, los síntomas de la descomposición son la nítida señal que atrae y colora los picos de las gaviotas.

Sin primarias, la democracia digital del PP, el dedo de Mariano, ha proclamado candidatas para la batalla de Madrid. En un ambiente de desafección ciudadana, que afecta e infecta a todos los partidos, Aguirre y Cifuentes han sido nominadas para empapelar paredes y copar tertulias. Fruto de arduas negociaciones entre Mariano y Rajoy, ambas candidatas llegan de la mano del consenso entre Rajoy y Mariano. Aznar satisfecho y Albert Rivera preparada la caña para pescar osos.

Tras el vodevil protagonizado por Ana Botella, Esperanza ha forzado su elección como pepera garantía de que las cosas pueden, y deben, ir a peor para los madrileños. Unanimidad en el partido ante una mujer capaz de conspirar contra sí misma, presentarse como víctima y extraer ganancias de su suicidio calculado. Como Agripina la Menor, no hay patricio que la desconozca, plebeyo que no la tema ni esclavo o liberto a salvo de sus profundas aspiraciones y siniestras conspiraciones.

Su desmedido apetito político es insaciable y, recién nombrada candidata, ha retado al pusilánime César Rajoy a un pulso de poder. Ella quiere ser alcaldesa y presidenta del PP madrileño, dueña del palacio y de las cloacas, del bastón y de la vara de mando, de la victoria y de la derrota también. No quiere cabos sueltos, hilos alejados de sus dedos, cerraduras inmunes a su llavero, porque es una autócrata nacida para emperadora, no para emperatriz. Si vence, será la salvadora; si no, Rajoy habrá perdido y ella esperará su momento para ser presidenta, de su partido y de España.

Y si el pueblo madrileño ha soportado la alcaldía de Botella sin un estallido de vergüenza, Cristina Cifuentes ha demostrado con suficiencia estar preparada para sofocar cualquier estallido. Ella es un cíborg político de humana estampa y alma electrónica, capaz de obedecer cualquier orden con la lógica binaria de una autómata. En el disco duro de su proceder político están fichadas todas las mareas, todas las protestas, un censo completo de desafectos al régimen de sus programadores.

Kill Bill Cifuentes es la venganza del neofranquismo sobre una sociedad que le dio la espalda y se atrevió a pensar por sí misma y a expresar sus ideas en voz alta. Con ella en la delegación del gobierno, Madrid recuperó la época dorada de Fraga como dueño de la calle, las torturas de Billy el Niño y el esplendor de los sótanos de la Dirección General de Seguridad en la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol. El tándem Cifuentes/Fernández Díaz es un anacronismo pertinente en esta vuelta al pasado que el Partido Popular ha impulsado en los últimos tres años.

Madrid es hoy la metrópoli decadente de un país decrépito como sus gobernantes. El PP ha puesto sobre el tapete a la reina de oros y a la sota de bastos, Agripinila y Kill Bill, para jugar la última mano en la partida del bipartidismo contra los naipes marcados de Carmona y Gabilondo. el discurso poético de García Montero, la incertidumbre de Podemos, la silla vacía de los tahúres de Ciudadanos y UPyD como mirón de timba. El bienestar y la dignidad de Madrid están en juego y el bipartidismo no da la talla, aunque nunca la dio y ahí estuvo siempre.

La extraña profesión de policía

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No todos los trabajadores de un mismo gremio acceden a su profesión con las mismas motivaciones y no todos realizan sus labores de idéntica manera. Es así como, en un mismo tajo, unos disfrutan, otros sufren y los más ven pasar la vida al compás del tic tac de los relojes, modernos tambores de galeras. Apenas quedan artesanos cuyas manos modelan el tiempo y la obra, funden la ilusión con el trabajo y disfrutando hacen disfrutar.

De entre las profesiones a escoger para recluir la vida en sus horarios, una destaca por compleja, variada, arriesgada y en ocasiones extraña. Contribuir a la seguridad ciudadana motiva a muchas personas que se decantan por ser sanitarios, bomberos o policías, de manera profesional con alta dosis solidaria. Prevenir, disuadir, evitar, investigar y esclarecer delitos también motiva a quienes se decantan por ser policías de abundante vocación.

La industria de la ficción provee de intencionados iconos policiales en los que se conjugan realidades y deseos variopintos. La novela policiaca emerge enraizada en la “filosofía de la angustia o de la inseguridad” de Kierkegaard, al calor de la revolución industrial, creando temores que a la postre son aliviados, supuestamente, con relatos racionales. De ahí surgen figuras estereotipadas de investigadores y policías contrapuestas a malhechores y antihéroes en corruptos escenarios urbanos y callejeros donde la miseria es caldo de cultivo para violencias y delitos. La novela pasa de esta manera de policiaca a negra.

En las comisarías españolas parece haber gente que accede a la profesión policial por motivaciones nada altruistas, a veces patológicas y demenciales. Las actuaciones violentas, desproporcionadas, casi sádicas, de ciertos mossos de escuadra y algunos policías, uniformados en cerebros e indumentaria, denigran y menoscaban la labor del resto. Son profesionales de la testosterona, adictos a la porra, desertores de las neuronas, que enlodan el trabajo de sus compañeros. Extraña profesión la de golpear ideas y cuerpos ajenos.

La presencia de estos individuos tiene que ver, y mucho, con la existencia de mentes perversas en la escala de mando político que los utilizan de manera torticera en su beneficio. Y ellos se dejan, con disciplina y placer íntimo. El Partido Popular, la Cope, ABC, 13TV, La Razón y otras muchas instancias políticas y mediáticas, a falta de razonamientos, necesitan crear angustia e inseguridad criminalizando cualquier ejercicio de libre expresión, antes de que se produzca si fuese necesario. Son la España autoritaria, dictatorial, negra, que aún colea.

Hay en las calles encapuchados profesionales de la bronca, lumpen con la violencia instalada en el cerebro, cobardía que aprovecha multitudes para proponer la selva como modelo de convivencia, desgracias irracionales con aspecto humano incapaces de pensar algo diferente a una pedrada. Son el fango social que anega celebraciones deportivas o protestas ciudadanas, el complemento necesario para el poder político y la muy minoritaria, residual, escoria policial.

Si Cristina Cifuentes, y su incondicional coro político y mediático, pretendía crear angustia e inseguridad, hay que felicitarla. Lo ha conseguido. Hay miedo, indefenso pánico ciudadano ante un estado capaz de manipular a policías para que exhiban la falsedad como argumento de su actitud desproporcionada. Mentiras. El Partido Popular ondeó la mentira para justificar la guerra de Irak, la usó para aprovechar electoralmente la sangre del 11 M, la utiliza para gobernar y la empuña para golpear a todo el que discrepa.

Tras contemplar la desvergüenza de la muleta espada y de los metálicos rodamientos, caben muchas preguntas. ¿No se auxilió debidamente a los policías para obtener y explotar escenas de violencia inusitada? ¿Eran todos los violentos ajenos al cuerpo de policía (¡que soy compañero, coño!)? ¿Estaba la actuación policial previamente diseñada? Y una respuesta: la porción de policía que no piensa, la de ciega obediencia remunerada, la cómplice de quienes ordenan y mandan, la que miente y engaña, es peligrosa policía, policía no democrática.

22 M: La dignidad y sus conceptos

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Pan, trabajo, techo, corrupción, sanidad, educación, dependencia, pensiones, preferentes, hipotecas, salarios, derechos cívicos, mentira oficial, verdad silenciada, represión, nepotismo, paraísos fiscales, estafas, democracia, deuda ilegítima, justicia, paz, igualdad, impuestos, laicidad, amnistía fiscal, solidaridad, indultos, recortes, privatizaciones, la luz, el agua… imposible recordar todos y cada uno de los motivos, escritos con letra sencilla en humildes pancartas o coreados por enérgicas gargantas, que marcharon por Madrid el 22 M.

La dignidad, concepto noble donde los haya, se hizo bandera ayer en España de forma anónima, voluntaria, legítima, democrática, multitudinaria. Es difícil evaluar la magnitud y la relevancia de un hecho cuando, desde dentro, alguien forma parte de la masa, es como preguntar a la harina por la textura de la pasta. Ayer destacaron sobremanera las ausencias, base del éxito y la dignidad de la convocatoria, de sindicatos comparsas del poder y de siglas que sólo aspiran a ser alternancia, unas históricas (PSOE) y otras (UPyD) de historia maquillada. Al PP, no se le esperaba.

La dignidad tenía ayer rostro de jubilado, desempleada, estudiante, autónoma, empleado mal pagado, enferma, funcionario o niños de futuro truncado, rostros todos ellos de cotidiano vecindario. No había estrellas de fútbol en Cibeles o Neptuno, ni ejecutivos del Ibex en la Bolsa, ni políticos cercanos en el Palacio de Cibeles, ni representantes del pueblo en el Congreso de los Diputados. Madrid, ayer, fue una vena de dignidad en libertad vigilada.

Hubo debates entre pancartas de voces sin desmayo, debates políticos en la ciudadanía, novedad desde que el 15 M gritó, también en la calle, la verdad incómoda de la clase política profesionaliza, que “no nos representan”. De la calle de Gamonal a los grifos de Alcázar de San Juan, del fracking a la estafa eléctrica, de corruptos y del papel de un rey en una democracia, del aborto, de la manipulación y la mentira, de todo se habló con ideas frescas y palabras llanas. Dignidad verbal.

Y también se habló de miedo. Porque juntar en un mismo espacio cerebros apagados bajo un casco, cerebros cegados por capuchas y cerebros enrocados en un despacho, los tres tipos estorbando el sosiego de la dignidad, da miedo. Cifuentes ha demostrado que apuesta fuerte por el Ayuntamiento o la Comunidad de Madrid y ha hecho su trabajo sin salirse un ápice de su indigno manual. Avisó sus intenciones en jornadas previas con el apoyo de los suyos, su partido y sus medios, y ejecutó con maestría la sinfonía de porras, multas y detenciones para aquilatar su fama y desacreditar el ejercicio de la democracia. Se necesitan broncas y, si no se producen, hay que provocarlas.

Cayó la noche y, de regreso, la prensa ya disparataba su concepto de dignidad con cifras irreales y violencia focalizada para tapar ideas, debates y proclamas. Las empresas editoriales tenían sus baterías editoriales prefabricadas, meticulosamente diseñadas, indignamente calculadas. El domingo amanece con portadas y editoriales desatinados que obligan a consulta apresurada de medios forasteros para saber lo que pasa en casa. Sin noticia de la verdad en España.

Sobremesa del domingo: Suárez muere, otra vez, ésta la de verdad. Borrón y cuenta nueva, un alivio para redacciones, despachos y conciencias malparadas, la dignidad ya no es noticia, un millón o dos de personas ya no sirven para nada. Pero la calle fue concurrida en voces, pancartas y banderas rojas, gualdas y moradas. Casualidad o no, tras estas dos noticias secuenciadas, alguien podría imitar a Arias Navarro y dirigirse al país para anunciar que “Españoles: la Transición ha muerto”.