Casa Manolo: Asesinos

Se habían cumplido cuatro días del asesinato de un crío de ocho años en un chalet de la urbanización de lujo y tres de la mujer del Paraca. Al niño lo estranguló un miembro de una banda que entró a robar en la vivienda pensando que estaba vacía, los padres habían ido “un momento” al Lidl cercano. A Toñi la encontraron en un charco de sangre con diecinueve puñaladas asestadas por El Paraca, de natural agresivo, que quedó muy tocado del coco al caer su parapente sobre un cobertizo de uralita hacía cuatro años.

En el pueblo no se hablaba de otra cosa. La Banda de los Rolex, especializada en asaltos a viviendas de lujo, se movía por la Costa del Sol y la de Levante, con algunas incursiones en Madrid y Barcelona. La Policía consideraba algo extraordinario que hubieran dado un golpe allí, pero las imágenes de la cámara de la gasolinera eran muy claras y el hecho de que don Alberto, el padre del niño, estuviera en el radar de la Guardia Civil por blanqueo de dinero procedente del narcotráfico era algo más que un indicio, pero el secreto de sumario evitó que se filtrara un posible ajuste de cuentas como línea de investigación.

Don Alberto era un personaje apreciado y despreciado en la ciudad a partes iguales. Sus donaciones al club de fútbol habían situado al equipo en la lucha por el acceso directo y las que hacía a la cofradía del Redentor permitieron restaurar el trono del titular con pan de oro y adquirir un nuevo palio bordado en plata para la Dolorosa, pero se sospechaba que su profesión de agente comercial no justificaba la ingente cantidad de dinero que movía. Varias personas aseguraban haberlo visto reunido con “moros” y “sudacas”, escoltado por dos gorilas en un discreto restaurante de las afueras y en el parking de Hipercor.

En Casa Manolo, el dominó llevaba tres días parado pero la tertulia se mantenía, aunque sin el sonido de las fichas al golpear la mesa ni las habituales risas y carcajadas, sólo el “cu–cu” del reloj suizo. La indignación guiaba las palabras que giraban en torno a una insana competición sobre cuál de las dos muertes había sido más cruel. No sólo en el bar, en toda la ciudad se opinaba y se aventuraban hipótesis sobre el desenlace final de ambos casos, hasta se hacían apuestas sobre el grado de impunidad de los detenidos.

Miguel, entre cliente y cliente, comentaba en la barra con los de la partida anulada que, en el caso del hijo de don Alberto, había un consenso entre la opinión pública y los medios de comunicación muy similar al alcanzado en Occidente sobre la guerra de Ucrania. Quedaba claro que el estrangulador era Putin y que al pobre padre se le perdonaban sus fechorías de igual modo que no se tiene en cuenta la entente de Zelensky con la extrema derecha y los neonazis del Donbás. Las sospechas de blanqueo de narcoeuros y del contacto con los cárteles se le perdonaban ante la imagen del hijo de diez años fríamente asesinado.

Manolo lamentaba que El Paraca gozara, para la gente y los medios, del beneficio que las secuelas del accidente suponían para justificar su criminal ensañamiento. Para la opinión pública machista, las dudas que sobre la decencia de Toñi sembraban su agraciado cuerpo y su extrovertida personalidad, la hacían, a un tiempo, víctima mortal y culpable moral de su final.“En cierto modo —resumió Antonio— es una comprensión y una justificación parecida a la que se le está dando al genocida Netanyahu: Toñi se merecía diecinueve puñaladas por casquivana, Gaza se merece un holocausto por no ser judía… y el pobre asesino, bastante tiene con su enfermedad”. “Como lo de ETA —terció uno de los mirones habituales—, que es terrorismo y lo de Franco no”. “O como lo de las residencias de Madrid —dijo otro— que si hubiera sido el Coletas serían asesinatos, pero como fue la Ayuso, no”.

Licencia para matar

A veces, da la impresión de que el ser humano es el único animal que disfruta matando a sus congéneres, hasta el punto de que, tal vez, la psicopatía no sea un trastorno de la personalidad, sino el estado natural de las personas que la sociedad se ve obligada a inhibir para su supervivencia. El ser humano disfruta matando seres humanos, pero tiene miedo a ser matado, teme a la muerte. Eros y tánatos. Por fortuna, es una impresión. ¿Es sólo una impresión? Esperemos.

La fascinación por la muerte de personas desconocidas quizás pueda explicar que las imágenes de niños sepultados en vida o descuartizados por las bombas en Gaza, o que más de 6.000 niños y niñas menores de 5 años mueran cada día por desnutrición, en modo alguno afecte al estado de ánimo de una amplia e inhumana mayoría. Incluso, una parte de la población se regodea, lo justifica y hasta vota a quienes asesinan al por mayor.

El mundo y sus gobernantes se miran en el espejo de los EE.UU. y Donald Trump, perfecto ejemplar de psicópata predador. Hablamos del país que, a lo largo de su historia, ha participado en más conflictos bélicos, patrocinado más golpes de Estado y causado más víctimas que ningún otro en el mundo. Hablamos de un presidente que afirmó, como argumento electoral, que “podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”. Hablamos de una cultura en la que es hábito cotidiano que un adolescente asesine a diez o veinte escolares con un AK–47 anunciado en la tele y comprado en un supermercado.

La cultura de la muerte está arraigada hasta tal punto que los gobiernos sacrifican el presupuesto de Sanidad en favor de la industria de la muerte, con el visto bueno de sus votantes. En España, el acuerdo PSOE/UP recogía subir en 2023 el gasto en Sanidad al 7% del PIB, pero el Programa de Estabilidad enviado a Bruselas recoge para 2024 el 6,2%, lo que supone 11.000 M € menos sobre lo acordado. Mientras, el presupuesto de Defensa fue de 12.800 M € en 2023, con el compromiso de incrementarlo hasta lo exigido por Donald Trump.

El PP tiene licencia histórica para matar, desde el golpista Franco hasta Aznar en Irak: las 62 muertes de Trillo en el Yak–42, las 42 de Metrovalencia, las de la hepatitis C de Feijóo y Ana Mato o las de 7.291 ancianos, que “iban a morir igual”, en las residencias de Ayuso. El bajo perfil político de esta banda, que se opone a la eutanasia y al aborto con el mismo entusiasmo y ardor guerrero que defiende su mezquina implicación en tanta muerte evitable o la actuación de Netanyahu en Gaza, se compensa con la guerra sucia y el populismo que avala el electorado.

Como Trump, el Partido Popular amaña la Justicia, alimenta a los medios afines y puede perpetrar una masacre en la Puerta del Sol sin perder votos; muy al contrario, a más sangre, más votos. Como Trump, si no ganan las elecciones, no reconocen los resultados y deslegitiman al Gobierno Democrático: un golpe de Estado que sólo se pueden permitir ellos y ellas. 00PP, licencia para matar.

Linchamiento

LINCHAMIENTO

El término se debe al juez de Virginia Charles Lynch, quien en 1780 ordenó la ejecución de una banda de colonos leales a Gran Bretaña sin juicio. Desde entonces se usa para aludir a la ejecución tumultuaria de alguien bajo la apariencia de justicia rápida y directa, sin proceso ni autoridad y ninguna garantía legal. El procedimiento habitual suele ser violento y a menudo precedido de tortura. El sociólogo Johan Galtung lo atribuye a una reacción ante la conmoción social producida por un delito concreto, o bien por motivos racistas, religiosos o políticos y apunta la posibilidad de que se utilice para intimidar a grupos concretos o minorías creando un estado de violencia estructural.

El concepto aparece descrito de forma magistral en la novela de Horton Foote The Chase (La jauría humana), llevada a la gran pantalla por Arthur Penn y protagonizada por Marlon Brando, Jane Fonda y Robert Redford. En 2021, el mundo asistió en directo a escenas similares cuando una masa ciega de ira asaltó el Capitolio de EEUU con espíritu linchador, como una jauría humana guiada por el odio arengado del enemigo de la Ley y la Democracia, el emigrante clasista y populista Donald Trump, que acabó con el asesinato fanático y mortal de un policía en la sede de la soberanía popular.

El linchamiento es un fenómeno sociológico conductual intalado en la cultura popular y vinculado al totalitarismo. En los albores del nazismo, las masas enardecidas se entregaron a una vorágine de linchamientos públicos y salvajes a las minorías judía, gitana y comunista en la Europa fascista de Hitler, Franco y Mussolini. Se llamó pogromo a los actos llevados a cabo por el fanatismo nazi de una multitud enfurecida contra estos colectivos como la persecución, detención, tortura, humillación y matanza indiscriminadas, acompañadas de pillaje y desórdenes públicos. Al ser una práctica planificada y generalizada, derivó en genocidio y crimen de guerra.

En el siglo XXI, el linchamiento político es práctica cotidiana utilizando el potencial manipulador de medios de comunicación y redes sociales para crear opinión y desatar el odio de la jauría humana hacia los colectivos de siempre: extranjeros, mujeres, comunistas (quien no comulga con sus ideas) y personas LGTBI. Ahí están Abascal, Ortega Smith, M. Á. Rodríguez, Ayuso, Almeida, Feijóo, Losantos, Inda, Herrera, Ferreras, García Castellón y los comandos de JUPOL y JUSAPOL azuzando y señalando objetivos. Ahí está la masa irracional y radical acosando a la familia Montero-Iglesias, apaleando a Pedro Sánchez, censurando la Cultura y odiando hasta la muerte cualquier cosa que huela a diversidad. Ahí está esa ciudadanía que se desentiende y evade del problema porque, dicen, no va con ella.

El linchamiento político, mediático y judicial del pensamiento crítico y del diferente en España es evidente, innegable, pero aún no ha mostrado su peor cara, sólo pequeñas pinceladas que van normalizando las acometidas violentas de la extrema derecha en una sociedad cada día más inconsistente, individualista e insolidaria. En las escuelas de primaria, el alumnado verbaliza en clase “odio a perro sanxe”, el de secundaria lincha a la mujer, al rojo, al maricón, a la lesbiana, al puto moro, al gitano… la infancia y la juventud llegan adoctrinadas de casa y parte del profesorado calla o les ríe la gracia. En los centros sanitarios, se lincha al profesional por el deterioro de la Sanidad a manos de las derechas. Y Tejeros voluntarios no faltan.

La práctica del linchamiento y su derivada genocida cuenta con la complicidad de una base sociológica descrita en el poema de Martin Niemöller:

“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,

guardé silencio,

porque yo no era comunista.

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

porque yo no era socialdemócrata.

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté, 

porque yo no era sindicalista.

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no protesté,

porque yo no era judío.

Cuando vinieron a buscarme,

no había nadie más que pudiera protestar”.

Monstruos y matones

Viñeta: Ferrán 2024, vía {Diario} Red

La épica trata de hechos protagonizados por personas que hacen frente a situaciones y enemigos de abrumadora superioridad en fuerza, número y armamento. Las crónicas recogerán y los juglares cantarán la gesta del héroe, individual o colectivo, sin importar que el desenlace sea la derrota, las más de las veces, o la victoria, en raras ocasiones. La figura del héroe crece en el imaginario colectivo de forma que la leyenda difumina los límites del hecho histórico. Aún se recuerda, XXV siglos después, con gran éxito de taquilla, la hazaña de Leónidas y sus trescientos espartanos en la batalla de las Termópilas.

Las leyendas suelen ser fruto de la reacción de los pueblos que buscan la supervivencia y la superación de situaciones límite de adversidad y opresión. En esas ocasiones, la función de la figura del héroe es aportar esperanza, ilusionar a quienes sufren, contrarrestar tanta desdicha, transformar la cruda realidad en una ilusión paralela. Los pueblos recuerdan y transmiten las epopeyas a modo de bálsamo cicatrizador de las heridas recibidas y como fábula ejemplarizante para prevenir futuros infortunios.

Para desgracia de la Humanidad, existen más personajes dignos de figurar en La historia universal de la infamia de J. L. Borges que héroes. En el libro se esbozan las figuras de matones detestables sin recoger las de monstruos como Hitler, Stalin, Franco, Mussolini, Pinochet, Videla, Netanyahu y un luctuoso etcétera. Estos monstruos genocidas son ídolos que mueven masas, en concreto, legiones descerebradas que sólo admiten el pensamiento único de dictaduras y religiones basado en el odio sectario. De mente simple, sólo necesitan una bandera, un himno, un uniforme si acaso y que les señalen un enemigo fácil, débil, derrotable sin esfuerzo ni desgaste, para desatar la violencia contenida.

Los monstruos generan una secuela de matones que exhiben su miseria moral sin más objetivo que infundir terror a sus víctimas y recibir una palmada en el lomo por parte del amo. Cuentan los matones con la complicidad de quienes debieran velar por la paz y la convivencia, sea el profesorado en el colegio o la judicatura y las fuerzas de seguridad en las calles. Los matones son un peligro por sus actos y la adhesión inquebrantable de personas sin neuronas que ven en ellos caudillos poco escrupulosos a la hora de aceptar adeptos: basta con no pensar y practicar la obediencia ciega.

Los matones marcan el camino sin retorno de la decadencia y auguran periodos de destrucción social que recogerán las crónicas en el apéndice de “degeneración y desastre”, a la postre el más voluminoso de cuantos componen la Historia de la Humanidad. Es ésta una época de apogeo universal del matonismo, con capos a nivel global como Donald Trump liderando bandas de psicópatas conjuradas para destruir la Democracia como sistema menos injusto de convivencia.

Matones de extrema derecha como Abascal, Ortega Smith o Losantos incitan a las masas irracionales a ejercer la violencia callejera con apoyo ayusista, mediático y de una Justicia y Fuerzas de Seguridad militantes y contemplativas. Colgar y apalear un muñeco que representa al Presidente del Gobierno Legítimo y Democrático de España es un paso más hacia una Noche de los cristales rotos 3.0, hacia el terror. Antes, matones radicales dispararon a las fotos del Presidente y del Vicepresidente, amenazaron con fusilar a 26.000.000 de hijoputas y rompieron el cordón policial que protegía el Congreso, todo ello sin reproche penal.

Felipe González no chochea

A los 81 años, Felipe González no chochea. Para nada. Se mantiene fiel a la misión para la que fue elegido en el Congreso de Toulouse en 1970. En el de Suresnes de 1974, dio el golpe de timón definitivo en el PSOE con España oliendo a muerto desde que, el 9 de julio, Franco fue hospitalizado. González aprovechó la larga agonía del dictador(*) para engrasar la maquinaria del partido, usurpado a Rodolfo Llopis y al socialismo, con los millones de marcos que llegaban de Alemania. 

Mientras otros partidos y asociaciones, desde la Junta Democrática de España, exigían Democracia jugándose la vida y la libertad, González aguardaba apostado, maquinando cómo cumplir las órdenes de Willy Brandt: no dejar el espacio de la futura izquierda a un PCE muy activo contra el franquismo, a diferencia del pasivo PSOE. La misión de Felipe consistió en facilitar la Transición del capitalismo franquista a un capitalismo europeo manteniendo en sus puestos a muchos responsables del horror franquista, apuntalando la monarquía y amnistiando a golpistas asesinos. Felipe no chochea ahora, no.

En 1982, siete años después de la muerte de Franco y cinco de las primeras elecciones posfranquistas, Felipe obtuvo una mayoría absoluta de 202 diputados. Los marcos alemanes dieron su fruto. Felipe y su socio Alfonso, el hermano de Juan Guerra, se vinieron arriba al ver el rotundo éxito de las chaquetas de pana entre los «descamisaos» y el mundo asistió a una demostración de transformismo político digna de El gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. «Por el cambio» fue el eslogan de campaña; “para que nada cambie”, cabría añadir. Felipe no chochea, siempre fue así.

En apenas dos legislaturas, Felipe puso los cimientos de la España moderna que hoy padecemos: privatización de lo público, desmantelamiento industrial, precariedad laboral, desactivación de los sindicatos, puertas giratorias, corrupción, control de los medios de comunicación, fastos faraónicos, pan y circo, populismo… hasta utilizó criminalmente a las Fuerzas de Seguridad del Estado. Todo el mundo contento: IBEX, Dow Jones, Nasdaq, Nikkei, Wall Street, Fráncfort… Felipe no chochea, repite hoy lo que dijo ayer.

A este trilero vino a sustituirlo otro peor, José María Aznar, que, además de gobernar para las élites financieras y empresariales, exigió a los suyos abrir de par en par las puertas del armario en el que hibernaba gran parte del franquismo desde la muerte del dictador. El personaje que organizó en El Escorial la mayor quedada de corruptos y mafiosos del país incorporó la novedad del bulo y las noticias falsas como arma política. Jose Mari y Felipe forman una pareja inigualable en la que es muy difícil encontrar diferencias de calado. Felipe no chochea, es un personaje de derechas radicalizado.

González no chochea, ni Guerra, ni Borbolla, ni Corcuera, ni Bono, ni Leguina, ni Ibarra, ni Redondo, ni Page, ni Barbón, ni Vara, ni Lambán, ni Robles… La misión de Felipe y de su tropa es hallar el punto de apoyo en algún diputado socialista para desalojar a Sánchez y despejar el camino a Feijóo. Lo intentaron en la anterior investidura, “¡Con Rivera NO!”, poco después de defenestrar a Pedro de la Secretaría General. González y Guerra ven que Zapatero y Sánchez son algo socialistas y no como ellos, que ocuparon el centro derecha liberal obligando al aznarismo a virar hacia el neoliberalismo de extrema derecha. Felipe no, es el PSOE lo que chochea. Desde hace un siglo.

(*) Juan Goytisolo describió la muerte del dictador: «Era torturado cruelmente por una especie de justicia médica compensatoria de la injusticia histórico-moral que le permitía morir de vejez, en la cama». Efectivamente, el parte que certificó su defunción, decía: «Enfermedad de Parkinson. Cardiopatía isquémica con infarto de miocardio anteroseptal y de cara diafragmática. Úlceras digestivas agudas recidivantes, con hemorragias masivas reiteradas. Peritonitis bacteriana. Fracaso renal agudo. Tromboflebitis íleofemoral izquierda. Bronconeumonía bilateral aspirativa. Choque endotóxico. Paro cardiaco».