Cuando media plantilla está sancionada o apercibida, cuando las estrellas del equipo han desertado por desavenencias con el entrenador y la directiva, cuando en el vestuario impera la mediocridad, no queda más remedio que apretar los dientes y tirar hacia delante. Aunque la plantilla con la que cuentas vea la canasta como un vaso de chupito. Y si tienes que poner al utillero o a la masajista en el puesto de entrenador, sólo queda rezar.
Es lo que ha hecho Casado con el Partido Popular. Ha tirado de personajes grises y de tuercebotas para recomponer un equipo no apto para el baloncesto, un equipo vulgar y mezquino. A falta de facultades técnicas y físicas, la estrategia en la cancha se basa en la marrullería, el juego sucio, la zancadilla y el codazo intencionado. Sabe que cuenta con la presión de su público cuando juega en casa y la de su aparato de propaganda juegue donde juegue, en competición nacional o internacional.
Ha explotado el mercado de fichajes con Juan José Cortés, Teresa Jiménez Becerril, Ángeles Pedraza, Edurne Uriarte, Pablo Montesinos o Miguel Abellán. No se trata de deslumbrar con el juego, sino de vender camisetas con personajes ajenos a la disciplina deportiva pero capaces de recaudar votos. Que jueguen mal, que no haya proyecto, les da igual: ahí están la prensa, la radio y la televisión deportiva para desviar la atención y centrarse en lo que les da de comer: la tienda del club.
La sospecha se ha demostrado. En la España del PP, cualquiera puede ocupar un cargo público, cualquiera puede salir a la cancha, siempre que entone el himno y agite la bandera del club sin decoro ni sentido del ridículo. Ya lo demostraron Ana Botella en el Palacio de Cibeles y M. Rajoy en La Moncloa. A nadie debe sorprender la presencia de Almeida y de Ayuso en los centros de poder madrileño.
Isabel Natividad Díaz Ayuso es (ya lo era antes de que la extrema derecha, el fascismo, la invistiera presidenta de la Comunidad de Madrid) anodina, vulgar, mediocre, pedestre y trivial, patética. Pero resultona y aplicada, un rancio jaramago en un jarrón de porcelana china. Con la misma pasión que puso voz en redes sociales al perro de su ama Aguirre, hoy se aplica a poner boca a las palabras de su dueño Aznar.
Con un harto limitado manojo de palabras es capaz de armar grotescos discursos, le basta con Venezuela, etarra, comunista, feminazi y… poco más. Como a su partido. Su objetivo no es ganar la liga por méritos propios, conscientes del equipo que tienen, sino que la pierda el rival. Una estrategia propia de opulentos perdedores que cuentan con el parcial arbitraje de los jueces de pista y de mesa que les validan canastas pisando la línea de fuera de banda, no los ven hacer pasos y pitan técnicas inexistentes al banquillo rival.
Ayuso es un no parar de frivolidad, un patético bulo andante y parlante: lo mismo llega tarde a un partido crucial por posar delante de un avión, que se va en el primer cuarto para exhibir artificiales lágrimas en una misa. Igual esconde los cadáveres de ancianos en sus residencias, que ceba a la infancia con comida basura. Idéntica impavidez muestra para resistirse a aislar Madrid que para organizar un mitin botellón en el cierre del hospital de IFEMA.
Ayuso es la líder de las peñas aneuronales que llenan las gradas con los aullidos del “a por ellos, oé” y los rebuznos del “lo, lo, loolo, loló”, agitando banderas y odios por igual.