Que un ministro dimita no debiera ser noticia, sino algo habitual en una democracia normalizada. Pero la democracia en España es un interrogante parlamentario difícil de encajar en un gobierno (κρατία) del pueblo (δημο) y para el pueblo. El gobierno, desde la llegada del Partido Popular, es una anormalidad, una malformación equidistante entre el autoritarismo y la dictadura, una secuela histórica de un franquismo redivivo con tics medievales.
La malformación del gobierno es genética y afecta letalmente a la madre, a la democracia, poniendo en riesgo su vida y la de todos sus hijos, los ciudadanos y ciudadanas. En las últimas elecciones generales millones de votantes repudiaron a Zapatero y se arrojaron, infelices, a los brazos de un nada atractivo Rajoy para vengarse del primero. El resultado, lo seguimos sufriendo, es un embarazo múltiple de embriones que carcomen las entrañas del estado.
Uno de esos fetos necrosados y malolientes ha sido abortado: Gallardón se va, dimite, se retira, abandona el pesebre público (al menos, eso ha dicho, pero conviene la prudencia). Traicionado, sacrificado por un puñado de votos, herida su estima, apuñalado su ego, emigra como un político castrado de presente y futuro, igual que la juventud española. Ojalá desaparezca de la amarga realidad social de este país.
El verso libre del PP, el conservador progre, el “hijoputa” según Aguirre, el hijo y yerno del franquismo, el hipotecador de Madrid, la pareja de baile de José Bono, se ha despeñado por un túnel de Madrid que él no ha perforado. Sale del gobierno y del partido con resignación cristiana, mordiendo el polvo y la lengua, con el cordón umbilical entre las piernas. Sus incondicionales y su director espiritual rezan por él, por quien tanto ha rezado.
Mientras Alberto se lame las heridas en las esquinas de la soledad, su exjefe le ha dado esquinazo en la dictadura comunista china (amparada por su propia Injusticia Universal). Los liberales, llenos de pliegues morales y éticos, machacan a Venezuela o a Cuba mientras hacen romerías y peregrinaciones, las que haga falta, al paraíso de las libertades y el trabajo decente. Primero Cospedal y ahora Rajoy toman nota de cómo ha de ser la competitividad española.
No está clara la relación entre la retirada de la Ley del Aborto y el retiro de Rouco Varela. El matrimonio PP-CEE ha sido el más fecundo de la legislatura. Del polígamo concubinato de monseñor con más de medio gobierno nacieron una educación a su medida o el latrocinio de las inmatriculaciones. El aborto de la Ley Gallardón ha dejado al gobierno al borde del divorcio de sus más radicales y retrógrados votantes cuando más representantes tiene la Iglesia en el Consejo de Ministros. Como postula Aguirre, están en manos de la providencia.
Si el PP presiente una caída electoral y teme el fruto surgido del vientre de la calle, haría bien en incorporar a sus listas a personajes de un PSOE que parece haber entrado en la menopausia ideológica y se muestra incapaz de engendrar ilusiones. A muchos de ellos les haría ilusión para salir de la embarazosa situación que vive el bipartidismo. Gallardón se ha ido, pero España sigue embarazada de fetos nada democráticos.