Cuando la razón resbala en la realidad, cuando la verdad se desliga de las palabras, cuando el argumento huye del decoro, entonces, en esos instantes, el exabrupto sortea los límites de la comunicación y se hace dueño de las lenguas. Adornar un discurso con zafiedad viene a ser como sustituir óleos y acuarelas por Titanlux, permutar el pincel por el rodillo y convertir el lienzo en campo de batalla. Una putada para el arte del diálogo y una salida hacia la indignidad social.
La interjección o el epíteto pueden responder a funciones nada académicas como el desahogo y el consuelo, definen los estados de ánimo de quienes los emplean y ofrecen información complementaria más allá del lenguaje. Agotados los recursos racionales para explicar lo inexplicable, la Vicepresidenta de la nación se descuelga en sede parlamentaria con que “en mi puta vida he cobrado sobresueldos”, subrayando su vida con el rotundo comercio de la carne.
En lenguaje tabernario, pretende Soraya presentar la suya como puta vida (peyorativo) cuando a todas luces es una vida de puta madre (laudatorio). No, Soraya, no es lo mismo que tú lo digas a que lo escuches: en tu puta vida has hecho otra cosa que usar la política en tu propio beneficio y en el de las élites para las que trabajas. En tu puta vida te has preocupado por las clases medias si no es para rebajarles derechos y aspiraciones. En tu puta vida te has ocupado de las clases bajas. ¿A que no suena igual? Posiblemente veas tu desahogo verbal como delito en boca ajena.
Mi puta vida, ésta sí que es motivo de quejido amargo, resignado lamento, gemido contenido e indignada protesta. En mi puta vida he tenido un salario acorde con mis aptitudes, desempeño y necesidades y sí impuestos caníbales y usureros intereses por encima de mis posibilidades. En mi puta vida ha habido gobierno alguno que no me sacrificara en el altar de los mercados. En mi puta vida he sentido que mi voto valiera para otra cosa que para legitimar mi propio tormento.
Mi puta vida ha sido moneda de cambio para los chulos y meretrices que manejan mi presente y mi futuro, del pasado mejor no hablar, a través de las celestinas y alcahuetes que se sientan en los escaños del Congreso. Mi puta vida es la de los millones de parados, los millones de pobres y los millones de malpagados que hacemos posible que tu vida y la de los tuyos sea de puta madre con sueldos, dietas, indemnizaciones, comisiones y sobresueldos en A, B o cualquier otra letra del abecedario.
No te cortes, Soraya, no te sulfures, no te irrites, no te preocupes por nada, menos aún por tu puta vida, que no te merece la pena. Tú estás a salvo de la justicia porque los tuyos hacen las leyes y jueces y fiscales trabajan en la empresa de tu partido, o del otro, que tanto monta y monta tanto. Tú estás a salvo también del pecado porque, para la iglesia, la gaviota es un sucedáneo del Espíritu Santo. No te preocupes por tus delitos y blasfemias, sean públicos o privados, porque te serán perdonados.
Mi puta vida no os importa, tal vez porque sea puta o quizás porque no sea vida, da igual en este caso. En mi puta vida podré pagar la deuda que me habéis endosado, ni volveré a disfrutar los derechos expropiados, ni podré soñar con un futuro que no sea amargo. Ésta, mi vida y la de tantos, sí que es puta, Soraya, vosotros lo habéis logrado poniendo vuestros cuerpos y vuestras ideas al servicio del mercado.