Transparencia

Es el gran pecado de éste y del anterior gobierno de coalición y no ha sido virtud del PSOE, sino vicio de Podemos. Es tradición en Ferraz que su mano izquierda no sepa lo que hace su derecha, tradición que arranca con Felipe y Alfonso y es ADN del felipismo corrupto, mendaz, populista y privatizador, en sintonía con sus compañeros de régimen: PP, CiU (Junts) y PNV. La nocturnidad y la alevosía han presidido los pactos, de gobierno o puntuales, entre ellos. “Yo callo, tú callas, él calla, nosotros callamos, vosotros calláis, ellos votan. Yo te cubro, tú me cubres, ellos nos votan”.

La derecha, más opaca en la intimidad y en público, más fulera y fullera, se ha frotado las manos y afilado colmillos durante la anterior legislatura y la rabia humedece sus fauces en ésta, dispuesta a morder las canillas de la legitimidad y el cuello de la Democracia. Hablar del PSOE no es hablar de izquierda, pero es algo mejor que hablar de derecha neoliberal y de extrema derecha tabernaria y cavernaria. Éste es el principal argumento a la hora de taparse la nariz y depositar el voto en la urna con la papeleta del PSOE o de cualquiera de las cien izquierdas.

Podemos se ha opuesto a que el Gobierno de Coalición vire su acción política al peligroso espacio de centro liberal, espacio ocupado cómodamente por el PSOE desde las elecciones generales de 1982 y en sus gobiernos autonómicos. Esta maniobra ideológica forzó a AP primero y al PP después a ocupar posiciones más a la derecha hasta hoy, cuando, forzado por la competencia entre Ayuso y Vox, su deriva radical hace que las políticas liberales de Calviño y de M. J. Montero parezcan de extrema izquierda, cuando en realidad son aplaudidas, bendecidas e imitadas por la derecha “normal” y moderada de la CE.

La transparencia, novedosa actitud en las tareas de gobierno, consiste en gestionar sin ocultar información sobre la manera en que se hace y sin que haya duda sobre su legalidad o limpieza, algo inédito en la política practicada por el régimen del 78. Hasta hace poco, los políticos exigían, de cara a la galería, luz y taquígrafos por puro postureo demagógico, sin que a la hora de la verdad hubiese algo más que penumbra y tergiversación. A todos ellos, la transparencia les supone un estorbo, un obstáculo que tratan de esquivar de mil maneras para seguir medrando de lo público como hasta ahora.

Nunca se supo todo, TODO, lo que pactaron González y Pujol o Pujol y Aznar, González y el PNV o el PNV y Aznar, Maroto y los “etarras” de Bildu en Vitoria o PSOE y PNV contra Bildu en la misma ciudad. Los pactos, hasta ahora, han sido la cara más oculta de la democracia. Las derechas presentan como desgobierno que, por vez primera en la historia reciente, los miembros de un Gobierno hagan públicas (luz y taquígrafos: transparencia) sus diferencias respecto a las propuestas y la negociación para llegar a acuerdos. Tanto PSOE como Yolanda Díaz han intentado e intentan correr la cortina para restaurar cierta oscuridad.

Empieza igual la nueva legislatura, con el PSOE buscando esquivar la transparencia del debate público desde el Congreso con Decretos Ley opacos y tramposos. Sumar ha recuperado el tradicional papel de izquierda sumisa mientras los restos de Podemos insisten en mantenerse firmes en la defensa de esa gente a la que Yolanda Díaz no duda en sacrificar para facilitar el giro al liberalismo y las rebajas en el estado del bienestar por parte de Pedro Sánchez.

El PSOE y sus decretos generan una dinámica de chantaje hacia sus socios que no augura nada bueno para la ciudadanía y para la percepción de la política. Se entiende que se oponga a negociar, a la transparencia, para culpar a otros de su gatopardismo, como es tradición de este partido. “O yo, o el caos” conduce al caos. Ya, hasta su militancia esgrime el argumentario de la extrema derecha para defender la no transparencia… y atacar a la izquierda, otra de sus tra(d)iciones.

Yolanda: denos datos

Sorpresa. Fue la sensación que transmitió la epifanía de Yolanda Díaz en el circo político. Desconocida para el gran público, poco tardó en atraer la atención de propios y extraños en la creencia de que, por fin, la izquierda española había encontrado una figura con los mimbres necesarios para demostrar que otra política es posible al margen de un bipartidismo siamés que en aquel momento parecía dinamitado para siempre. A la sombra mediática de Pablo Iglesias y con Pedro Sánchez ocupado en esquivar puñales de su partido, Yolanda se mostró como gestora eficiente, con ideas claras y una irresistible habilidad para el cara a cara en el hosco debate parlamentario, siempre ofreciendo datos.

Ilusión. Fue el sentimiento generalizado en una izquierda que veía como el Ministerio de Trabajo se volcaba en medidas para favorecer al trabajador y no a la empresa como es inveterada costumbre del PP y del PSOE. Ilusionó Yolanda después de que el PP destrozara otra vez las expectativas del país encomendando la política laboral a una virgen y condenando al talento joven a “movilidad exterior”, eufemismo para la emigración 2.0, asumiendo el chantaje de la CEOE de quitar la prestación por desempleo a quien rechazase un trabajo en Laponia. Sus datos mejoraron objetivamente el mercado laboral.

Apoyo. Fue la reacción de tirios y troyanos en los momentos en que la facción liberal del PSOE trataba de remover la silla del presidente alejándolo del vicepresidente y Yolanda intentaba conciliar lo inconciliable. Prensa, oposición y patronal ensalzaban sus modos prudentes y precavidos en contraste con los de Pablo y los de Pedro. Con los datos en la mano, se puede decir de ella que su tenacidad logró todo un récord de acuerdos en la desoladora tradición de desencuentros entre patronal y sindicatos.

Prudencia. Fue la actitud de la ciudadanía cuando Yolanda aceptó la “sucesión” de Iglesias a dedo. Nadie se esperaba la estampida del artífice del Gobierno de Coalición ni la aceptación por ella, sin más, del liderazgo del grupo parlamentario de Podemos y la vicepresidencia del Gobierno. La foto junto a Calviño y María Jesús Montero sirvió para relanzar su figura de moderación y prudencia. Ojo al dato: sin consultas, sin primarias, sin escuchas. Doble alivio para el PSOE.

Incomodidad. Fue el efecto inmediato de sus ascensos en el electorado de izquierdas, no en el del PSOE: en el de izquierdas. Su postura equidistante, con apariencia neutral, entre las propuestas rompedoras de Unidas Podemos y las pusilánimes de sus socios de gobierno la apartó del bombardeo mediático, del navajeo ministerial y de las oleadas de odio instaladas en la sociedad por el populismo de unas derechas política, mediática, económica y judicial demoledoramente trumpistas en el fondo y en las formas. En esos instantes críticos, obvió dar datos.

Mosqueo. Fue la reacción del electorado de UP al comprobar que la vicepresidenta servía a Sánchez para defenderse del acoso del PSOE más liberal y para domeñar al sector de Podemos en el Gobierno. Su postura pública contraria al posicionamiento de izquierdas de sus compañeras Irene e Ione es un dato irrebatible, como el de su menor beligerancia con las ministras de Economía y Hacienda, compis recientes de risas y photocall.

Sospecha. Fue lo que siguió a su anuncio de que comenzaba un “proceso de escucha” con sectores sociales de todo el país, certificando así la defunción del proyecto de Unidas Podemos que la había llevado a los liderazgos recién estrenados. ¿Qué sectores sociales fueron ésos? ¿Qué escuchó? ¿Qué escucharon de ella? Son incógnitas, datos que faltan.

Miedo. Es lo que siente el electorado de izquierda, no el del PSOE, a raíz de la deriva tomada por Yolanda y Sumar antes, durante y después de las elecciones generales. El desprecio a Podemos y la altanería mostrada de cara a las elecciones gallegas huelen mal, muy mal. El recuerdo del paso de Sartorius, Semprún, Almeida, Gutiérrez, Curiel, Garrido, Aguilar o el propio Carrillo al PSOE ¿es demasiado tentador para Yolanda?, ¿tiene que ver con su súbita “moderación”?, ¿obedece a un encargo de “alguien” para desmontar a Podemos? Denos datos al respecto, Yolanda. Parte de su electorado necesita creer que no es lo que parece.

Jueces que se señalan

La generación de posguerra fue víctima de execrables prácticas pedagógicas que dejaron huella en el refranero, en las relaciones sociales, en no pocos cuerpos y en muchas mentes de la población. La educación institucional, social y familiar se basaba en dos pilares efectivos de infausto recuerdo y acre olor a catequesis: miedo y castigo. Una muestra de castigo era el lema polivalente “la letra con sangre entra” usado por maestros, patronos, padres y autoridades. Una muestra del miedo era el familiar consejo susurrado “no te señales”. Ambas muestras aún siguen vigentes en conversaciones cotidianas.

El Diccionario de la Real Academia recoge los usos actuales y pasados de los vocablos con ánimo de rigor y objetividad. Se oye mucho estos días en las noticias el término señalar, con cierto tono peyorativo, para referirse al hecho de que se opine sobre el Poder Judicial, sobre el Tribunal Supremo, sobre los magistrados en general y sobre determinados jueces en particular con nombres y apellidos. “Junts señala a jueces” es el titular más repetido y evoca la acepción cuarta del DRAE: “Llamar la atención hacia alguien o algo, designándolo con la mano o de otro modo”.

Al parecer, en un país de señaladores, quien señala a la autoridad es merecedor de castigo porque la autoridad, como los dioses, es infalible y, como los reyes, inviolable. Esto evoca vagamente tiempos en que las personas tenían que demostrar su inocencia, ya fuese en la Edad Media ante el Santo Oficio o durante la dictadura ante un Tribunal de Orden Público cuyas togas pasaron, sin lavar ni planchar, a las perchas de la Audiencia Nacional en 1977. Sus señorías, ofendidísimas, se mesan los cabellos y estiran las puñetas porque al señalamiento se une la osadía de que se hable de lawfare.

Una, cansada de tanta hipocresía, de tanto postureo y, sí, de tanta injusticia, cae en la cuenta de que el término señalar cuenta con un rosario de acepciones acompañando a la cuarta, entre las que llama la atención la undécima: “Distinguirse o singularizarse, especialmente en materias de reputación, crédito y honra”. Es en este punto cuando una se pregunta si acaso no se señala el Consejo General del Poder Judicial al sostener durante cinco años un bloqueo inconstitucional. Es más, ¿no es señalarse el hecho de permanecer calladas sus señorías en cada uno de los bloqueos perpetrados por el PP para controlar a su gusto la Justicia durante veinticinco años? ¿Reputación, crédito, honra?

Hace mucho tiempo, hubo jueces y juezas que elevaron la reputación, el crédito y la honra de la Justicia a niveles inimaginables hoy día. Juezas y jueces que no temían a nada ni a nadie, que se jugaban la vida ante terroristas, narcos y mafiosos, persiguiendo delitos sin mirar quién los cometía ni dónde tenían lugar. La ciudadanía creyó en ellos y en la Justicia hasta que se toparon con delitos que incumbían al bipartidismo. Juzgaron y condenaron los casos Filesa y GAL. El caso Gürtel (2007) aún colea, pero ha provocado la caída del juez Garzón, resuelta sospechosamente por el CGPJ a partir de otra causa, después de ser señalado por el PSOE en la causa de los GAL y por el PP en la de la Gürtel.

Se señala a jueces, sin reputación ni crédito ni honra, que han señalado a partidos políticos como Podemos en una perfecta maniobra sincronizada con las derechas mediática, política y económica, sin piedad: más de veinte causas abiertas, archivadas, reabiertas y vueltas a archivar. Marchena, García Castellón, Concha Espejel, Escalonilla, Alba y un desagradable, extenso y peligroso etcétera se han señalado como brazo judicial del PP. Las togas se señalan cuando se alinean políticamente con el PP y Vox contra el Gobierno. Lawfare.

No hay día sin juez que se señale mostrando públicamente su militancia de derechas o de extrema derecha. Solo falta que sus señorías señalen a Quevedo por su poema A un juez mercadería. Denle tiempo al CGPJ y Batino presidirá el Supremo o el Constitucional.

Entre el facha y el gandul, otra vez «Verano Azul»

Azul es siempre el cielo en el Rocío,
azul está la mar bajo la brisa
y azul es el color de la camisa
que luce, cara al Sol, el facherío.

Si no vas a votar en pleno estío,
creyéndolo tan ful como ir a misa,
después verás helarse tu sonrisa
y te pondrás azul, pero de frío.

Azul será la tiña Popular
erecta con la Vox del cornetín;
azul y verde pus por tierra y mar

irán a la rapiña del botín,
en vez de garzos Na’vi de Avatar
Blue Meanies como en Yellow Submarine.

Padadú el Bardo. Julio 2023

La Virgen en campaña electoral

El fenómeno no es privativo de Andalucía, ni de España. Se trata, tal vez, del primer fenómeno globalizado(r) del que hay noticia en la historia de la humanidad. Un tema tratado por Freud en “Tótem y tabú” que ha sido objeto de estudios antropológicos, sociológicos,  psicológicos e históricos, además de fuente de inspiración para las artes en todo tiempo y lugar. Se llama tótem a cualquier objeto o ser, dotado de diversos atributos y significados sobrenaturales, que es adoptado como emblema por una tribu.

El tótem español por excelencia es un trozo de madera, piedra o cualquier otro material, con forma de mujer y atributos sobrenaturales interpretados por personas que negocian con su culto y custodia. Aunque existen tótems profanos de arraigo milenario, el catolicismo ha llenado de vírgenes la geografía cultural de las tierras que ha pisado. Las vírgenes comparten una gramática y una semántica común que las hacen reconocibles de unos lugares a otros como versiones autóctonas y folclóricas de un mismo cuento.

Por tradición y querencia al asueto (las vírgenes han usurpado las fiestas vinculadas a la agricultura), la tribu está siempre presta a fiestas de vino y gozoso jaleo. La religión es maestra a la hora de embaucar y amedrentar con miedos atávicos, convirtiendo al tótem en una potente herramienta para la movilización social, y usando la mitología para identificar a la tribu con el tótem mediante un misticismo ciego, inhibidor de la razón, eficaz para pastorear a los creyentes con la atracción del silbido y la amenaza del cayado.

Históricamente, el poder terrenal, consciente de esta virtud del tótem, lo ha usado en su provecho, tarea facilitada por un episcopado siempre abierto a repartir poder y beneficios. El ejemplo más reciente y cercano es el nacionalcatolicismo que no cesa en esta España Una, Grande y Mariana, entrada en precampaña electoral cuando el cada vez más exiguo campo andaluz andaba ocupado en labores de siembra. Caciques y capataces llevan las vírgenes al mitin mientras el pueblo baila al son de castañuelas, pito y tamboril.

Con poca fe y mucho protocolo, candidatos y candidatas de PSOE y PP se uniformarán de romeros y romeras en sus respectivos feudos luciendo traje, medalla y vara de mando para figurar en el desfile proc(f)esional delante o detrás del tótem. Ellas y ellos saben que el tótem mueve a la gente, al votante, y no dudan en utilizar a las vírgenes, todas ellas las más guapas de España, electoralmente para pedir el voto o zaherir al rival político. Curas y obispos habrá que aprovechen las romerías con la misma finalidad.

Y con el tótem, los tabúes: mucho ojo con cuestionar el dogma mariano (la religión), con criticar la fe (católica), con el sexo y el amor (si no son del agradado del tótem), con el pensamiento laico, con pensar sin tutela, con la ciencia no creacionista… y mucho ojo con votar al diablo. Desde los atriles electorales, se pronunciarán un cura católico, una pastora evangélica, una hermana neocatecumenal, un diácono del Opus, un imán islámico y un rabino judío, cada cual con su tótem y sus tabúes, todos viva-la-virgen y conservadores.