Madrid-Caracas: ida y vuelta

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La campaña mediática e institucional desatada sobre Venezuela llama a la reflexión. Hay cosas de Venezuela que no me gustan desde mucho antes de esta campaña y otras muchas que sí me gustan y que no aparecen en ella. Me disgusta que sea España, su periodismo y su diestra casta, la que utilice a Venezuela para desactivar a la oposición interna. Me preocupa que este interesado discurso falsario cale hasta la médula en el español medio tabernario.

Han conseguido, martillo pilón, dibujar sobre el chavismo, ganador en 18 de 19 elecciones avaladas por observadores internacionales, rasgos dictatoriales. Me disgusta que se reprima a quienes exhiben símbolos contrarios a un jefe de estado, sentado en el trono por un dictador, que no ha ganado una sola elección y que está exento de pasar tan democrática prueba. El presidente venezolano se lo tiene que currar, y eso me gusta, para mantenerse en el poder o pasar a la oposición. El rey y la princesa Leonor, no.

Se le reprocha a Maduro que encarcele a opositores, cosa que me disgusta, desde un país que encarcela de forma ejemplarizante a quienes piensan en voz alta y en público de manera diferente al gobierno de la ley Mordaza y la ley de Partidos. Me disgusta que dé lecciones de democracia y de derechos humanos un país que ha abolido la Justicia Universal, que no condena el franquismo y que saca una moneda de curso legal que consagra como de paz 40 años de terror.

No me gusta que las élites venezolanas desabastezcan al pueblo para provocar su indignación contra el gobierno, y tampoco que las élites españolas se apropien de lo público con la complicidad del gobierno. Me gusta que, en lo que va de siglo XXI, la pobreza haya pasado del 49 al 27% de la población venezolana y me disgusta que España, en los últimos tres años, haya emprendido el camino inverso. Me gusta que la desnutrición venezolana haya pasado del 13,5 al 5%, el desempleo del 16 al 7% y que la UNESCO haya declarado a aquel país libre de analfabetismo. Me horroriza que la democracia española esté consiguiendo justo lo contrario.

Venezuela y España están hermanadas por oligopolios mediáticos que se vuelcan en denostar a la primera y encubrir las miserias de la segunda. Se echaba en cara a Chávez el uso de la televisión como elemento de propaganda, cosa que no me gustaba, y resultó un aprendiz comparado con lo que el PP ha hecho y hace con las televisiones públicas de España. Populismo llaman a Maduro y el pajarito, a Báñez y la virgen del Rocío. La prensa no es libre ni aquí ni allá y es la de España, sin duda, la más manipuladora y manipulada.

No me gusta un país que financia a partidos extrafronterizos. No me gustó la presencia de Carromeros en Cuba, ni las asesorías de Felipes González o Aznares a los Capriles de Hispanoamérica. No me gustan los países que apoyan dictaduras como la marroquí, la saudí o la guineana. No me gustan los países que flirtean y condecoran a dictadores como Pinochet o Videla. No me gusta que el dinero secuestre democracias y, en este sentido, no me gustan mis gobernantes, no me gusta mi país. Me gusta la utopía de que sea el pueblo quien gobierne España.

Me gusta que la dignidad de los pueblos latinoamericanos rechazara el Tratado de Libre Comercio de las Américas y escapasen del imperio norteamericano, ni Obama lo ha perdonado. La dignidad tiene un precio y Venezuela ha sido declarada enemigo público de USA, por su rebeldía y porque hasta EEUU se ha creído que es el modelo de la oposición al neoliberalismo europeo. Me disgusta y me horroriza que Europa haya caído en la sima de la indignidad permitiendo que las élites mercantiles y financieras, americanas y europeas, pacten en secreto, de espaldas a la ciudadanía, el TTIP, el tiro de gracia a la democracia.

Una diferencia a tener en cuenta entre Venezuela y España es que allí, para gobernar por decreto, el presidente pide permiso a la Asamblea Nacional. Aquí se hace sin permiso del Congreso, sin consenso, por la cara. ¿Venezuela o España? ¿Madrid o Caracas? Ni tan sucia ni tan limpia, ni tan dictatorial ni tan demócrata. O pueblo, o dinero: es lo que las separa.

¿Halloween? ¡Sus muertos!

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Hay expresiones en el lenguaje coloquial capaces de condensar la reacción humana ante una situación inhóspita o insospechada. Una cagada de pájaro sobre el abrigo, un dedo pinchado por la aguja, un apagón eléctrico que avería la lavadora, un embotellamiento que transforma en prisión condicional el coche… son muchos y variados los ejemplos a los que responde el sintético «¡sus muertos!» empleado cotidianamente como calmante verbal. También se suele utilizar de forma familiar y amistosa sin suscitar animadversión en la persona receptora el epítome.

Estos días son para el descanso laboral de quienes puedan disfrutarlo, días de viajes y visitas programadas o improvisadas, días de ajuste de cuentas a tareas pendientes y días de limpieza de lápidas y nichos. Hay que recordar que el día 2 de noviembre es, en la tradición española, el día de los difuntos vendido al colonialismo cultural anglosajón y derrotado por Halloween. Una ocasión propicia para exclamar un ¡sus muertos! dirigido a la cultura consumista que cualquier producto norteamericano lleva adosada en los bajos.

En España, mientras las generaciones más adultas continúan la tradición de adecentar cementerios, fosas comunes o cunetas, y rogar por las almas de los difuntos, se suceden hechos luctuosos unos tras otros. El 13 de octubre, la iglesia beatificó a sus mártires en Tarragona ofreciendo católico olvido a los mártires de fosas y cunetas; eran “sus” muertos. El 27, miles de ciudadanos salen a la calle en nombre de los muertos de ETA y allí estaba el PP sacando provecho y reclamándolos como “sus” muertos. Al día siguiente, mueren seis mineros en León, seis «privilegiados» para el ABC cuando hacían huelga: ¡sus muertos! Y el día 31 Ana Botella, en un rapto cercano al masoquismo necrófilo, asiste a un acto en recuerdo de las víctimas del Madrid Arena. Como era de esperar, ha sufrido los improperios de los asistentes que podrían haber resumido gritando ¡sus muertos!

El resto de la actualidad se ha movido en un ambiente sin cadáveres pero no menos tétrico, luctuoso y, además, disfrazado. Lo más reseñable es la campaña de optimismo y campanas de gloria emprendida por el gobierno y el Partido Popular para enterrar la crisis. Con los cadáveres aún calientes de los derechos sociales, velados en la mayoría de los hogares, proclaman que hay luz al final del túnel, que hay brotes verdes y que las empresas del Ibex y la banca ya tienen beneficios. Y se lo dicen al pueblo saqueado y esclavizado ¿Fin de la crisis?: ¡sus muertos!

Se ha aceptado la moda del disfraz para estos días y este año el más exitoso es la toga. Un fúnebre cortejo de negras togas escolta los restos mortales de la blanca dama de los ojos vendados con la balanza y la espada sobre el ataud. Un remedo de la Santa Compaña recorre los juzgados de la Gürtel, de los ERE, de Bárcenas, de Nóos, del Palau, de la privatización sanitaria madrileña y otros menos mediáticos cuyas diligencias y sentencias parecen inspiradas en el concepto de “truco o trato”. ¡Sus muertos! clama la judicialmente analfabeta ciudadanía.

A pesar de todo, conviene acatar sin remilgos la cultura Halloween del amigo americano, no vaya a ser que el Gran Hermano te condene al corredor de la muerte por el mayor de los crímenes contemplados en la legislación yanqui: las actividades antiamericanas. El Pentágono espía y Europa espía para el Pentágono, el premio Nobel de la Paz Obama te vigila, el CNI te vigila, Microsoft te vigila, Apple te vigila, Google te vigila, Facebook te vigila, Twitter te vigila, todos te vigilan. ¿Tan importante eres? ¡Sus muertos!

Otra guerra para la vergüenza

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Tras recibirlo Obama en 2009 y la Unión Europea en 2012, el Premio Nobel de la Paz se ha precipitado por el desagüe del descrédito social. Premiar al presidente de la nación que más guerras promueve, del país que sitúa las armas en lo más alto de su escala de valores, fue un desatino, una bofetada a dos manos en el rostro de la Paz. Premiar al continente que ha exportado la guerra a los otros cuatro y cuya historia es una milenaria sucesión de batallas y guerras internas y externas, ha sido un traspiés de la Academia Sueca, una nefasta evidencia de que el significado de la palabra “Paz» ha sido adulterado.

Las guerras han tenido y siguen teniendo dos pilares básicos, el económico y el religioso, endiabladamente complementarios entre sí. Las guerras, desde el siglo XX, se han perfeccionado hasta el punto de que la muerte y la destrucción se ceban casi exclusivamente en la población civil, lo que no autoriza a considerarlas civilizadas, sino todo lo contrario. Los estrategas modernos no mueven miniaturas militares sobre maquetas ni dibujan los avances del horror sobre mapas. Hoy las guerras se diseñan en Wall Street y los generales manejan gráficas y cotizaciones de bolsa.

Desde hace décadas, se ha creado un embudo mediático para inculcar a la población la idea de que lo realmente inhumano es el empleo de armas químicas, como si una bala, una mina, un obús, un misil o un machete sobre el corazón humanizaran la muerte. El holocausto nazi ha relegado a la tercera plaza del horror la bomba de Hiroshima o el agente naranja de Vietnam, mientras la moral occidental reserva el segundo escalón a esas armas de destrucción masiva que, en manos infieles, suponen una amenaza para toda la humanidad.

Un paseo por el mercado de la muerte al por mayor permite comprobar que los amos de la industria bélica son países que apenas soportan guerras en sus territorios: Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia, Reino Unido, China, Países Bajos, Suecia, Italia, Israel, Ucrania y España. El mundo civilizado comercia con la muerte y necesita que este mercado esté activo porque, entre otros daños colaterales, contribuye a empobrecer al resto de la humanidad que participa en la silenciosa guerra de la especulación económica global. Guerra, petróleo, pobreza y beneficio son los nuevos Jinetes del Apocalipsis.

Otra vez la guerra asalta la vida cotidiana, ahora en Siria, otra vez los demonios y los ángeles de la muerte, otra vez el olor del petróleo y el brillo del oro, otra vez la sangre inocente y los errores divinos, otra vez las vestiduras rasgadas y los sepulcros blanqueados. La ONU, esa conciencia mundial devaluada, investiga el uso de armas químicas sin importarle las miles de muertes provocadas de manera artesanal ni la procedencia de las herramientas empleadas por los matarifes. La ONU se pierde por el mismo desagüe que el Nobel de la Paz.

Los países que creen en el dios verdadero han decretado el llanto general ante la barbarie de los países atrapados por falsas doctrinas de inciertos dioses. Como en Corea, Vietnam, Camboya, Afganistán o Irak, los mercaderes de armas salvarán al pueblo sirio con fuego amigo, tan mortal o más que el enemigo, derribarán un régimen asesino, contribuirán a la democratización del país, recogerán beneficios y volverán a vender tecnología militar a las facciones que surjan allá cuando se retiren los salvadores. El negocio estará hecho y la lista de espera de nuevos escenarios bélicos ofrecerá un nuevo país en tanto que Siria se recupera.

Cada vez son más las personas que asumen y propagan el mantra de que las guerras, al igual que la codicia, son inherentes a la naturaleza humana. Millones de personas en el mundo luchan contra la codicia y la muerte, buscando un mundo mejor, pero son calificadas por la sociedad acomodada como utópicas o perroflautas en un ejercicio de cinismo que lava su conciencia con agua sucia y contaminada.

Entre buenos y malos

filosofia

La escuela de Atenas (fragmento). Rafael Sanzio. 1510-1511.

«La creencia en algún tipo de maldad sobrenatural no es necesaria. Los hombres por sí solos ya son capaces de cualquier maldad». Joseph Conrad

La reducción del pensamiento a esquemas simples es la base del aprendizaje que permitirá construir estructuras capaces de interpetrar adecuadamente lo complejo. Reducir el aprendizaje a los esquemas simples es la base para construir una sociedad dócil y facilitar su control por quienes manejan las claves de lo complejo. Un déficit en el aprendizaje suele llevar a la obediencia ciega, los miedos y la fe, estableciendo una pirámide social de exigua cúpula e inmensa base.

Las élites del poder proponen un binomio simple de buenos y malos para encajar en él a toda la humanidad. Desde la infancia, la familia, el vecindario, la literatura, el cine y la maquinaria educadora extraescolar reducen la realidad al bien y al mal sin peligrosos matices, sin lecturas intermedias, sin arriesgadas alternativas, al cobijo de la inmediatez y la comodidad. Los conceptos simples, como el aire, penetran en las personas para ofrecer vida y contaminar.

El bien y el mal, el bueno y el malo, sitúan a las personas en la geografía vital y las orientan a la hora de analizar los acontecimientos cotidianos. Se trata de un pensamiento mecánico e inmediato que muestra desajustes, cuando se enfrenta a situaciones complejas, y provoca incomodidades y riñas entre mentes que no aspiran a emanciparse de la simplicidad. Ante un hecho complejo, lo bueno y lo malo son conceptos insuficientes, peligrosos y contaminantes.

Impedir el derecho a la libre circulación de las personas, artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es una herida global compleja porque las personas viajan con un equipaje de intenciones particulares y una indumentaria subjetiva. Retener al presidente Evo Morales, indígena y electo, se ha justificado con el argumento simple de que podría llevar en la maleta a Snowden, el delator de las prácticas delictivas realizadas por el Nobel Obama.

Para el gobierno español, el delator y el indígena son los malos y el delatado es el bueno. “Nos dijeron que Snowden iba en el avión” es razón suficiente para que Margallo pose la suela de un zapato español sobre los Derechos Humanos y la presunción de inocencia, una fruslería al lado del reguero de muerte que Aznar facilitó cuando los mismos le dijeron que en Irak había armas de destrucción masiva. Los «buenos» siempre ganan porque la obediencia ciega y el miedo de los simples impiden el cierre del espacio aéreo y del territorio español a los vuelos ilegales de la CIA que transportan secuestrados al zulo de la tortura en Guantánamo.

El caso Bretón es una compleja lágrima que se desliza entre bidones de gasoil, ausencias infantiles, cadenas de custodia y pruebas judiciales. Los medios han hecho del juicio un espectáculo por entregas en las sobremesas de los españoles ofreciendo lo simple, lo inmediato y lo cómodo. Incómodo y complejo es contemplar cómo el juez escucha la voz experta de un asesino convicto, confeso, fugado, extraditado, liberado y contratado como asesor y proveedor de las fuerzas de seguridad de un estado sospechoso ya de distinguir entre tiros en la nuca buenos y malos. Lo simple es pensar que Bretón es malo y que el ejecutor de Yolanda González ahora es bueno, lo complejo es defender la presunción de inocencia y la reinserción.

Los sucesos de Egipto son una ecuación tan compleja que las potencias aún no han decidido si lo acontecido con el presidente electo Morsi es bueno o malo. La UE, EE.UU., Rusia o China están a la espera de que la sangre decida quién es el bueno. En esta sociedad dudosamente civilizada se dan paradojas como la de Gadafi, el buen libio amigo de Zapatero, de Aznar, de Juan Carlos I, de Sarkozy, de Berlusconi, de Blair o de Bush que un buen día dejó de serlo y fue juzgado por aviones de guerra del bando de los buenos y ajusticiado por una bala, no se sabe si buena o mala.

Rajoy inyecta el fútbol en vena

Es impresionante la capacidad del presidente del reino de España para presentar como triunfos las desgracias del país que gobierna desde la mentira, el silencio y la manipulación -al parecer es un triunfo que Campechano I haya abdicado en favor del FMI y del Eurogrupo-, y que lo haga como triunfo propio, obviando que Hollande y Obama hayan enmendado la plana a su admirada Merkel proponiendo los eurobonos y la inversión como alternativas a los recortes, recortes y más recortes del neoliberalismo.

Impresiona asimismo su machacona insistencia en que había que haberlo hecho antes. Antes incluso de que se conociese la estafa de Bankia por parte de su mentor económico Rato o el camuflaje del déficit público por parte de sus comunidades autónomas emblemáticas. Zapatero, en vías de convertirse en gran estadista comparado con Mariano, hizo una reforma financiera pecando de no prever que los buques insignia del PP eran pateras conducidas por patrones protegidos del PP y se tragó las cuentas falseadas de, entre otros, su enemiga y enemiga de todos Aguirre.

Mariano da la vuelta a la tortilla para proclamar que son los bancos quienes deben responder a un préstamo que firma y avala el estado (perdón, el reino, que quede claro) español y que no repercutirá en el pueblo. Don Mariano: como todos los avalistas, el estado debe responder en caso de incumplimiento por parte de esa caterva de gánsters que nos roban a diario con comisiones vergonzantes, mantenimientos de cuentas delictivos, uso de las tarjetas con sisa o suelos hipotecarios leoninos. Pero, es más, en el mejor de los casos es el pueblo español quien sufrirá en sus carnes la inclusión como déficit público en las finanzas del estado esos intereses «inmejorables» con que nos acaban de secuestrar (rescatar) vía subida de impuestos, recortes a los funcionarios, devaluación de pensiones, endurecimiento casi criminal de las prestaciones por desempleo o privatizaciones de servicios e infraestructuras públicas.

Va don Mariano y se permite el lujo de soltarnos la mentira de que, lejos de recibir presiones, ha sido él, el poderoso, quien ha presionado. Debe pensar que España sigue siendo el yermo inculto y analfabeto de los años dorados del franquismo al que su «querida» Aguirre y su indescriptible Wert quieren hacernos volver vía recortes injustificados y desprecio indecente hacia la educación pública. Don Mariano: a España llega internet y muchos españoles hemos aprendido idiomas que nos permiten contrastar con la prensa internacional lo que ABC, La Razón, El Mundo y todos los medios de extrema derecha que le ríen sus gracias y le imponen muchas de sus mentiras, tratan de presentarnos como periodismo.

Para finalizar, es de vergüenza que usted se permita el lujo de coger un avión para ir y otro para volver del fútbol en un momento en que usted ha solucionado «sus problemas» agudizando y empeorando los problemas de sus gobernados. Usted se va al fútbol costeado por todos los españoles y, encima, se permite quejarse de no poder ver el tenis. Se comprende que tenga usted tanto tiempo, en vista de que nunca da la cara o, cuando la da, lo hace deprisa y mintiendo. Para eso, casi es preferible su silencio.

Es de esperar que no reclame para sí y para su partido las victorias de la selección.

No vaya al fútbol, por favor; y si va, hágalo con modestia, con discreción y con su dinero; y hágalo cuando el resto de los españoles podamos disfrutarlo sin temor a que usted y los suyos sigan jodiéndonos con esa herencia que le está preparando a nuestros hijos, nietos, bisnietos…