Las urnas se han pronunciado. El pueblo ha hablado, o callado. Andalucía ha votado. Se comprenda o no, disguste más o guste menos, ahí está el resultado. El pueblo del millón de parados, el de los ERE y el fraude formativo con dos presidentes fugados, el del campo enladrillado, ha decidido que continúen los mismos que lo han expoliado. Nada que objetar. Se aceptan porcentajes, se acatan voluntades y al pueblo andaluz no le queda otra que padecer lo votado.
La señora Botín, los herederos de Cayetana de Alba, los empresarios y los miles de enchufados, a las once de la noche suspiraron aliviados. Todo seguirá igual para ellos, nada ha cambiado, si acaso hacen quinielas sobre el traslado de Susana a Madrid, sobre el cuándo. Y no son los únicos, también apuestan en Ferraz y Pedro Sánchez ya ha iniciado su personal cuenta atrás. El sistema, el bipartidismo, ha salido reforzado, unos menos y otros más.
Analistas, todólogos, sociólogos, periodistas y tertulianos hacen malabares para interpretar los datos. La ciudadanía seguirá con lo mismo, con precariedad y desahucios, sin suministros básicos, sin banco de tierras, sin banca pública, con los latigazos del paro, con falsas promesas, con aulas prefabricadas, sin los docentes y médicos necesarios, preguntándose a diario, bajo el secador de pelo o el codo empinando, quién y en qué se ha equivocado.
Hay un hecho que conviene resaltar. Un partido que pacta con el PP el rescate de la banca, que pacta con ellos para encubrir a sus sospechosos y que compite con el mismo en recortes y reformas laborales, no es un partido de izquierdas, sino derecha moderada. En este sentido, sumando a los suyos los votos de Ciudadanos, se puede decir que en Andalucía el centro derecha ha arrasado, ha caído la extrema derecha y la izquierda ha fracasado. De ahí el empresarial y financiero alivio en una Andalucía que no es de izquierdas y vota socialismo falso.
Otro hecho denigrantemente constatable es el popular apoyo mayoritario a quienes van camino de cuarenta corruptos años saqueando. La ética ha muerto en las urnas, voto a voto, ciudadano a ciudadano, y más del 60% de Andalucía a los corruptos ha vuelto a tender su mano. Otro motivo para la queja, para la indignación, para la vergüenza, durante los próximos cuatro años. El dinero público esnifado, bebido o prostituido, ha recibido de la mayoría el respaldo.
La izquierda, acosada desde el papel, las pantallas y las ondas, ha sucumbido. Votar es un ejercicio mediatizado, un medio que igual vale para echar a alguien de la casa de Gran Hermano que para decidir el futuro de los hogares ciudadanos. La conciencia de clase, inexistente en el pueblo llano, no mueve al electorado y los trabajadores han elegido postrarse a los pies de los mercados. A día de hoy, los partidos de la izquierda aún no se ha enterado.
¿Qué espera Andalucía después de los comicios autonómicos recién acabados? Más de lo mismo, más corrupción, más nepotismo, más desarraigo, más desprecio, más necesidades adobadas con desencanto. Andalucía casi ha abandonado, abrazada a las derechas, a izquierdistas candidatos, les ha suspendido o no les ha aprobado. Por este camino, Andalucía seguirá siendo un cero a la izquierda, una rémora para el bipartidismo, en los números del estado.