La épica trata de hechos protagonizados por personas que hacen frente a situaciones y enemigos de abrumadora superioridad en fuerza, número y armamento. Las crónicas recogerán y los juglares cantarán la gesta del héroe, individual o colectivo, sin importar que el desenlace sea la derrota, las más de las veces, o la victoria, en raras ocasiones. La figura del héroe crece en el imaginario colectivo de forma que la leyenda difumina los límites del hecho histórico. Aún se recuerda, XXV siglos después, con gran éxito de taquilla, la hazaña de Leónidas y sus trescientos espartanos en la batalla de las Termópilas.
Las leyendas suelen ser fruto de la reacción de los pueblos que buscan la supervivencia y la superación de situaciones límite de adversidad y opresión. En esas ocasiones, la función de la figura del héroe es aportar esperanza, ilusionar a quienes sufren, contrarrestar tanta desdicha, transformar la cruda realidad en una ilusión paralela. Los pueblos recuerdan y transmiten las epopeyas a modo de bálsamo cicatrizador de las heridas recibidas y como fábula ejemplarizante para prevenir futuros infortunios.
Para desgracia de la Humanidad, existen más personajes dignos de figurar en La historia universal de la infamia de J. L. Borges que héroes. En el libro se esbozan las figuras de matones detestables sin recoger las de monstruos como Hitler, Stalin, Franco, Mussolini, Pinochet, Videla, Netanyahu y un luctuoso etcétera. Estos monstruos genocidas son ídolos que mueven masas, en concreto, legiones descerebradas que sólo admiten el pensamiento único de dictaduras y religiones basado en el odio sectario. De mente simple, sólo necesitan una bandera, un himno, un uniforme si acaso y que les señalen un enemigo fácil, débil, derrotable sin esfuerzo ni desgaste, para desatar la violencia contenida.
Los monstruos generan una secuela de matones que exhiben su miseria moral sin más objetivo que infundir terror a sus víctimas y recibir una palmada en el lomo por parte del amo. Cuentan los matones con la complicidad de quienes debieran velar por la paz y la convivencia, sea el profesorado en el colegio o la judicatura y las fuerzas de seguridad en las calles. Los matones son un peligro por sus actos y la adhesión inquebrantable de personas sin neuronas que ven en ellos caudillos poco escrupulosos a la hora de aceptar adeptos: basta con no pensar y practicar la obediencia ciega.
Los matones marcan el camino sin retorno de la decadencia y auguran periodos de destrucción social que recogerán las crónicas en el apéndice de “degeneración y desastre”, a la postre el más voluminoso de cuantos componen la Historia de la Humanidad. Es ésta una época de apogeo universal del matonismo, con capos a nivel global como Donald Trump liderando bandas de psicópatas conjuradas para destruir la Democracia como sistema menos injusto de convivencia.
Matones de extrema derecha como Abascal, Ortega Smith o Losantos incitan a las masas irracionales a ejercer la violencia callejera con apoyo ayusista, mediático y de una Justicia y Fuerzas de Seguridad militantes y contemplativas. Colgar y apalear un muñeco que representa al Presidente del Gobierno Legítimo y Democrático de España es un paso más hacia una Noche de los cristales rotos 3.0, hacia el terror. Antes, matones radicales dispararon a las fotos del Presidente y del Vicepresidente, amenazaron con fusilar a 26.000.000 de hijoputas y rompieron el cordón policial que protegía el Congreso, todo ello sin reproche penal.