En el referéndum sobre la Ley para la Reforma Política, en 1976, para apoyar la participación se utilizó la canción del grupo Vino Tinto que decía: «Habla pueblo habla, / tuyo es el mañana. / Habla y no permitas / que roben tu palabra. / Habla pueblo habla, / habla sin temor. / No dejes que nadie / apague tu voz.» Eran tiempos de ilusión por el fin de la dictadura franquista y de esperanza en la democracia, el gobierno del pueblo. Eran tiempos en que la gente escuchaba y se identificaba con los políticos.
Han bastado 40 años para que la burbuja política estalle en la conciencia ciudadana. 40 largos años trufados de incumplimientos electorales, salpicados de corrupción y distanciados de las necesidades reales del pueblo, han sido suficientes para que la desconfianza en la clase política adquiera rango de escándalo al auparse en las encuestas del CIS como el tercer problema para los españoles.
Los oídos ciudadanos han sido taponados por el falaz “todos los políticos son iguales” que tiene su origen en la actitud de todos los partidos que nos han gobernado hasta ahora y se extiende injustamente a todos sus militantes y a partidos que no han tenido oportunidad de demostrar lo contrario. La representatividad que se otorgan PP y PSOE es nula de pleno derecho desde el momento en que ambos partidos incumplen los programas electorales que motivan los votos que les otorgan sus escaños.
Cuando las acciones del gobierno van en contra de la ciudadanía, cuando se gobierna a las órdenes de quienes no se han presentado al plebiscito popular, podemos entender que se ha perpetrado un golpe de estado suplantando la soberanía ciudadana por la soberanía financiera. El pueblo tiene el derecho y la obligación de levantar la voz y hacérselo saber a un gobierno enrocado en el neoliberalismo que desprecia y fustiga a quienes, de acuerdo con el significado de la palabra democracia, deben ejercer el poder: el pueblo, no los mercados. Le llaman democracia y es una oligarquía del capital.
Este gobierno en concreto ha destruido la sanidad para privatizarla y ponerla en manos de empresas como Capio participadas por políticos o familiares del partido popular. Este gobierno está arrasando la educación pública para satisfacer las demandas y las cuentas corrientes de la Conferencia Episcopal a través de los colegios del Opus y demás congregaciones concertadas. Este gobierno descapitaliza a las clases más bajas para capitalizar a la banqueros e inversores. Este gobierno no trabaja para el pueblo. Este gobierno no es del pueblo.
Y, para más inri, este gobierno ha retrocedido más de cincuenta años para destrozar el estado de derecho haciendo sospechosos a todos los ciudadanos y practicando una represión con episodios cercanos al terrorismo callejero. La sangre de los manifestantes es una mancha en la marca España que nos identifica como un estado totalitario fuera y dentro de nuestras fronteras. Matar al mensajero es un deporte practicado por déspotas, por mucho que insistan los voceros mediáticos y parlamentarios del Partido Popular en que son violentos quienes no permiten que les roben la palabra y quienes no dejan que nadie apague sus voces.
El presidente, adicto al silencio, es heredero de quien siendo ministro de información sometió a la prensa a censura previa, pide silencio a la calle, impone el silencio o la mentira en sus ruedas de prensa y habla en la ONU a un auditorio ausente que traduce su discurso al silencio. El presidente Rajoy tiene la desFACHAtez de intentar apropiarse también del silencio de quienes por motivos diversos se quedaron en casa el 25S. No me atrevo a modificar los hábitos de Rajoy, bebedor de vino y fumador de puros, pero le sugeriría que probase la marihuana: sus efectos no serían apenas perceptibles en un sujeto que habla poco, gusta del silencio y cuando habla parece fonética y semánticamente «colocado».
El pueblo habla y el gobierno reprime para imponer por la fuerza el silencio. La libertad de expresión y la democracia están amenazadas muy seriamente. Esta generación corre el riesgo de ser recordada no por lo que le hicieron los gobiernos del PP y del PSOE, que es mucho y malo, sino por quienes optaron por el silencio cómplice y sumiso que adora Rajoy.