Casa y caza

Para una mayoría social, la casa (con «S», la vivienda en el mundo seseante o ceceante) es una angustia vital ineludible. Para otro sector mayoritario, la caza (con «Z», abatir a disparos) es un peligroso divertimento en una España con miles de francotiradores de gatillo fácil. En los aciagos tiempos del NO‐DO, las monterías del dictador servían para distraer del hambre al pueblo y endulzar su memoria criminal. Hoy, la caza es utilizada para que el pueblo olvide problemas como el de acceder al derecho a la vivienda. 

Las derechas radical y neoliberal, que azotan y esquilman el país, han rescatado la idea y la ideología de considerar a España como un coto privado para ojear, apuntar y disparar a su antojo sobre las piezas que les estorban. Lo harían, en sentido literal, con fuego real, si tuviesen suficientes apoyos. Medios y togas llevan tiempo disparando con armas letales y destrozando vidas y proyectos, los proyectos de quienes hacen posibles otras políticas y las vidas de quienes mueren trabajando para acceder a una vivienda.

La mayor cacería acontecida en España ha sido la organizada contra Podemos y sus dirigentes. Se han movilizado y coordinado, armadas con escopetas, cananas repletas, cepos dentados y machetes de monte, letales partidas de políticos, policías, empresarios, banqueros y jueces, acompañadas de jaurías mediáticas babeantes de rabia. No han cazado, ni cazan, con afán cinegético, «deportivo» o alimenticio, sino por puro instinto asesino, por una pulsión presapiens, salvaje, del más cruel exterminio depredador.

Ha habido, hay y habrá extremistas de Jusapol falseando datos, amañando pruebas y filtrando informes. Les da igual. Aunque actuaron y actúan como policía política por orden ministerial, lo hubieran hecho por militancia extremista. Son servidores públicos que usan la porra en las manifestaciones de «sus enemigos» y se prestan, cómplices, a fotos con manifestantes de pulsera rojigualda y bandera franquista. Son la Policía Política capaz de manifestarse con la derecha radical en contra del Gobierno y la Democracia.

Ha habido, hay y habrá jueces dispuestos a violar, solos o en manada, a la Justicia en nombre de su dios, su patria y su rey. Jueces que ponderan pruebas falsas, que dan crédito a falsos testimonios, que reabren casos sin recorrido, condenan a inocentes y absuelven a culpables en nombre de su militancia ideológica, que no de la Ley o la decencia. ¿Es necesario dar nombres? Son servidores públicos que obedecen antes a su dios que al Estado, antes a sus creencias que a los Códigos y las evidencias.

Ha habido, hay y habrá medios de comunicación que sacrifican la información en el altar de la propaganda, medios militantes al servicio de quien les paga, medios que hozan en el silencio y retozan en el fango del bulo. Son medios bastardos que abandonaron el periodismo libre y democrático para militar en los aparatos ideológicos de los poderes empresarial, financiero y político. Son medios que dejaron de prestar el imprescindible servicio público de informar para proteger a la sociedad y defender la Democracia.

Ha habido, hay y habrá oposición, fusiles y paredón para quienes, como Podemos, planteen remover el statu quo con medidas en defensa de la ciudadanía y, por tanto, contra los intereses del capital. La extrema derecha del PP, la ultraderecha de Vox y el centro derecha del PSOE no lo permitirán de ninguna manera. ¿Hacer cumplir el artículo 47, el derecho a una casa, y otros, de la Constitución? ¡¡Ni pensarlo!! La transición hizo demócratas a jueces, policías y guardias civiles franquistas como si nada, y están de caza.

El COVID–19 de la bandera

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Durante la época negra de la dictadura, la bandera roja y gualda fue el símbolo del franquismo, del terror, de la sangre, de la represión. La población española, a excepción del régimen y sus elitistas satélites, identificaba la bandera con juicios sumarísimos, detenciones, torturas, muerte o prisión. Había obligación de izarla y arriarla en los colegios entre rezos y gritos adoctrinadores.

Durante la transición, la bandera de los vencedores fue símbolo de vergüenza para quienes la exhibían públicamente. A la par, contaminada por sus portadores, en su mayoría nostálgicos del régimen, era rechazada por la mayoría ciudadana que había optado por banderas más limpias, menos sangrientas, y perseguidas durante la larga pesadilla. La bandera permaneció en el armario de la indignidad hasta entrado el siglo XXI.

Fue en 2010. Fábregas pasa el balón a Iniesta, que lo empalma y lo manda a la red. El mundo grita ¡¡Goooool de Iniesta!! ¡¡España, campeona del mundo!! A partir de ese hito, la bandera fue desempolvada y se le aplicó una ortopedia deportiva con la que ha ido disimulando su notoria minusvalía histórica, su renqueo democrático. La ciudadanía, olvidada la perspectiva de la historia, instaló la bandera en su indumentaria cotidiana.

Apenas dos semanas antes del celebrado gol, el Tribunal Constitucional se pronunciaba sobre el recurso interpuesto por el Partido Popular al Estatut de Catalunya. Fue la culminación de la estrategia españolizante de la derecha para reivindicar la patria como la “unidad de destino en lo universal” falangista, el fascismo patrio. La estrategia del PP y de Ciudadanos ha consistido y consiste en agitar la bandera. Resultado: fabricar independentistas radicalizados a escala industrial donde apenas había un 10 ó 15%.

Antes lo hicieron con Euskadi y más tarde con el País Valenciá. Al grito de “España es una y no cincuenta y una” voceaban los padres y los hijos de la dictadura su rechazo a la democracia. Hoy, se suman a esta ideología facciosa los nietos radicalizados de las élites franquistas, los nostálgicos de la dictadura, y los cerebros de encefalograma rojigualdo se multiplican como un acechante virus devastador.

La bandera roja y amarilla vuelve a lucir las mismas manchas denigrantes de sangre y oro que tuvo durante tantas décadas: sangre de disidentes y oro para las élites. Como siempre ha sido, como debe ser, como dios manda. Las sucias manos, las zarpas de la ultraderecha y las garras de la extrema derecha, unidas en sus objetivos no democráticos, marranean todo lo que tocan y la bandera la están manoseando con fruición.

Es así como están consiguiendo que la enseña de todos los españoles, y de todas las españolas, vuelva a ser el siniestro y sucio trapo que fue hasta que lo indultó Iniesta. Ver a esas élites clasistas sobando la bandera, como un cura bigardo a un monaguillo, es repugnante. La bandera rojigualda comienza a desprender el acre olor a alcanfor, a polilla, a sangre inocente, a fosa común y a cuneta de siempre, con águila o con corona.

La transición del régimen

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Los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el Poder son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve; no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que, de fijo, ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos…”

Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales, Episodio 46 – Cánovas (1912)

La guerra civil y la posguerra tuvieron como efecto colateral el asentamiento de una élite financiera y empresarial lucrada a la sombra del poder. El franquismo supuso la demolición de los derechos cívicos alcanzados con la II República –entre ellos los derechos laborales– y el reparto del botín saqueado al estado y a los vencidos. Surgieron así grandes fortunas y personajes que se unieron a expoliadores de abolengo ya existentes desde el siglo XVIII.

Hasta la muerte del dictador en 1975, fueron numerosos los casos de corrupción en sus círculos familiares (Nicolás Franco, Pilar Franco o el Marqués de Villaverde), políticos y de amistades. Franco lo toleraba y los poderes públicos enmascaraban los escándalos, gracias, entre otras cosas, a la no existencia de libertad de prensa y a la represión. En el caso de Manufacturas Metálicas Madrileñas, su hermano fue amnistiado por el Consejo de Ministros. Su hermana Pilar acumuló una inmensa fortuna, propiedades y disfrutó una pensión vitalicia de 12.500.000 de pesetas.

Los casos SOFICO, MATESA, Confecciones Gibraltar, o la desaparición de 4.000.000 de litros de aceite del Estado en el caso REACE, sin olvidar el estraperlo, son algunos ejemplos de la corrupción durante el franquismo. El desarrollo económico propició la aparición de numerosas fortunas utilizando las influencias del llamado «Clan del Pardo», a la par que se desataba la evasión de capitales al extranjero, principalmente a Suiza.

Falangista y miembro de la Secretaría General del Movimiento, Suárez fue el presidente elegido por el heredero de Franco para lavar la cara al régimen. Echaron mano para ello de Giuseppe Tomasi de Lampedusa: Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie. Bajo esta premisa, entre ruido de sables, el pueblo español aprobó una Constitución votando con la inercia electoral de los referéndums que Franco convocaba: se votaba lo que decía el régimen.

Más o menos, en esto consistió la idealizada transición. Detalle sin importancia fue que jueces, militares y fuerzas de seguridad del régimen no jurasen la Constitución para permanecer en sus puestos. Una minucia que dejó secuelas institucionales que aún hoy seguimos sufriendo. Por su parte, el heredero de la Jefatura del Estado juró la Constitución poco después de haber jurado por Dios y los santos evangelios guardar lealtad a los principios del Movimiento Nacional.

La aventura democrática de Suárez acabó cuando las mismas élites franquistas comprobaron que el temido socialismo había sido satisfactoriamente domesticado por la socialdemocracia alemana. Felipe González usurpó las siglas del PSOE en Toulouse (1972) y apuntilló el socialismo en 1974. Las élites lo bendijeron, fue elegido presidente y dio continuidad al régimen anterior: privatizaciones, precarización del empleo… y corrupción.

Alianza Popular, infectada de franquismo, tomó nota y cambió todo para que nada cambiase refundándose como PP. Aznar utilizó la podredumbre corrupta del PsoE para desbancarlo y ocupar la presidencia del gobierno. Quedaba inaugurada la alternancia del bipartidismo y la sustitución definitiva del régimen franquista por su prolongación: el régimen del 78. Son sus señas de identidad la precariedad laboral, la demolición de derechos cívicos, las privatizaciones… y corrupción, corrupción y más corrupción.

No es difícil concluir, a la vista de los hechos, que pocas cosas han cambiado en España con la monarquía parlamentaria, novedoso régimen heredado del régimen franquista y alternativa a la democracia real como sistema político y social. El bipartidismo no es más que la suma de dos organizaciones que giran en torno a la corrupción en todas sus formas: legislar a la carta para las élites, puertas giratorias, adjudicaciones públicas amañadas, privatizaciones o comisiones bajo cuerda son prácticas comunes a los dos partidos.

También son comunes las explicaciones que ofrecen y los argumentarios que esgrimen cuando cae sobre ellos la justicia. Dos gotas de agua no potable y perjudicial para la salud que, sin embargo, son las más votadas por el electorado, gracias a su financiación por las élites económicas y al lamentable apoyo mediático que les dispensan los grupos empresariales de comunicación. ¿Se puede hablar, pues, de democracia?

Política basura

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La transición de la dictadura militar a esto aceptado como democracia se hizo sin barrer ni fregar, es decir, con toda la basura franquista maculando el país y el sistema. El miedo a los tanques y a la tradición del terrorismo militar hizo que buena parte de la clase política, casi toda, rehusara a las escobas y las fregonas, imprescindibles para una adecuada higiene democrática. Así, lastrada por esta ignominia infame, la ciudadanía española dio por bueno este simulacro de democracia.

Por si no fuera suficiente con la basura franquista, la modernidad hizo que el personal se hiciera adicto a la comida basura, esa bazofia culinaria invasora importada del mundo “desarrollado”. Se cambió de golpe, sin transición, el hambre de posguerra por el engorde al más puro estilo porcino. Lo moderno fue, y es, tragar hamburguesas, engullir bollería industrial y atracarse de comida rápida. Así se cebó, y se sigue cebando, la población aumentando grotescamente la media del perímetro estomacal.

El paroxismo dietético ha contaminado gravemente la cultura gastronómica hasta el punto de que conviven hoy, en inhumana armonía, la desnutrición de gran parte de la población con la obesidad galopante de otra buena parte. Es paradójica la estampa de gente hurgando en los contenedores de basura, unos metros más abajo de donde otra gente hace cola con su coche para consumir la basura que les sirven, previo pago en ventanilla, empleados de multinacionales con contratos basura. Sociedad basura.

Al maltrato corporal que supone la comida basura hay que sumar otro hito cultural igualmente nocivo y devorado masivamente: la televisión basura. En la misma ominosa transición, se pasó del corsé ideológico del franquismo a la proliferación de canales televisivos que vendieron la zafiedad como alternativa a la eclosión multicultural de los años de “la movida”. La cultura basura, al igual que la comida basura, acabó por imponerse y continúa hoy cebando cerebros.

A nadie se le escapa que los medios de comunicación e internet gozan de una privilegiada posición, a la hora de educar, que ya quisieran para sí instituciones seculares como la familia y la escuela. La televisión basura, y otras basuras mediáticas, han obrado el milagro de convertir los cerebros de los españoles en masas amorfas con cuestionable actividad neuronal. La ciudadanía, pues, en el siglo XXI, ha engordado física e intelectualmente a unos niveles altamente alarmantes.

Este panorama no ha pasado desapercibido para la clase política: el español medio se traga cualquier cosa machaconamente publicitada. Y así hemos llegado a la actual situación en la que la política basura se ha convertido en la preocupante y perniciosa práctica que sufrimos día sí y día también. A quienes practicamos la insana costumbre de realizar algún tipo de ejercicio o tenemos la extravagante costumbre de pensar, nos asombra que el electorado sea capaz de oír lo que dicen políticos y políticas y de votar lo que vota sin vomitar.

Con los cuerpos deteriorados y los cerebros rozando el coma, España corre el riesgo de un colapso multiorgánico. El panorama es desolador. Hay serio peligro de dispepsia inmediata provocada por la deriva electoralista que ofrece menú único: basura mediática, basura política y una imponente guarnición de basura franquista. Y, de entrante y postre, mentiras y manipulaciones, una detrás de otra, para que la ciudadanía se enfrente entre sí sin apuntar a los verdaderos responsables: los asquerosos cocineros que aspiran a ser votados.

La deriva de PP, C’s y Vox me lleva a valorar su tremenda capacidad para generar basura ilimitada en sus discursos y sus listas electorales. España hiede a basura, por mucho que se agiten incensarios. A votar, de nuevo, con la nariz tapada.

Borbones del s. XXI y los mitos del 18 de julio

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No siendo habitual en este blog, me permito prestar su espacio a las palabras del joven y prolífico historiador Arcángel Bedmar González:

«La abdicación del rey ha puesto de moda a la II República Española (1931-1936) en las redes sociales y los medios de comunicación, y se han publicado datos y cifras que intentan demostrar que fue un experimento fallido debido básicamente a la inestabilidad política y social. Pero el problema es que esos datos no suelen ir acompañados de informaciones sobre otros períodos históricos de España o sobre países europeos que por entonces mantenían regímenes políticos similares.

La inestabilidad política y social no se dio en la historia reciente de España únicamente en la República. Veamos algunos ejemplos. En el reinado de Isabel II (1833-1868) hubo 13 golpes de estado. En el de Amadeo de Saboya (1871-1873), en dos años hubo tres elecciones y seis cambios de gobierno. En el de Alfonso XIII, en el año 1920 hubo más huelgas que en cualquiera de la República y entre 1917 y 1923 solo en la ciudad de Barcelona murieron asesinadas 152 personas por motivos políticos y sociales. En plena dictadura de Franco, en 1970, hubo 1.547 huelgas (a pesar de que hay todavía quien afirma que con Franco no había huelgas) que afectaron a más de 440.000 trabajadores. En la transición, aunque es considerada un modelo de convivencia, entre 1975 y 1982 hubo más de 700 asesinatos y más de 3.500 actos de violencia (unos 500 al año) debido a la conflictividad sociopolítica en España.

Echemos ahora una mirada puntual a los países democráticos de Europa por aquellos entonces. En Alemania murieron en las celebraciones del primero de mayo de 1929 entre 30 y 40 personas en Berlín (muchas de ellas por la policía). En el Reino Unido en 1926 tuvieron una huelga general de 10 días y una de mineros de carbón de seis meses. En Francia, en febrero de 1934 un choque de la extrema derecha con la policía en París terminó con cerca de 20 muertos y más de 2.000 heridos, y en la primavera de 1936 la oleada de huelgas y de conflictos fue mucho mayor que en España.

Las democracias de entreguerras en toda Europa (1918-1939), entre las que se incluye la República en nuestro país, fueron problemáticas y frágiles, con un alto grado de violencia política y social, y los discursos políticos eran más radicales que los de hoy en día. Pero así eran las democracias entonces y en particular los procesos de democratización en países que con anterioridad habían sufrido una dictadura, como España, que acababa de salir de la de Primo de Rivera. No eran democracias como las que se establecieron en Europa a partir de 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, con seguridad social, subsidios de desempleo, impuestos de la renta, estado redistribuidor, etc. Las personas de hace ochenta años en general no vivían ni entendían la democracia en los mismos precisos términos que nosotros. Por tanto, la República española, con todos los defectos que tuvo, resultó todo lo democrática que podía llegar a ser en los años treinta, y más si la comparamos con una Europa en la que se vivían las dictaduras de Stalin en la Unión Soviética, de Hitler en Alemania, de Mussolini en Italia, de Dolfuss en Austria y de Salazar en Portugal, entre otras. La República española no fue peor que la mayoría de las democracias europeas de aquella época con problemas similares, lo que la diferencia de ellas es que aquí hubo un golpe de Estado que perseguía suprimir las reformas económicas, sociales y culturales que la República había iniciado en 1931. Y ese golpe no se produjo porque la República no fuera democrática, sino porque un grupo de militares sublevados quería imponer una dictadura.

Los dos últimos párrafos los he extraído, muy resumidos por supuesto, del libro “Los mitos del 18 de julio”, editado por Crítica, en el que participan varios historiadores como Ángel Viñas, Julio Aróstegui, Francisco Sánchez Pérez (coordinador), José Luis Ledesma, etc. Como su nombre indica, el libro intenta dar contestación histórica a los mitos que aún perviven sobre la República y las causas que provocaron la guerra civil. Se puede consultar la reseña que sobre la obra hace Ana Martínez Rus aquí.

Arcángel Bedmar González