El COVID–19 conspirador

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Psicólogos, sociólogos, médicos, economistas y otros sectores sociales abundan en la idea de que cualquier situación adversa puede (y debe) convertirse en una oportunidad. También las infames ultraderecha y extrema derecha son de tal parecer. No hay duda de que la crisis sanitaria es de las más adversas que ha padecido la humanidad en el último siglo y, tanto PP como Vox, han visto en ella una excelente e irrenunciable oportunidad.

Oportunidad ¿para qué?

Oportunidad para cumplir su sueño eterno de revisitar el pasado, de instalarse en él a cualquier precio, de truncar la democracia como sistema. No les gusta la democracia, no la soportan, no la quieren: la odian. Sólo la aceptan para medrar en el erario público, para blanquear sus orígenes y sus intenciones, para pudrirla como todo lo que tocan. No aceptan la voluntad popular cuando no es favorable a sus intereses.

El Covid–19 es su penúltima oportunidad. Hay que temer a la última, si ésta les falla, para la que se están preparando a conciencia. Abascal no lo esconde, Casado tampoco, y Aznar, padre putativo de ambos, lo bendice. Desde que Aznar reclamó una “derecha sin complejos”, la democracia corre peligro y la derecha espanta el complejo demócrata con el espantoso fascismo que recorre sus venas y modela su ADN.

Han convertido la necesaria oposición en un fangal falsario sin parangón. Sobresale en este turbio menester la figura de Cayetana, cortesana de taberna portuaria con daga en el liguero, derringer en la bocamanga y cianuro en la lengua y las ideas. Es la madama del lupanar en que se ha convertido el edificio de la madrileña calle Génova, reformado con dinero negro y sede de la corrupción política española y europea.

Su chulo, casado, masterizado y barbado, ha recuperado la abyecta y castiza figura política del muñidor. Casado es el clásico pijo hijo de papá que no necesita estudiar para titularse ni trabajar para disfrutar fortuna. ¿Qué hace Casado citando en su oprobiosa sede a representantes de la benemérita? ¿Qué hacen ellos acudiendo a la cita? ¿A qué esa fraternal comunión entre extremistas radicales y fuerzas del orden público? Podría decirse que buscan hacer de la adversidad oportunidad sin mucho margen de error.

Son famosas e históricas las disputas entre chulos que marcan sus territorios con sangre ajena. Y, como quiera que para una cumplida reyerta hacen falta dos rufianes, ahí está Abascal. Surgido de las covachuelas de Aguirre y del terrorismo iraní, nutre sus apoyos de fulanas y puteros que sacuden cacerolas y agitan infames oriflamas sin rubor. Ha convertido España en una mancebía cuyos reclamos son balconadas rojigualdas, con o sin luctuoso crespón.

Mientras tanto, hay ruido de sables, preocupante porque no se esconden las vainas y funcionan a pleno rendimiento chairas y piedras de amolar. Ahí están los miembros y miembras de JUSAPOL o el jefe de la policía local del Puerto de Santa María. Lo de las cloacas del estado, plagadas de ratas, policías, guardias civiles y otras instituciones de los cuatro poderes del Estado es ya un clásico de la inmundicia ademocrática que ensucia España. Y los homenajes a Tejero en las comandancias de la Guardia Civil, un dislate vil.

Todo a punto de caramelo: el fascismo aguardaba su oportunidad y el Covid–19 se la está sirviendo en bandeja: «Un régimen totalitario acecha España, alcémonos y desempolvemos las hachas de guerra». Ya han comenzado a actuar sus somatenes.

CoronaVirus golpista

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Un virus es un organismo capaz de reproducirse solo en el seno de células vivas utilizando su metabolismo. Por otra parte, el metabolismo es el conjunto de reacciones químicas que efectúan las células de los seres vivos con el fin de sintetizar o degradar sustancias. Conviene aclarar los conceptos para entender a qué se enfrenta la humanidad en estos momentos y a qué se enfrenta, además, la sociedad española.

En plena lucha contra la pandemia global desatada por el COVID–19, asistimos en España a un escenario estremecedor con la oposición al Gobierno democrático rentabilizando la labor de la Parca. No es nada nuevo en una derecha radical reacia a aceptar los resultados de las urnas cuando no son favorables a sus intereses. Es una de las herencias recibidas de tiempos pasados a las que se resiste a renunciar.

Todos los países del mundo, TODOS, se enfrentan a una situación inédita en la historia moderna como pueden. Todos los gobiernos del mundo, TODOS, se han visto desbordados por una pandemia desconocida, sin referentes médicos, que amenaza a toda la población sin distingos. Todos los gobiernos, TODOS, nacionales o regionales, hacen lo que pueden, con los medios que pueden, para combatir al enemigo global.

La respuesta de los diferentes países va encaminada a salvar vidas humanas en primer término, con la salvedad de aquellos dirigentes que priorizan la salvación de la economía. En eso, en anteponer la economía a la vida, están Trump, Bolsonaro, Boris Johnson, Wopke Hoekstra y otros de la cuerda neoliberal a la que están uncidos Casado y Abascal. Ambos engendros patrios no han abierto la boca para exigir a sus homólogos europeos algo de humanidad cuando han mercantilizado la situación en Italia y España.

Los partidos de la oposición democráticos se han sumado a la lucha contra el virus aportando ideas para mejorar en una guerra a muerte que entienden común con quien gobierna, sin siglas ni banderas, aparcando los réditos electorales. O, al menos, no estorbando: «Señor primer ministro, le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte. Porque su suerte es nuestra suerte”, dijo, tras aprobar el estado de alarma, el portavoz del mayor partido opositor de Portugal, de centro derecha civilizada.

Una se asoma a la ventana mediática y se avergüenza de ser española al contemplar con horror la actuación de la españolísima oposición, la de los medievales cruzados y los de Atapuerca, desde el minuto uno de la pandemia. Una lee y escucha en los medios de comunicación y las redes sociales a los seguidores de la aciaga y españolísima oposición y traza planes de exilio exterior para añadir al exilio interior en que nos encontramos. Porque dan miedo, además de vergüenza.

La oposición española practica una suerte de necropolítica sucia y abominable con el único fin de derribar a un Gobierno democrático porque no cree en la democracia, ni le importa la ciudadanía en general. Resulta terrible (de terror: terrorista) esta derecha que reproduce el virus dictatorial en las células vivas del Estado, degradando la sustancia democrática en un horizonte totalitario que anhelan ejecutar como ha hecho su admirado y envidiado Orban en Hungría.

Al tiempo que Vox y el Partido Popular hacen ladinas propuestas que tienen más que ver con un golpe de estado que con el ejercicio de la democracia, el monarca, el “Jefe del Estado”, guarda un silencio cuanto menos cómplice. Nada que ver con su encendido e incendiario discurso sobre la crisis catalana. Alguna mente malpensada pudiera pensar que no exige ante el coronavirus unidad a esa derecha montaraz por estar de acuerdo con ella. Como su padre.

Bolivia crucificada

CRISTO

Disculpa, Bolivia, que no te haya atendido hasta hoy. Me has pillado en plenos ejercicios espirituales y, ya sabes, dios es lo primero: sin su mensaje de amor al prójimo, no somos nadie, no somos nada. Al parecer, todo el mundo te tiene abandonada, dejada de la mano de ese dios cuyo nombre ha tomado, otra vez, en vano el fanatismo cristiano. Esta vez transfigurado en secta evangélica para mayor indecencia y pecado.

Por lo leído en medios extranjeros, veo que os están cristianizando de nuevo con la Biblia y las armas. Perdónalos, Bolivia, aunque esa secta cristiana que lleva ya 23 muertos sobre su conciencia sabe perfectamente lo que hace. Es una secta calcada en sus métodos y objetivos de la que os cristianizó a vosotros en 1492 y en 1936 a la madre patria. Es la nueva forma que han encontrado los mercaderes para asaltar el templo sin que haya un dios que los expulse al infierno.

Ando confusa con tu situación porque casi nadie habla de golpe de estado. Ya lo intentaron en Cuba y Venezuela, recientemente lo han logrado en Brasil con el fanatismo evangélico desplegado. Mienten y manipulan para justificar lo injustificable. A Maduro le pusieron un narco autoproclamado presidente en funciones, a Lula lo encarcelaron fabricando delitos a su medida y a Evo lo han largado apoyados por delincuentes comunes que han incendiado las calles. Mira qué bien se lo monta Piñera, que roba y mata sin que nadie se entrometa.

La estrategia es la misma. Ya no sacan los tanques a las primeras de cambio, que canta mucho. Ahora lo que se lleva es la infantería mediática en avanzadilla armada de mentiras y manipulaciones. Cubre los flancos la caballería diplomática armada de negocios y presiones. Y, como caída del cielo, la artillería evangelizadora salva almas a golpe de Biblia, disparos y condenas. Los estrategas de la bolsa se frotan las manos ante la perspectiva de volver a expoliar tus recursos.

Disculpa, Bolivia, a la gente de España: han olvidado sus deberes de Madre y vuelven a mostrar un peligroso concepto de Patria. Aquí llaman golpe de estado a lo que les deja votos, no a lo que deja muertos en las calles. No basta con que las fuerzas armadas derroquen la legalidad y masacren impunemente, con que se produzca un levantamiento basado en falsedades. No, no basta. Y todo porque las élites bolivianas gozan de la bendición del Todopoderoso gobierno norteamericano.

Perdona, Bolivia, a tus verdugos y a todos cuantos, pudiendo no hacerlo, se vendan los ojos y amordazan sus bocas dándote la espalda una vez más. A veces, la riqueza es causa de sufrimientos, sobre todo si está en manos del pueblo en lugar de las de multinacionales, como en tu caso. Evo no sabía lo peligroso que resulta alfabetizar a un pueblo, disminuir la pobreza. Ahora lo sabe. Los evangelitas no admiten competencia a sus irracionales doctrinas y, si hace falta, matan en nombre de su dios.

 

 

El Golpe de Estado de Casado, Rivera y Abascal

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Veleitosamente, el lenguaje se deja llevar por antojadizas voluntades y deseos vanos con aviesas intenciones y abyectos sentimientos. Llevan mucho tiempo, demasiado, las derechas ultras y extremas de este país hablando de golpe de estado y temo que no sea una casualidad. Dice el Diccionario de la Real Academia que Golpe de Estado es una Actuación violenta y rápida, generalmente por fuerzas militares o rebeldes, por la que un grupo determinado se apodera o intenta apoderarse de los resortes del gobierno de un Estado, desplazando a las autoridades existentes.

Para la ciudadanía española, el concepto de Golpe de Estado evoca un pasado reciente cuyos ejecutores son justificados públicamente y sus víctimas ninguneadas por esas derechas nostálgicas, ultras y extremas. España es un país anómalo con la metástasis del franquismo corroyendo sus órganos y su esqueleto. España es un mal ejemplo de país con representantes públicos que no condenan el genocidio franquista y donde se subvenciona con dinero público a los exaltadores del criminal golpista del 36.

Casado, Rivera y Abascal, no siendo los únicos que lo hacen, pastorean votos populistas, extremistas y peligrosos echando mano del lenguaje. Han explotado y manipulado al máximo las palabras “terrorismo” o “Venezuela”, prostituyendo sus significados, para golpear a rivales políticos. Ahora lo hacen con la perífrasis “Golpe de Estado” traduciendo a votos descaradamente la alarma que provoca en la ciudadanía.

Tres nefastos personajes que se niegan en redondo a condenar el franquismo y que hacen la vista gorda ante la prisión de lujo disfrutada por Tejero, el último golpista sufrido por España. La vista gorda se extiende a los homenajes que ese bigote con tricornio y pistola recibe en cuarteles y actos públicos con presencia de militares y paramilitares yonquis del “cualquier tiempo pasado fue mejor”. La connivencia de Casado, Rivera, Abascal y otros muchos con fundaciones, asociaciones y personas que hacen apología del golpismo impunemente es preocupante y peligrosa.

La constante mención al “Golpe de Estado” en Catalunya es una muestra de que estos tres ejemplares populistas han abdicado de la dialéctica de las palabras y las ideas y revindican la falangista dialéctica de los puños y las pistolas, como quedó demostrado en el 1–O y tras la aplicación del 155. Extender la idea de un Golpe de Estado es una forma de normalizarlo, de preparar con odio y miedo a la población para su llegada real y monstruosa.

Para ellos, hay Golpes de Estado buenos y malos, incluso dejan entrever que los hay necesarios. Las derechas populistas, ultras y extremas que aspiran a gobernar España están lanzadas y no les valen los votos, las ideas, o el diálogo: construyen los cimientos, a base de puños y pistolas, para justificar un Golpe de Estado. Cuentan para ello con parte de un ejército y de unos cuerpos de seguridad del estado en los que la ideología golpista nunca recibió un tratamiento de choque aséptico y democratizador.

El miedo a un Golpe de Estado es el miedo latente a una “actuación violenta y rápida, generalmente por fuerzas militares o rebeldes”, nada descartable por el impulso que el trío populista y extremo brinda con sus arengas a esa indeseable salida. Como buenos discípulos del fascismo que se reinventa en Europa y EEUU, catalanes y vascos, la xenofobia, la homofobia y la disidencia ideológica vuelven a estar en la diana de estos tres herederos del franquismo.

¿Militares? ¡NO!, gracias

Paz

La escena de 2001: Una odisea en el espacio en la que un primate descubre que un hueso puede servir para matar y dominar a otros es reveladora. En ella se observa el momento en que la pulsión asesina de un cerebro se erige en una suerte de suicidio de la especie que habría de evolucionar a lo que conocemos como homo sapiens. Todos los avances del ser humano como especie quedan supeditados y sometidos a la muerte como símbolo supremo del poder.

La antropología se ha esforzado en mostrar la capacidad de la inteligencia para crear herramientas y doblegar el medio en provecho de la especie que la detenta. La historia no ha necesitado mucho para demostrar la capacidad del ser humano para convertir en mortífera arma cualquier herramienta creada para su supervivencia. La sociología analiza y describe cómo el mensaje de la muerte, del asesinato, cala en la sociedad como alarmante seña de identidad.

Las armas son herramientas creadas con el exclusivo fin de matar, de asesinar, y quienes se integran en las fuerzas armadas hacen del uso de las armas su profesión. Para no afrontar su naturaleza homicida, recurren los individuos y la sociedad a términos eufemísticos como «defensa» o «servicio público». Cualquier persona que mata a otra se define como asesina; si mata compulsivamente a más de una, se le añade el epíteto en serie; y, si mata al por mayor, se convierte en genocida.

Ser militar implica la justificación de la muerte como necesidad social, y hasta moral cuando los líderes religiosos santifican las guerras y sus consecuencias en nombre de sus dioses. Ser militar es supeditar la razón a la necesidad de matar, a cuantos más semejantes mejor. El oficio militar no consiste en ayudar ante grandes catástrofes naturales, ésas son actividades de entrenamiento mientras aguardan el momento de su plena satisfacción: la guerra, la muerte.

Lejos quedan los tiempos en los que un ejército de homicidas se enfrentaba a otro ejército de criminales. Las guerras “modernas” cada vez causan menos bajas entre los asesinos uniformados de uno y otro bando: el objetivo (cobarde en términos militares de valor, honor y sacrificio) es la población civil. La tecnología militar se utiliza para causar bajas exponiendo al mínimo la integridad de los mercenarios, a imagen y semejanza de los capos de la mafia y sus sicarios.

La industria de la muerte impone a sus servidores un pensamiento único y ciego, alejado del sapiens, que exhiben orgullosos en desfiles y paradas militares con relucientes herramientas de muerte y reconocibles uniformes de verdugos oficiales. Parte del pueblo, prevista víctima de las acciones militares, aplaude y vitorea el paso marcial de la comitiva de carniceros. El verdadero poder de los militares radica en el miedo, en el terror que inspiran.

Son los militares la antítesis de la democracia. En la historia de España, extraño y suicida país, la jefatura del estado ha sido detentada mucho más tiempo por militares que por electos representantes del pueblo. Una tradición que sigue viva, la del miedo y el terror, cuando se permite a un grupo de militares (¿en la reserva?) glorificar al último genocida padecido por los españoles y que dos partidos presuntamente demócratas se nieguen a que el dictador sea exhumado del mausoleo que exalta y santifica su figura de asesino mayor del reino.