Alejada del uso cotidiano en la política nacional, rectifico lo que hasta ahora pensaba y afirmo públicamente que Don Cristóbal Montoro no es tonto. Desde que lo vi y escuché por primera vez en televisión, me deje llevar por su acento nasal y su idilio imposible con las cámaras, por esa manera tan personal de descalabrar la palabra “señorías” y por su asombrosa capacidad para deconstruir el lenguaje. No es que ahora piense que es listo, no; simplemente me ha demostrado que es peligroso.
Cuando en 2010 dijo a la diputada canaria Oramas “que caiga España, que ya la levantaremos nosotros”, pensé que eran palabras de pasillos, bobadas de andar por casa, pero no. El tiempo ha demostrado que el señor Montoro y su partido eran capaces de incendiar el Reichstag para alcanzar el poder e imponer sus doctrinas, culpando de ello a todo aquél que no comulgue con sus ruedas de molino. En dos años, han tildado a media España de etarra, comunista y, ahora, socialista.
La purga desatada en la Agencia Tributaria es, a día de hoy, la última vuelta de tuerca para depurar su España, la España de un PP que cada día se parece más a la España de su generalísimo. Pocas dudas quedan de sus escarceos con el autoritarismo que, de continuar por esa senda, devendrán en totalitarismo. El ministro, que cobra alojamiento teniendo casa en la corte, es como los niños o los borrachos cuando hablan: se les desliza la verdad entre sustantivos y preposiciones.
Fiel lacayo de Rajoy, basa su verdad en prepotencia con aroma cosa nostra. Mariano, que también parecía tonto cuando fue designado sucesor por Aznar, dijo respecto a la Gürtel en 2009 que “Nadie podrá demostrar que Bárcenas y Galeote no son inocentes” y Cristóbal “desafía” hoy a que alguien demuestre que él ha dictado “orden política alguna” en la Agencia Tributaria. El no es tonto, se limita a considerar boba a una ciudadanía que ve cómo trata con exquisita vista gorda a defraudadores y evasores, cómo compensa esas pérdidas en las cuentas del estado con el bolsillo de todos y cómo tapa con descaro los embrollos de su majestad.
Su voz, pronunciada como con la nariz tapada por el hedor corrupto que emana de los escaños gubernamentales, vuelve a tratar de insensatos a quienes nos negamos a llamar “salida de la crisis” a esa cloaca salarial, laboral, educativa, sanitaria y social a la que nos ha condenado su partido. La España que han construido es un callejón sin salida custodiado por pelotas de goma, identificaciones, multas y concertinas. No es cierto que nos estén sacado de la crisis, nos han metido en lo más profundo e inmundo de ella; no han levantado España, la han clavado al suelo.
De su boca han salido más perlas para su peligroso collar: “los mercados no son gilipollas” y “si vuelven los otros perderemos todo lo ganado”. Ya se intuía que gobernaban para los mercados despreciando al pueblo y Montoro lo deja diáfanamente claro. No se trata de convencer de que lo están haciendo bien, cosa imposible a estas alturas de legislatura, sino de vencer al archienemigo, a esos otros que no son ellos, al pueblo que elige otras salidas posibles.
Se ha propuesto Montoro “salvar a España, enferma de tanto endeudamiento” colocándole un salvavidas de hormigón en alta mar y endeudándola con un rescate bancario para varias generaciones. Del naufragio español sólo han salido a flote la banca, el Ibex 35 y pocas ratas más. Todo el Partido Popular coreó desde la oposición que no iban a subir impuestos y que no se tocarían pensiones, sanidad y educación. Han cumplido su promesa: esos derechos son ya casi intocables para el español medio, para la inmensa mayoría. Los impuestos han subido y ellos no los van a bajar, al igual que los salarios y los derechos han bajado y no serán ellos quienes los suban. Han salvado su España ahogando a los españoles.
Usted, al oír o leer las palabras del ministro, debe ser consciente del peligro que representan Montoro y sus compañeros de gobierno y de partido, hoy por hoy verdaderas “reencarnaciones del mal”, como ha apuntado el comunista que ocupa la silla de San Pedro.