Como el bobo que mira el dedo y no hacia donde éste señala, la ciudadanía, interesadamente adiestrada por medios de comunicación y políticos, azuza sus pupilas y sus lenguas contra los corruptos dejando escapar a sus secuaces por las impunes y cómplices rendijas del silencio. Lo corrupción alarma cuando un caco se deja coger. Sólo entonces se le mete en el saco de la infamia durante unos días, quizás un mes en casos de relumbrón mediático, y se espera pacientemente a que salga un nuevo caso que confirme la sospecha generalizada de que España entera es corrupta, desde la suntuosa casa real hasta la más mísera de las chabolas.
La mancha corrupta cubre todos los estamentos sociales: cultura, economía, sanidad, ocio, deporte, política, iglesia, sexo, luz, teléfono, agua y hasta las hamburguesas de El Corte Inglés. Hay chapapote para cubrir la piel de toro y aún sobra para exportar. ¿Es la Marca España? Es la mancha España, más bien, y su vergonzoso catálogo de lamparones, tiznados, borrones, churretes, chafarrinadas y pecados. Es tanta la inmundicia, tal la impunidad, que la corrupción ha dejado incluso de alarmar y enrojecer los rostros de sus implicados.
La caterva hispánica se ha ocupado y preocupado de señalar y pedir tormento para los corruptos, seres tan mediocres que se han dejado atrapar con las manos en la masa. Es como aplicar mercromina y una tirita decorada con el pato Donald sobre la zona gangrenada; nada de torniquetes ni mucho menos de amputaciones traumáticas: cura, sana, culito de rana, si no sana hoy, sanará mañana. Las causas que producen la necrosis del sistema social permanecen inalterables y nunca pasan por el quirófano, ni siquiera por alguna superviviente consulta de urgencias. Los virus y las bacterias que provocan la corrupción, los corruptores, gozan de insolente inmunidad.
Detrás de cada corrupto siempre hay una legión de garrapatas corruptoras pugnando entre sí para inocular su veneno y sacar beneficio patrimonial de los daños producidos en el tejido social. Detrás de cada concejal de urbanismo acechan empresarios inmobiliarios, detrás de cada alto cargo de sanidad merodea la industria sanitaria, en el ministerio de Industria pululan las termitas eléctricas y petroleras, la Dirección General de Consumo está plagada de polillas oligopólicas, la carcoma financiera corroe los ministerios de Economía y Hacienda. En España, detrás de cada cargo público hay un interés privado que no duda en sobornar, extorsionar, untar y cohechar para corromper. Es la verdadera epidemia de la que apenas se susurra sotto voce por miedo.
La industria de la corrupción genera un PIB negro paralelo que necesita lavadoras de altas prestaciones para eliminar los restos delictivos del dinero y restaurar en los billetes la impronta del curso legal. Las lavadoras gozan de una indecente inocencia consensuada política y socialmente. Son máquinas que siempre están ahí cuando alguien las necesita y a las que nadie se atreve a corregir su truculento funcionamiento. El modelo más utilizado es la banca y el modelo más popular la directiva de un club de fútbol. Lavadoras industriales y lavadoras domésticas. Paraísos fiscales para evadir divisas y estadios para evadir la realidad.
Se castiga al corrupto, cuando se le coge, de rodillas mirando a la pared, mientras los corruptores y las lavadoras continúan su actividad impunemente y con naturalidad. Este país goza de una especial habilidad para reprender al tonto que se deja coger, hacer la vista gorda ante corruptores o lavanderías y castigar al médico que ataca la cepa del virus. El juez Garzón puede dar fe de ello. Luis Bárcenas también. Donar dinero negro a un partido político condena al partido, al corrupto, pero no al donante, al corruptor. Todo ello contribuye a que los gobiernos se perciban como sucias lavadoras.
Me parece increíble que se pueda mentir tan descaradamente. Siempre echan la culpa a los demás…
Me gustaMe gusta
Me parece increíble el cinismo de este gobierno
Me gustaMe gusta