La persistencia infecciosa del coronavirus es mucho menor que la insistencia en el error del ser humano. Se va a hacer larga la pandemia. Se inventarán vacunas que inhiban la acción del Covid–19, 20, 21, 22… pero es dudoso que se pueda/quiera acabar con algo tan simple como la necedad y el afán aniquilador de la raza humana. Se va a hacer larga una pandemia que arrastra la humanidad desde los albores de su incivilizada existencia.
La sociedad española no es muy distinta a las de su entorno, pero tiene unas señas propias, únicas y diferenciadoras, que constituyen eso tan cacareado de la “Marca España”. Todos los pueblos tienen motivos para sentirse orgullosos de sí mismos y para que otros pueblos así lo vean. En los últimos veintitantos siglos, se ha podido constatar por qué Spain is different en varios hechos históricos que producen más vergüenza que orgullo.
La aversión al progreso es una constante. Desde los desembarcos fenicios hasta nuestros días, los próceres hispánicos se las han apañado para combatir a cuantos pueblos con capacidad para enseñar a progresar pasaban por España. También se han posicionado junto al invasor cuando éste tenía alta capacidad para saquear, destruir y poner trabas a los avances sociales. Todas las dinastías reales representan lo que digo.
Reconquistas, inquisiciones y fascismos son la Marca España que todavía reivindican las dos peores derechas que en Europa hay. Le Pen, Salvini u Orban no ponen fácil ser campeón fascista, pero en ello se afanan Casado y Abascal, Partido Popular y Vox, pergeñando otra gloriosa gesta negra para la negra historia de este país. Las ultraderechas mienten, manipulan y conspiran como exige la tradición conservadora, secularmente opuesta al progreso en nombre de las más deleznables tradiciones y las más repugnantes traiciones.
También son Marca España, santo y seña de nuestras derechas, el latrocinio pertinaz y la voraz corrupción, heredadas dinástica y gemelarmente con la jefatura del estado. La España conservadora, la opuesta al progreso, no ha evitado el mundial reconocimiento de lo mejor de nuestras literaturas, músicas, pinturas y bellas artes. Cultura fresca y universal surgida como contracultura en los páramos esteparios de los absolutismos hispanos.
País de hogueras, censuras y cadalsos, país de golpistas, traidores y torturadores, país mojigato, radical y ultramontano, es el país del Index Librorum Prohibitorum et Derogatorum (1551–1873). Es España, a pesar de su burguesía, sus élites y su realeza, el país de La Celestina, el Libro de buen amor, las Pinturas negras, Los Borbones en pelota, Poeta en Nueva York, Viento del pueblo, el Guernika, Viridiana y un larguísimo etc. censurado, perseguido, exiliado o asesinado.
España tiene mil caras pero una sola cruz, esa cruz que, en forma y uso, se iguala a la espada en cuanto la empuñan carpetovetónicas manos. La cruz y la espada: dañinos símbolos patrios de épocas remotas que se empeñan en vindicar esas derechas rancias. Sus objetivos se transmiten de generación a generación con pocos o ningún signo de avance o progreso, tenaces conservadores atemporales: mujeres, maricones, rojos y librepensadores.
Siervos de la espada, adictos de la cruz, se piensan tocados por una mano divina que les autoriza a perpetrar cualquier antojo sobre la humanidad. Son fósil plaga, desvalida para pensar con sanas neuronas debidamente actualizadas. La deriva de Vox y del Partido Popular me hace temer a unos ejércitos que, en los últimos siglos, sólo una guerra han ganado: aquella en la que hicieron genocidio sobre sus propios democráticos hermanos.