No todos los trabajadores de un mismo gremio acceden a su profesión con las mismas motivaciones y no todos realizan sus labores de idéntica manera. Es así como, en un mismo tajo, unos disfrutan, otros sufren y los más ven pasar la vida al compás del tic tac de los relojes, modernos tambores de galeras. Apenas quedan artesanos cuyas manos modelan el tiempo y la obra, funden la ilusión con el trabajo y disfrutando hacen disfrutar.
De entre las profesiones a escoger para recluir la vida en sus horarios, una destaca por compleja, variada, arriesgada y en ocasiones extraña. Contribuir a la seguridad ciudadana motiva a muchas personas que se decantan por ser sanitarios, bomberos o policías, de manera profesional con alta dosis solidaria. Prevenir, disuadir, evitar, investigar y esclarecer delitos también motiva a quienes se decantan por ser policías de abundante vocación.
La industria de la ficción provee de intencionados iconos policiales en los que se conjugan realidades y deseos variopintos. La novela policiaca emerge enraizada en la “filosofía de la angustia o de la inseguridad” de Kierkegaard, al calor de la revolución industrial, creando temores que a la postre son aliviados, supuestamente, con relatos racionales. De ahí surgen figuras estereotipadas de investigadores y policías contrapuestas a malhechores y antihéroes en corruptos escenarios urbanos y callejeros donde la miseria es caldo de cultivo para violencias y delitos. La novela pasa de esta manera de policiaca a negra.
En las comisarías españolas parece haber gente que accede a la profesión policial por motivaciones nada altruistas, a veces patológicas y demenciales. Las actuaciones violentas, desproporcionadas, casi sádicas, de ciertos mossos de escuadra y algunos policías, uniformados en cerebros e indumentaria, denigran y menoscaban la labor del resto. Son profesionales de la testosterona, adictos a la porra, desertores de las neuronas, que enlodan el trabajo de sus compañeros. Extraña profesión la de golpear ideas y cuerpos ajenos.
La presencia de estos individuos tiene que ver, y mucho, con la existencia de mentes perversas en la escala de mando político que los utilizan de manera torticera en su beneficio. Y ellos se dejan, con disciplina y placer íntimo. El Partido Popular, la Cope, ABC, 13TV, La Razón y otras muchas instancias políticas y mediáticas, a falta de razonamientos, necesitan crear angustia e inseguridad criminalizando cualquier ejercicio de libre expresión, antes de que se produzca si fuese necesario. Son la España autoritaria, dictatorial, negra, que aún colea.
Hay en las calles encapuchados profesionales de la bronca, lumpen con la violencia instalada en el cerebro, cobardía que aprovecha multitudes para proponer la selva como modelo de convivencia, desgracias irracionales con aspecto humano incapaces de pensar algo diferente a una pedrada. Son el fango social que anega celebraciones deportivas o protestas ciudadanas, el complemento necesario para el poder político y la muy minoritaria, residual, escoria policial.
Si Cristina Cifuentes, y su incondicional coro político y mediático, pretendía crear angustia e inseguridad, hay que felicitarla. Lo ha conseguido. Hay miedo, indefenso pánico ciudadano ante un estado capaz de manipular a policías para que exhiban la falsedad como argumento de su actitud desproporcionada. Mentiras. El Partido Popular ondeó la mentira para justificar la guerra de Irak, la usó para aprovechar electoralmente la sangre del 11 M, la utiliza para gobernar y la empuña para golpear a todo el que discrepa.
Tras contemplar la desvergüenza de la muleta espada y de los metálicos rodamientos, caben muchas preguntas. ¿No se auxilió debidamente a los policías para obtener y explotar escenas de violencia inusitada? ¿Eran todos los violentos ajenos al cuerpo de policía (¡que soy compañero, coño!)? ¿Estaba la actuación policial previamente diseñada? Y una respuesta: la porción de policía que no piensa, la de ciega obediencia remunerada, la cómplice de quienes ordenan y mandan, la que miente y engaña, es peligrosa policía, policía no democrática.