Posado veraniego de Rajoy

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Ante todo, felices vacaciones, señor Rajoy. Felices vacaciones para usted y los suyos que son de los pocos españoles que pueden disfrutarlas. No se corte; descansen usted, su conciencia y su tijera, y póngase moreno como Carlos Floriano o Ana Mato para decirnos que todo va viento en popa, mejor de lo que tenían planeado. Por nosotros, el pueblo castigado, no se preocupe porque estamos negros a pesar de no poder, como ustedes, arrimarnos al sol que más calienta.

Nos alegra el verano oírle decir que todo va bien y que nos estamos recuperando. Sus palabras son un bálsamo que disuade de coger una patera y afrontar el océano de la desesperación para mendigar un mendrugo en algún país sobrado de pan y falto de esclavos. Creer en su palabra, presidente, exige la ceguera de la fe o el temor al castigo divino y usted, para cerrar ojos e infundir miedo, está más que capacitado.

Prometió crear puestos de trabajo y ha cumplido, aunque no dijo que lo haría cubriendo los puestos destruidos por su reforma laboral para aumentar la riqueza del empleador diezmando el poder adquisitivo del trabajador. Las ofertas de trabajo nos aturden por su cantidad, su calidad y la frecuencia con que hemos de recurrir a ellas. Hay quien, con suerte, entra y sale varias veces al mes del mercado de trabajo sin apenas ganar 400 €.

El PIB sube y la economía crece, nos dice, pero los bolsillos opinan lo contrario. Usted miente poco, porque poco habla, y hemos llegado a la conclusión de que somos brutos para entender lo del producto interior y que la economía creciente es la de los Botín y Rosell que le ríen la gracia al ver los salarios y derechos menguantes del resto de los españoles. Para usted la cosa va como un tiro… que los suyos disparan y nuestras vidas encajan.

Le aconsejo que, antes del baño, guarde dos horas de secano para que no se le corte la digestión a usted que come. Para nosotros no es problema, no se preocupe, porque nos entra tan poco en la boca que apenas afecta a la función digestiva. La deuda externa de un billón de euros –casi el 100% del PIB– sí que nos corta la respiración y es un lastre que arrastra al fondo del mar, donde los hilillos de plastilina, al más avezado nadador.

Le hemos visto con capucha, apropiada para el chirimiri o el frío, y nos ha preocupado que algún esbirro de Fernández Díaz le pudiera aplicar su Ley de Seguridad Ciudadana. La inquietud desapareció al ver a Feijóo y sus gaviotas ofreciéndole la embajada vitalicia del Camino de Santiago porque es usted el mejor gallego de la historia, una hereje desconsideración hacia sus mentores políticos don Manuel Fraga y Francisco Franco, verdugos, como usted a su manera, de la democracia.

Señor Rajoy, presidente y desgracia de España, disfrute sus vacaciones y hágalas indefinidas. Nosotros, el pueblo por usted sacrificado, lo merecemos. Puede alternar la maravillosa Galicia con su clima inestable y veranear en Canarias, en el hotel ilegal donde lo hace el ministro Soria, antes de que el chapapote de Repsol lo desaconseje. También puede hacerlo en el hotel El Algarrobico de Almería subvencionado por Aznar y Rodrigo Rato con 2,8 millones de euros. En cualquier caso, controle sus gastos: ya no es lo mismo con Bárcenas a la sombra y los sobres no son eternos.

La crisis: sospechas y teorías

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Son tantos ya los casos de mangoneo en este país que mi sentido común ha decidido independizarse de mis otros sentidos y se ha tomado un prudente distanciamiento, como un novio que pide tiempo para analizar y pensar la relación. No ha tardado mucho en regresar y aquí lo tengo, acosándome con teorías y sospechas, a la espera de que despierte -según me dice- y vuelva a ser la persona fría que era antes.

Una de sus sospechas es que los adictos al pillaje, amigos del dinero rápido, fácil y ajeno, en realidad están haciendo su trabajo. Son intermediarios y, como tales, se llevan un pequeño pellizco del «beneficio» que genera cualquier operación monetaria. Habría que calcular cuál ha sido el beneficio que los pagadores de los políticos han obtenido y a cambio de qué. Una teoría que me propone mi sentido común es que los casos de corrupción, torpes y chapuceros, a lo mejor son una distracción. Se trataría de entregar como culpables a incautos y mediocres que en realidad han robado poco dinero, en comparación con los 80.000 millones que -según los técnicos de Hacienda- están de vacaciones fiscales en los paraísos. Mientras públicamente se crucifica a cuatro pillos de poca monta, Inditex, Repsol, Telefónica y los etcéteras del Ibex 35, están a salvo de la ira de la ciudadanía, también estafada por éstos últimos con el beneplácito de aquéllos.

Otra sospecha es que, en la era global, los chorizos nacionales recogen las migajas que se escurren de las redes del Gran Hermano Financiero. La calderilla de Bárcenas, Urdangarín y la dilatada ristra de presuntos rateros, me han tenido distraída de los verdaderos culpables de mi súbita pobreza. El rescate a la banca, los chantajes de la prima de riesgo y las privatizaciones de servicios públicos son realmente lo preocupante, ya que me han robado a mí, a mis hijas, a mis nietos y a mis bisnietos. Han sido mis representantes en el parlamento quienes se han ocupado de firmar una hipoteca preferente a 100 años sobre la mismísima Constitución.

Mi sentido común me ha susurrado al oído la triste balada del liberalismo, encarnado en el FMI y en los EE.UU., hipotecando a Chile, Argentina, Bolivia, Ecuador y prácticamente a todo el continente sudamericano con el timo de la deuda externa. A mediados del siglo pasado, éramos jóvenes y mirábamos a Sudamérica como un Tercer Mundo lejano y a los EE.UU. como modernos misioneros que quitaban gobiernos diabólicos y ponían en su lugar a ejemplares militares con los que las multinacionales pactaban la compra a precio de saldo de sus riquezas naturales a cambio de riquezas materiales y personales. Hoy le ha tocado a Europa. El FMI y la banda de los mercados han corregido las coordenadas de tiro y apuntan con la deuda a Europa.

Casualidad o no, mi sentido común tiene la teoría de que los resultados electorales en Sudamérica, con el triunfo de gobiernos de izquierda (dictatoriales y populistas, según los neoliberales), han tenido que ver con el cambio de víctima. Estos gobiernos han puesto coto a los expoliadores, le han dado la vuelta a la deuda externa y han reclamado la devolución de sus riquezas malvendidas a los mercados. Los mercados han sufrido grandes pérdidas y están saneando sus cuentas de resultados a costa de Europa.

No han hecho falta golpes de estado militares: nuestros civilizados y demócratas políticos se han prestado graciosamente al juego del casino financiero a cambio de las propinas, dejando para los rateros de poca monta la calderilla de la intermediación. El gran robo lo han perpetrado con calzador, por la espalda y, encima, con el consentimiento de un pueblo entregado a creerse todo lo que vocean los medios de manipulación y los comparecientes en ruedas de prensa cada vez más bananeras y mediocres.

Alguien dijo que, para robar a gusto, lo más cómodo y efectivo era montar un banco.