El CIS y la terca realidad

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Los informes PISA retratan a España como un país flojo de neuronas, tocado de entendederas, bordeando la necedad social. Dicen los descuartizadores de encuestas y estudios que la nota de los españoles en matemáticas y comprensión lectora está por debajo de la media de la OCDE, dato conocido y explotado magistralmente por la banca mucho antes de PISA. Un país con problemas para comprender cifras y palabras escritas, es un país con graves dificultades para comprender la realidad.

Quizás los datos expliquen por qué el libro de Belén Esteban es de los más leídos, por qué Mariló Montero es presentadora de televisión, por qué se argumenta a gritos en las tertulias o por qué Wert es ministro y Rajoy presidente del gobierno. La realidad española no se interpreta desde un simple bachillerato y es difícil de comprender desde un máster. Es una realidad que escapa a toda lógica y se aparta de lo medianamente razonable.

El CIS ha publicado el avance de su barómetro del pasado enero y muchos datos hacen dudar de la fiabilidad del informe PISA. Que todavía el 32,1% considere al PP digno de confiarle el voto, y el 26,6% al PSOE, sugiere que el 58,7% del electorado interpreta extrañamente la realidad, su propia realidad. Es llamativo y preocupante que el español medio se obstine en avalar el poder de los más corruptos de la clase, de quienes les roban los libros en el aula, las tiritas en el botiquín y el bocadillo en el recreo.

Algún sociólogo debería hacer una lectura coherente de las valoraciones que de los líderes políticos han hecho los encuestados, y explicarla. Es penoso el suspenso general otorgado a la casta y muy alarmante el cosechado por los miembros del gobierno. El ministro menos dañado es, con 3,17, el que recomienda comer insectos, duchas de agua fría o consumir yogures caducados; de ellos, por propios méritos, el peor valorado es el inexplicable Wert.

Y como en el reino del suspenso el 4,15 se antoja sobresaliente, destaca como más valorada Rosa Díez, un collage ideológico de improvisado programa. Ella, como los bancos, busca réditos en el déficit de comprensión lectora y, al contrario que ellos, ha optado por mensajes cortos, oportunos, ambiguos, multiusos, vacuos. No es de izquierdas ni de derechas, ni de dios ni del diablo. Políticamente, esta diputada curricular no es ni chicha ni limoná. Pero ahí está, ahí la tienen.

La ciudadanía busca el centro, esa quimera electoral ideada por quienes no saben dónde ubicarse y reclamada ilegítimamente por PP y PSOE. Rosa Díez ha ido más allá y ofrece un limbo ideológico poblado de flora populista y fauna demagógica que le va dando resultados tanto a ella como a su formación. Obtendrá resultados históricos y casi la llave para gobernar junto al Partido Popular o el PSOE, a ella le da igual, junto a quien ofrezca más.

La realidad ofrece argumentos más que suficientes para que el bipartidismo obtenga un respaldo residual en los comicios. Dos partidos que obedecen ciegamente los intereses de quienes esquilman a los ciudadanos no merecen la confianza de éstos y mucho menos sus votos. Hay otras alternativas, muchas, en las cabinas de voto y es hora de probar nuevas ideas, otras formas. Como decía Einstein, si se buscan resultados distintos, no se debe hacer siempre lo mismo.

Tontos de capirote

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Se veía venir. Que nadie se asombre. La ciudadanía española es tonta de capirote según un informe, uno más, que sitúa a España en el último vagón de cualquier tren que circule por el planeta, con la excepción puntual de algunas disciplinas deportivas. España hace poco tiempo que abandonó la alpargata como medio de transporte y de progreso y hoy se permite alardear casi únicamente de los triunfos deportivos alcanzados por una élite utilizada masivamente para anestesiar la realidad.

Una concienzuda prueba ha servido para presentar unos resultados que son notorios y evidentes para cualquiera que observe el devenir cotidiano de este país. No hay más que ver las reacciones de los políticos para que la moral se arrastre por el suelo al comprobar que estamos representados por la flor y nata de la estulticia nacional. Para el PP, la culpa es del PSOE; para el PSOE la culpa es del PP. Y tú más. Si el Congreso tuviese rincones, deberían ocuparlos sus señorías con sendos capirotes y orejas de burro.

Que el español medio es tonto lo acreditan los resultados electorales de las dos últimas décadas, pues siguen llenando sus alforjas los mismos lelos que han mentido y sisado reiteradamente legislatura tras legislatura. Por comunidades autónomas también es representativo el pulso de las urnas para determinar el escalafón de la idiotez entre los españoles. No hay más palurdo que quien vota a un inepto y así se ha llegado hasta aquí, hasta hoy, entre votos nulos, blancos, cautivos, ciegos, útiles y majaderos, que también hay votos majaderos.

Nada deben extrañar los resultados de PISA en un país que se educa con bazofia televisiva emitida desde canales ceporros, canales zopencos y una TDT estúpida y peligrosamente mentecata. Un país que adora a personajes tipo Belén Esteban, Paquirrín, Jorge Javier o Jordi González, que eleva las audiencias de Gran Hermano, Sálvame o El gato al agua, es un país genéticamente derrotado, un país con un problema más clínico que educativo. El consumo de telebasura deforma los cerebros y los convierte en papeleras, contenedores o letrinas, según las horas desperdiciadas ante la pantalla y el tipo de programa seleccionado.

Hay que preguntarse si para la tabulación de los resultados se ha tenido en cuenta que el segmento de población mayor de 50 años disfrutó de un sistema educativo tan exclusivo y excluyente como el que propone Wert con su reforma y el Partido Popular con sus recortes. Hay que preguntarse por qué no se han incluido preguntas o problemas relacionados con la religión o con el fútbol, parcelas del conocimiento en las que España hubiera arrasado. Y hay que preguntarse por qué, a diferencia de los países punteros, los políticos patrios meten continuamente las pezuñas en el sistema educativo.

Es lógico que, en un país de bobos contrastados, se trate a la población con la estúpida arrogancia que desprenden Rajoy, todos y cada uno de sus ministros y su coro de aduladores. Montoro habla desde una cátedra de necedad, Báñez desde el atril de la simpleza y Gallardón desde el púlpito de la sandez. Rosell es la estupidez personificada como Rouco es la memez santificada. Marhuenda, Losantos, Sostres, Moa y tantos opinadores oficiales componen una corte de ignorancia elevada a la categoría de despropósito.

Ante este panorama, la población silenciosa, el pueblo sumiso, la gente derrotada, otorgan al bipartidismo una lucidez que no le corresponde. PP y PSOE lo saben y por ello insisten en unos mensajes y unas actitudes cercanas al cretinismo. En cuatro años hemos pasado de la negación de la crisis/estafa por parte de Zapatero a la conversión de la misma en una negra realidad a la que Rajoy se refiere como «superación». Si se sigue votando mayoritariamente a estos despreciables personajes es que el pueblo ha dejado de ser tonto de capirote para convertirse en orate perdido.