Fútbol: ¿cosa de machos?

EFE/Alessandro Della Valle

Deporte rey, droga del pueblo, religión balompédica… al fútbol se lo conoce bajo muchas denominaciones hiperbólicas acuñadas por los propagandistas de un espectáculo de gran éxito y calado social. El fútbol se ha convertido en una maquinaria para hacer dinero y ejercer control social o, mejor dicho, se ha perfeccionado y se ha modernizado el engranaje económico e ideológico que lo mueve desde que dejó de ser sólo deporte. Hace un siglo, los ingresos del fútbol se limitaban a las cuotas de los socios, a la taquilla y a la cantina de los estadios, poco más pagaba la afición que se identificaba con un equipo de vecinos que se enfrentaba a otro de forasteros.

Hoy, la taquilla es lo de menos y los bolsillos de la afición son atracados por juntas directivas para las que el socio es un fósil de la nostalgia. Alguien que no haya pasado por la taquilla de un estadio, no es raro que desembolse dinero para acceder al fútbol en el salón de su casa, a través de su televisor, vestido con la camiseta de un club que no es el de su pueblo o ciudad y un nombre en la espalda asiático, africano, sudamericano, de cualquier país europeo y, excepcionalmente, español. Esta uniformidad se extiende también en la calle a personas sin importar su lugar de nacimiento, su raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.

El negocio del fútbol está sujeto a los intereses de jeques de dictaduras machistas y sangrientas y Florentinos insaciables que hacen de él una falsificación del deporte competitivo que fue en su origen. En la liga siempre ganan los mismos dos equipos y algún tercero cuando esos dos fallan con estrépito. Lo mismo sucede en otras ligas y en las competiciones europeas, donde los de siempre y otros invitados, para que parezcan competiciones, juegan truculentos títulos para vender camisetas en el mercado europeo y, ahora sí, atracar en taquilla a los adictos dispuestos a pedir préstamos para ver a “sus” equipos jugar a dos o cinco mil kilómetros de su casa.

Las gradas son un reflejo de la sociedad. Una parte de ella acude, en principio, a ver un espectáculo deportivo, pero siempre se ha utilizado el fútbol como válvula de escape para todo tipo de presiones y frustraciones a las que se ven sometidas las personas en algún momento de sus vidas. Es un clásico de la grada la persistencia de conductas cargadas de odio hacia las mujeres, lo que se conoce como machismo. Los medios de comunicación mantienen al respecto un lenguaje y un relato despreciables en pleno siglo XXI, a pesar de los esfuerzos de la gran mayoría. Desde “atarse los machos” y “hacer la machada”, pasando por comentarios soeces o infames portadas, hasta el vil posicionamiento en cuestiones que afectan a la igualdad entre las y los deportistas, el machismo informativo sobrevive. El negocio del fútbol permite organizar, narrar y jugar un mundial y finales europeas en países donde se odia y se persigue a las mujeres.

Somos campeonas del mundo de fútbol femenino a pesar de la agresión machista de Rubiales, a pesar de la machista y chulesca reacción de Rubiales a las críticas, a pesar del oportunismo machista de Rubiales para recordar su apoyo a Vilda frente al email de 15 jugadoras y el apoyo de otras en un asunto nunca aclarado, a pesar de pedir perdón Rubiales por haber agredido a una jugadora como Presidente de la Federación pero no como macho, a pesar de la repetición en bucle en los informativos de la agresión, a pesar de la ambigua tibieza de Iceta, a pesar de la insistencia atenuante de Pedrerol en que la madre de la agredida (según él) le restó importancia al hecho, a pesar de que Pedrerol no le haya dedicado uno de sus “sesudos” editoriales a la agresión, a pesar de que la agresión ya ha pasado al limbo de las anécdotas para ellos, no para ellas… a pesar de todo esto y más, somos campeonas del mundo de fútbol femenino. Y eso no hay macho que nos lo quite.

Vuelve el machismo que nunca se fue

El feminismo es un incómodo espejo obstinado en reflejar los rostros y las almas de las personas. Dicha incomodidad radica en la naturaleza del espejo, despiadada con quienes lo escrutan con ojos sucios y analizan lo que refleja con mentes también sucias, enfermas. Valle–Inclán atribuyó a los espejos cóncavos del Callejón del Gato la facultad de deformar la realidad y contemplarla como un esperpento. Así, el machismo deforma la realidad feminista a fin de ocultar el monstruo que refleja el espejo cuando un machista se mira en él. Donde se propone el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre (feminismo), el macho impone una actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres y una forma de discriminación sexista caracterizada por la prevalencia del varón (machismo). Así lo explica el Diccionario de la Real Academia Española.

El odio alimentado por las derechas, la extrema y la ultra, hacia el feminismo, la igualdad y la Democracia está relacionado con el miedo del monstruo machista a perder su estatus de privilegio que considera voluntad divina, como el supremacismo del hombre blanco sobre los negros. Echando la vista atrás, analizando la Historia, hay elementos que explican en parte tanto odio, tanta violencia de los machos hacia las mujeres, la igualdad y la Democracia. Conviene no individualizar esta trinidad conceptual para no perder la perspectiva, para no coadyuvar a deformar la imagen del espejo feminista.

No hay tanta diferencia entre el radicalismo extremista de Abascal o Ayuso y el de un talibán o un judío ultraortodoxo

Los machos de extrema derecha quieren mujeres (esposas) como su dios manda, sumisas y obedientes, en casa y con la pata quebrá. No hay tanta diferencia entre el radicalismo extremista de Abascal o Ayuso y el de un talibán o un judío ultraortodoxo: la Biblia, el Corán y el Talmud destilan machismo en las religiones, históricas aliadas de los poderes políticos conservadores. La mujer en casa a cambio de manutención es una especie de prostitución que garantiza al macho sexo a demanda y a la mujer una fuente de ingresos a cambio. El feminismo, la igualdad, la Democracia, ha supuesto destapar al macho que así lo quiere y emancipar a la mujer de tal tutela sexual. ¿Por qué cambiar el statu quo?, ¿por qué renunciar? se preguntan ellos, se quejan.

El machismo neoliberal exige a la mujer atender el trabajo no remunerado que conllevan los hijos y los mayores dependientes, y también los maridos desde el noviazgo hasta que la muerte los separa (¡maldito divorcio!). “La mujer y la sartén, en la cocina están bien”. El machismo neoliberal la prepara desde la infancia para llevar la casa y trabajar fuera de ella en caso de extrema necesidad, de ser pobre de solemnidad. El feminismo, la igualdad, la Democracia, valora a la mujer trabajadora, a la doblemente trabajadora que incomoda al macho porque no atiende la intendencia familiar debidamente y, para colmo, lo sobrecarga de trabajo cuando vuelve del tajo cansado y sin echar un rato con los amigos.

Los machos totalitarios no soportan la Libertad de las mujeres. Les exigen observar unas reglas de decoro público y privado que ellos mismos establecen caprichosamente y que abarcan desde la forma de vestir hasta la de pensar. Regla de oro es la fidelidad hacia el esposo de manera unidireccional e incondicional, la renuncia al deseo y al instinto natural que hasta no hace mucho era pecado (lo sigue siendo) y delito. Regla de plata es la aceptación comprensiva si el macho cae en tentaciones mundanas, sin duda provocadas por aviesas mujeres poseídas por Belcebú. El feminismo, la igualdad, la Democracia, propone una relación entre personas libres basada en el respeto mutuo, algo que va en contra de la larga tradición y la asentada cultura machista.

El espejo feminista también incomoda a Pedro Sánchez que no duda en ofrecer munición a los postulados de la extrema derecha que anda cazando feministas y demoliendo el feminismo. También incomoda a Yolanda Díaz que, en plena ofensiva ideológica y machista de Vox y el PP, apela a un feminismo de baja intensidad, distanciado del debate ideológico y las batallas culturales.

Mientras tanto, el espejo feminista sigue reflejando imágenes de odio, violencia y muerte a cargo de los monstruos machistas de las derechas. Monstruos que aterrorizan a otros colectivos vulnerables, monstruos saciados de represión, son a la vez reprimidos (enfermos, anormales) y represores.

¡Salve, feminazi!

Feminazi

Feminazi: dícese de toda hembra abducida por una ideología machista de marcado carácter fascista. El término se aplica a ciertas hembras de la especie humana que ejercen de forma exclusiva y sumisa su función reproductiva al servicio del macho. A diferencia de las feminazis, las mujeres en general ejercen su función de persona, supeditando a la misma la de hembra fértil: así profesan su natural y autónoma capacidad para pensar y decidir por sí mismas.

La subespecie feminazi consiste, pues, en una forma arcaica de ser humano valorada por los machos y por ellas mismas en función de su fecundidad. Hasta tal punto es así que, pasada su prolífica etapa, deprimen la conciencia que de sí tienen. Suele ocurrir, para superar la depresión, que asumen el rol de macho y radicalizan su discurso como única forma de sentirse útiles, «algo», personal y socialmente.

La feminazi, amaestrada secularmente para ello por doctrinas machistas, percibe como amenaza, pecado o delito, su propia libertad. La feminazi acepta sumisa el papel que los machos le han asignado, a la vez que abomina y odia a las mujeres que osan romper tan denigrante cadena. Aceptar que existe la libertad para la mujer, como ser humano, como persona, la trastorna, no lo puede admitir en su simplista mentalidad.

El trastorno de la feminazi enraíza en un profundo déficit sexual y afectivo que la lleva a enervar ante cualquier atisbo de sexo, sea real o imaginario. Debido a ello tal vez, execra cualquier manifestación sentimental que aúne sexo y amor en un mismo acto. No lo entiende, escapan tales conceptos por la cloaca nacionalcatólica que suele tener en la bóveda craneal. La literatura psicosomática ha documentado casos en que determinados ejemplares, al entenderlo, han descubierto la novedad del placer.

Entendido lo anterior, cabría pensar en la enorme dificultad que supondría hallar especímenes feminazis en el siglo XXI. Nada más alejado de la realidad. La ultraderecha radical, sectaria y obsoleta ha abierto armarios ideológicos y han salido en estampida cientos de ejemplares cortados con el mismo patrón. El coro feminazi de hembras reprimidas imitan a sus machos machistas y arremeten contra todo lo que implique disfrute sexual.

Escuchar a engendros políticos como la Olona, la Monasterio, la Cayetana o la Ayuso es como escuchar a José Luis Moreno o a Maricarmen a través de las acartonadas bocas de Rockefeller o Doña Rogelia. Sin discurso propio, repiten los argumentarios de púlpito y estrado aprendidos en sus partidos y parroquias. Estas feminazis son sólo cuatro ejemplos de los miles que han proliferado al calor del neofascismo español.

El peligro de la feminazi no está en su práctica femenina personal, sino en su proceder abiertamente nazi. La feminazi ataca todos los pensamientos que en el mundo existen si no se amoldan al pensamiento único que sus machos exigen de forma exclusiva y ecuménica. Un solo dios, una sola patria, un solo rey y un solo pensamiento, estrechos conceptos que colisionan de forma grave con la democracia.

Asesinos de mujeres

macho de las cavernas

Campa en España un asesino en serie de mujeres. Es inmortal, pues lleva asesinando mujeres siglos y siglos sin que nadie parezca capaz, o en disposición, de darle caza. Es inmoral, a pesar de que sus pulsiones emanan de adoctrinamientos espirituales e ideologías con representación democrática. Es inmaterial, en cuanto existe una amplia masa social que parece no verlo ni oírlo, ni mucho menos señalarlo: no quieren.

Campa el asesino en serie de mujeres a sus anchas, a plena luz del día, sin disimular siquiera sus intenciones amparadas en siglos de cultura misógina. Como mísero cobarde integral, prefiere asesinar en la oscuridad, en la soledad de cuatro paredes, admitiendo sólo como testigos a indefensos menores que suelen ser sus propios hijos. El asesino es ubicuo, capaz de asesinar a dos mujeres el mismo día a 900 km. de distancia.

Campa el asesino en serie de mujeres como una pandemia nacional y mundial, como el más cruel jinete del Apocalipsis. Cuenta para sus asesinatos con una secta de fanáticos que lo encubren y defienden públicamente con uñas, dientes, sotanas, togas, uniformes o escaños. La misoginia de la derecha está catapultando de nuevo a los asesinos de mujeres y a sus defensores, a sus simpatizantes, a sus cómplices, que no son pocos y pocas.

Campan los asesinos en serie de mujeres (hombres, machos) lejos de ser, por desgracia, una especie en riesgo de extinción. Son muchos los factores educativos, publicitarios, mediáticos y políticos que contribuyen a su protección y perpetuación. El rol machista de esos seres infrahumanos se potencia con actitudes de tibieza social y de indiferencia individual, fruto ambas de la profunda incultura de gran parte de la sociedad.

Campan los asesinos en serie de mujeres por una España enemiga del progreso que vuelve sus ojos en los últimos años a los nostálgicos tiempos del nacional–catolicismo. Añora hogaño el fanatismo social y político los aromas de incienso, tabaco y aguardiente que antaño impregnaban al macho como dios manda en iglesias y burdeles. El reinado del macho cabrón y asesino debe acabar, a ser posible con guillotina.

Campan los asesinos en serie de mujeres por los vastos, bastos y criminales dominios de su patriarcado (acepción 5ª del DRAE). Se revuelven como fieras y mueren matando, o matan sin morir, que ya podían hacer un favor a la sociedad y matarse sin matar. Son despreciables estos machos, abominables descerebrados que tienen amistades, familiares, compañeros y compañeras de trabajo, un vecindario con el que conviven y cientos de personas que los atienden a diario en diferentes lugares.

¿Normales? Para nada. Campan los asesinos en serie de mujeres por la vida, por nuestras vidas, con aparente normalidad. Hasta que su cuchillo, su pistola o su martillo mellan nuestros latidos cotidianos, hasta que nos llega de alguna manera como un brutal sobresalto, de forma directa o cercana. Entonces, ya es tarde, es la hora del dolor y de la rabia, del luto y del desconsuelo… y de recordar a quién reíste la gracia, a quien y para qué diste tu voto.

Conciencias ocultas

BEBES

Poco a poco, como la arena de un reloj, regresan al imaginario colectivo las conservadoras ideas que se oponen al raciocinio, al progreso colectivo. Grano a grano, se convierten en sólida piedra los sentimientos más profundos de los corazones hasta hacerlos impermeables al concepto de humanidad. Es la muralla ideológica que la perversa arquitectura insolidaria, egoísta y vicaria de las élites ofrece a la ciudadanía como defensa de los males que ellas mismas producen.

El papel de la mujer como doméstica mucama al servicio de los hombres, con derecho a pernada, es reclamado por el neoliberalismo con el mitrado aplauso de la jerarquía católica. Siempre han defendido, señoritos de casino y clero bigardo, que la mujer es un ser inferior, una cosa, una propiedad inalienable como un piso, un tractor o un reloj de pulsera. Y ahí tenemos de nuevo al neoliberalismo oponiéndose a algo tan simple, y peligroso para sus fines, como la igualdad.

Desde tiempos inmemoriales, el pensamiento conservador ha señalado a sus víctimas como la parte de la humanidad que, además de robarnos, ostenta diferencias en el sexo, la piel, el idioma, la cultura y la religión. El conservadurismo ya lo hizo en la historia más reciente con los negros en USA y los judíos en Alemania, pero es consciente de que el pueblo olvida su historia y se condena a repetirla. Se está viendo hoy mismo en USA, Europa y el despiadado estado asesino de Israel.

Así lo demuestran los populistas ascensos al poder de monstruos sin conciencia como Trump, Salvini, Orban, Le Pen o monstruos de letal conciencia franco–aznariana como Abascal y los suyos, Casado y los suyos o Rivera y los suyos. Todos ellos, y ellas, sin excepción, repiten la liturgia de la arena que filtra sus granos en el reloj de la historia una vez colocado de nuevo boca abajo. Los púlpitos mediáticos y eclesiales horadan las conciencias para que la arena petrifique cerebros y corazones.

Suelen ser personas adictas al incienso y las sacristías, hábilmente pastoreadas, quienes mejor responden con sus votos al llamado de sus rabadanes. Suelen ser personas de conciencia dominical quienes, entre semana, apartan de sí conceptos como caridad, solidaridad y humanidad. Son seres vacíos de valores que no ven seres humanos, sino amenazas a su individualista egoísmo. Son gente que defiende a ultranza la misoginia y la xenofobia como seña propia de identidad.

El odio a la diferencia se extiende en la sociedad como una suerte de peste negra que corroe la convivencia y produce víctimas ante la indiferencia de esas mayorías sin conciencia. Es la ideología neoliberal, retrógrada y conservadora la que, en el siglo XXI, reproduce mensajes supremacistas (fascistas también vale como epíteto) en contra de esa parte de la humanidad a la que ve como una rémora para alcanzar su fin: satisfacer la codicia de sus conciencias.

El imaginario colectivo está henchido de falacias sobre el machismo y el racismo: denuncias falsas (PP, Ciudadanos y Vox), violencia intrafamiliar (PP y Vox) o doméstica (C’s), emigración delincuente (Vox), emigración subvencionada (Vox, PP y C’s), etcétera. Utilizan añagazas para señalar a estas personas (seres humanos, no se olvide) como la causa de todos los males económicos y sociales que sufre la ciudadanía en general y que el propio neoliberalismo produce.