Poco a poco, como la arena de un reloj, regresan al imaginario colectivo las conservadoras ideas que se oponen al raciocinio, al progreso colectivo. Grano a grano, se convierten en sólida piedra los sentimientos más profundos de los corazones hasta hacerlos impermeables al concepto de humanidad. Es la muralla ideológica que la perversa arquitectura insolidaria, egoísta y vicaria de las élites ofrece a la ciudadanía como defensa de los males que ellas mismas producen.
El papel de la mujer como doméstica mucama al servicio de los hombres, con derecho a pernada, es reclamado por el neoliberalismo con el mitrado aplauso de la jerarquía católica. Siempre han defendido, señoritos de casino y clero bigardo, que la mujer es un ser inferior, una cosa, una propiedad inalienable como un piso, un tractor o un reloj de pulsera. Y ahí tenemos de nuevo al neoliberalismo oponiéndose a algo tan simple, y peligroso para sus fines, como la igualdad.
Desde tiempos inmemoriales, el pensamiento conservador ha señalado a sus víctimas como la parte de la humanidad que, además de robarnos, ostenta diferencias en el sexo, la piel, el idioma, la cultura y la religión. El conservadurismo ya lo hizo en la historia más reciente con los negros en USA y los judíos en Alemania, pero es consciente de que el pueblo olvida su historia y se condena a repetirla. Se está viendo hoy mismo en USA, Europa y el despiadado estado asesino de Israel.
Así lo demuestran los populistas ascensos al poder de monstruos sin conciencia como Trump, Salvini, Orban, Le Pen o monstruos de letal conciencia franco–aznariana como Abascal y los suyos, Casado y los suyos o Rivera y los suyos. Todos ellos, y ellas, sin excepción, repiten la liturgia de la arena que filtra sus granos en el reloj de la historia una vez colocado de nuevo boca abajo. Los púlpitos mediáticos y eclesiales horadan las conciencias para que la arena petrifique cerebros y corazones.
Suelen ser personas adictas al incienso y las sacristías, hábilmente pastoreadas, quienes mejor responden con sus votos al llamado de sus rabadanes. Suelen ser personas de conciencia dominical quienes, entre semana, apartan de sí conceptos como caridad, solidaridad y humanidad. Son seres vacíos de valores que no ven seres humanos, sino amenazas a su individualista egoísmo. Son gente que defiende a ultranza la misoginia y la xenofobia como seña propia de identidad.
El odio a la diferencia se extiende en la sociedad como una suerte de peste negra que corroe la convivencia y produce víctimas ante la indiferencia de esas mayorías sin conciencia. Es la ideología neoliberal, retrógrada y conservadora la que, en el siglo XXI, reproduce mensajes supremacistas (fascistas también vale como epíteto) en contra de esa parte de la humanidad a la que ve como una rémora para alcanzar su fin: satisfacer la codicia de sus conciencias.
El imaginario colectivo está henchido de falacias sobre el machismo y el racismo: denuncias falsas (PP, Ciudadanos y Vox), violencia intrafamiliar (PP y Vox) o doméstica (C’s), emigración delincuente (Vox), emigración subvencionada (Vox, PP y C’s), etcétera. Utilizan añagazas para señalar a estas personas (seres humanos, no se olvide) como la causa de todos los males económicos y sociales que sufre la ciudadanía en general y que el propio neoliberalismo produce.
En mi opinión, la causa de todos los males económicos y sociales que sufre la ciudadanía en general no es otra que la corrupción de los trepadores políticos y la de quienes los votan sabiendo que son corruptos.
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