Feminazi: dícese de toda hembra abducida por una ideología machista de marcado carácter fascista. El término se aplica a ciertas hembras de la especie humana que ejercen de forma exclusiva y sumisa su función reproductiva al servicio del macho. A diferencia de las feminazis, las mujeres en general ejercen su función de persona, supeditando a la misma la de hembra fértil: así profesan su natural y autónoma capacidad para pensar y decidir por sí mismas.
La subespecie feminazi consiste, pues, en una forma arcaica de ser humano valorada por los machos y por ellas mismas en función de su fecundidad. Hasta tal punto es así que, pasada su prolífica etapa, deprimen la conciencia que de sí tienen. Suele ocurrir, para superar la depresión, que asumen el rol de macho y radicalizan su discurso como única forma de sentirse útiles, «algo», personal y socialmente.
La feminazi, amaestrada secularmente para ello por doctrinas machistas, percibe como amenaza, pecado o delito, su propia libertad. La feminazi acepta sumisa el papel que los machos le han asignado, a la vez que abomina y odia a las mujeres que osan romper tan denigrante cadena. Aceptar que existe la libertad para la mujer, como ser humano, como persona, la trastorna, no lo puede admitir en su simplista mentalidad.
El trastorno de la feminazi enraíza en un profundo déficit sexual y afectivo que la lleva a enervar ante cualquier atisbo de sexo, sea real o imaginario. Debido a ello tal vez, execra cualquier manifestación sentimental que aúne sexo y amor en un mismo acto. No lo entiende, escapan tales conceptos por la cloaca nacionalcatólica que suele tener en la bóveda craneal. La literatura psicosomática ha documentado casos en que determinados ejemplares, al entenderlo, han descubierto la novedad del placer.
Entendido lo anterior, cabría pensar en la enorme dificultad que supondría hallar especímenes feminazis en el siglo XXI. Nada más alejado de la realidad. La ultraderecha radical, sectaria y obsoleta ha abierto armarios ideológicos y han salido en estampida cientos de ejemplares cortados con el mismo patrón. El coro feminazi de hembras reprimidas imitan a sus machos machistas y arremeten contra todo lo que implique disfrute sexual.
Escuchar a engendros políticos como la Olona, la Monasterio, la Cayetana o la Ayuso es como escuchar a José Luis Moreno o a Maricarmen a través de las acartonadas bocas de Rockefeller o Doña Rogelia. Sin discurso propio, repiten los argumentarios de púlpito y estrado aprendidos en sus partidos y parroquias. Estas feminazis son sólo cuatro ejemplos de los miles que han proliferado al calor del neofascismo español.
El peligro de la feminazi no está en su práctica femenina personal, sino en su proceder abiertamente nazi. La feminazi ataca todos los pensamientos que en el mundo existen si no se amoldan al pensamiento único que sus machos exigen de forma exclusiva y ecuménica. Un solo dios, una sola patria, un solo rey y un solo pensamiento, estrechos conceptos que colisionan de forma grave con la democracia.