La España negra

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El luto es lo que mejor define el estado de ánimo actual del país, los duelos tintan de negro las esquinas y los callejones de la convivencia, el desconsuelo cotidiano ensombrece los días fundiéndolos con la nocturna oscuridad. El luto, los duelos y el desconsuelo se han incorporado al paisaje de la vida y amenazan con instalarse de forma definitiva en las retinas que miran la realidad y, a partir de ahí, configurar los sueños. Nadie quiere verlo todo negro, pero es el color que domina la inexorable actualidad.

Los grises políticos instalados en el gobierno y la oposición aplican el pincel oscuro a tareas tan necesarias y habituales como comprar el pan, calentarse en invierno o asearse con agua caliente (¡Ay, Cañete!). Son exigencias de Europa, dicen a diario, problemas de confianza derivados de la actitud derrochadora de todos los pueblos sureños. Y Europa envía a sus hombres de negro para vigilar las huchas semivacías del sur y velar para que se llenen las del norte.

La economía utilizaba el azul y el rojo como metáforas cromáticas del peligro y la salvación, del cielo y del infierno, del yin y el yang. Hoy, la economía toma el sol y degusta daikiris en paraísos fiscales donde el dinero evadido se broncea con un tono que tira al negro petrolero que inauguró la era del capitalismo desbocado. En España, se está haciendo un remake de La Tapadera (Sydney Pollak, 1993) en el que el partido del gobierno, el de la oposición, la Casa Real, cantantes, deportistas, empresarios, banqueros, y cualquiera que maneje algo más que calderilla, no dudan en cambiar el azul y el rojo por el negro. El dinero negro les pone, les mola.

Uniformes y lencería hospitalaria están cambiado el blanco aséptico por los oscuros colores de intereses privados, proyectando un sombrío panorama, en salas de espera y consultas, muy cercano al temido luto por defunción. Una gripe, si no va acompañada por un respaldo en metálico a precio de mercado, puede derivar en neumonía y pasar a ser problema funerario en vez de sanitario. Velos negros, brazaletes negros y botones forrados de negro volverán pronto a distinguir a los europeos cuyas economías no den para satisfacer la avidez de la sanidad privatizada que Europa exige y el gobierno ofrece.

Negros presagios penetran en los hogares desde la RTVE y las cadenas autonómicas, donde se ha producido un fundido a negro desde el technicolor y el pluralismo informativo hacia el blanco y negro y la propaganda de partido. PP y PSOE entienden la información como un servicio a sus intereses, la más vil manipulación adoctrinadora, conscientes de que gran parte de la ciudadanía piensa y actúa según le dictan las pantallas, las ondas o la prensa. En TVE, negros a sueldo imponen guiones políticos que los profesionales se niegan a firmar con sus nombres y su dignidad. Escandaliza que, junto a The New York Times, El País o El Mundo, se publicite sin rubor, con dictatorial descaro, una revista de la FAES en la sección revista de prensa del canal público 24 Horas.

La católica iglesia, que no renuncia a reinar en este mundo, vuelve a tener predicamento sobre un gobierno confesional como en el periodo más negro de la historia reciente. Recupera el pecado como castigo, de nuevo acogido como delito en el código penal, pontifica sobre sexo desde una abstinencia decadente, exige el control de la educación para adoctrinar, es una de las industrias que más dinero distraído mueve en España y sus negras sotanas vuelven a ser escoltadas por negras mantillas gubernamentales. Así se distancia del cristianismo y de los cristianos, así y cubriendo con un oscuro velo de silencio los casos de niños robados, la pederastia, el empobrecimiento de su rebaño y otras cosas que claman al cielo, entre ellas su beligerancia con curas obreros, cristianos comprometidos o teólogos de la liberación.

España recorre un negro túnel cuyo final no está previsto para, siendo optimistas, los próximos cincuenta años.