Linajes y castas siglo XXI

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En la Edad Media, la piramidal estructura social situaba en la cúspide a un rey cuyo poder era sostenido por una nobleza armada y recaudadora. Aplastado en la base subsistía el pueblo, una miscelánea de siervos y soldados que luchaban por defender su miseria. La riqueza seguía el mismo patrón: hacinada en la cima, dosificada en segundas escalas, apenas goteaba hasta el cimiento. Los menos tenían casi todo, los más acariciaban la nada. Herencia romana traspasada ad aeternum.

La España del siglo XXI, con obligadas adaptaciones históricas, camina hacia el futuro con la vista puesta en el horizonte del pasado. La pirámide social ha recorrido impasible las dinásticas ramas desde Recadero hasta Leonor, en unos días princesa bienpagá (146.376 euros anuales al cumplir 18 años) y heredera de la jefatura del Estado. Una niña llamada a ser el espejo en que se mire la infancia española afectada, según Cáritas, de pobreza en el 26,7%, una estadística negada por el cortesano Ignacio González en la corte madrileña y en proceso de ocultación por el cortesano Feijóo en el virreinato gallego.

La niña Leonor recibirá la misma preparación que su padre y los cortesanos del PP y del PSOE tendrán la excusa perfecta para conservar su privilegiada situación en la pirámide. Un padre que va a ser militar coronado, jurando sobre la Biblia, sin haber dado un palo al agua a sus 46 años vividos a cuerpo de rey. Un rey, padre y abuelo, que instruirá a su linaje en el ars lucrandi de socaliñar a desinteresadas y caritativas almas, para que les donen yates de 19 millones de euros, y en las argucias para acumular, según The New York Times, 2.300 millones de dólares sin la torpeza del tito, cuñado, yerno y duque consorte Iñaki Urdangarín.

España es un estado medieval donde los linajes siguen funcionando como en el siglo XIII y las castas han aprendido excesivamente bien el oficio. Los barones del bipartidismo eligen a dedo herederos para presidir gobiernos. Gallardón concede indultos tramitados por el bufete de su hijo. La mujer de un presidente hereda la alcaldía de la capital. La hija de Botín, noble por casorio y asidua del Club Bilderberg, hereda parte del negocio del Banco de Santander. Felipe González hace de conseguidor, su profesión y vocación, para su hijo en la multinacional Indra. La familia Pujol hace negocios, política y estafas en comandita. ¿Mérito y capacidad? No -eso, para los súbditos- se llama linaje, casta o estirpe, prebendas de la pernada.

La tragicomedia en tres actos -Abdicación, Coronación, Separación- representada estos días en el escenario patrio demuestra que España ha modernizado su estructura social pasando de la Edad Media al despotismo ilustrado del siglo XVIII: Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. La herencia franquista del PP y el contorsionismo ideológico del PSOE han escenificado su desprecio hacia la voz del pueblo arrogándose una viciada representatividad para votar a favor de la tradición medieval. Los españoles siguen siendo súbditos y no ciudadanos. Esta democracia es una bufonada.

Como en la Edad Media, el siglo XXI es tiempo de cuerdas de presos políticos, de garrote a rodillas no hincadas, de evangélica legislación, universal analfabetismo, devotas plegarias, forzados trabajos, ruines salarios, pandémicas gripes, sobras alimenticias, mendicantes, abusos y variadas varas para medir delitos. Son tiempos en los que la bragueta sigue marcando los destinos en la cúspide o en la base de la milenaria pirámide social.

Aún quedan juglares para glosar estos tiempos: Me gustas, Democracia, porque estás como ausente / con tu disfraz parlamentario, / con tus listas cerradas, tu Rey, tan prominente, / por no decir extraordinario, / tus escaños marcados a ocultas de la gente, / a la luz del lingote y del rosario.

La España negra

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El luto es lo que mejor define el estado de ánimo actual del país, los duelos tintan de negro las esquinas y los callejones de la convivencia, el desconsuelo cotidiano ensombrece los días fundiéndolos con la nocturna oscuridad. El luto, los duelos y el desconsuelo se han incorporado al paisaje de la vida y amenazan con instalarse de forma definitiva en las retinas que miran la realidad y, a partir de ahí, configurar los sueños. Nadie quiere verlo todo negro, pero es el color que domina la inexorable actualidad.

Los grises políticos instalados en el gobierno y la oposición aplican el pincel oscuro a tareas tan necesarias y habituales como comprar el pan, calentarse en invierno o asearse con agua caliente (¡Ay, Cañete!). Son exigencias de Europa, dicen a diario, problemas de confianza derivados de la actitud derrochadora de todos los pueblos sureños. Y Europa envía a sus hombres de negro para vigilar las huchas semivacías del sur y velar para que se llenen las del norte.

La economía utilizaba el azul y el rojo como metáforas cromáticas del peligro y la salvación, del cielo y del infierno, del yin y el yang. Hoy, la economía toma el sol y degusta daikiris en paraísos fiscales donde el dinero evadido se broncea con un tono que tira al negro petrolero que inauguró la era del capitalismo desbocado. En España, se está haciendo un remake de La Tapadera (Sydney Pollak, 1993) en el que el partido del gobierno, el de la oposición, la Casa Real, cantantes, deportistas, empresarios, banqueros, y cualquiera que maneje algo más que calderilla, no dudan en cambiar el azul y el rojo por el negro. El dinero negro les pone, les mola.

Uniformes y lencería hospitalaria están cambiado el blanco aséptico por los oscuros colores de intereses privados, proyectando un sombrío panorama, en salas de espera y consultas, muy cercano al temido luto por defunción. Una gripe, si no va acompañada por un respaldo en metálico a precio de mercado, puede derivar en neumonía y pasar a ser problema funerario en vez de sanitario. Velos negros, brazaletes negros y botones forrados de negro volverán pronto a distinguir a los europeos cuyas economías no den para satisfacer la avidez de la sanidad privatizada que Europa exige y el gobierno ofrece.

Negros presagios penetran en los hogares desde la RTVE y las cadenas autonómicas, donde se ha producido un fundido a negro desde el technicolor y el pluralismo informativo hacia el blanco y negro y la propaganda de partido. PP y PSOE entienden la información como un servicio a sus intereses, la más vil manipulación adoctrinadora, conscientes de que gran parte de la ciudadanía piensa y actúa según le dictan las pantallas, las ondas o la prensa. En TVE, negros a sueldo imponen guiones políticos que los profesionales se niegan a firmar con sus nombres y su dignidad. Escandaliza que, junto a The New York Times, El País o El Mundo, se publicite sin rubor, con dictatorial descaro, una revista de la FAES en la sección revista de prensa del canal público 24 Horas.

La católica iglesia, que no renuncia a reinar en este mundo, vuelve a tener predicamento sobre un gobierno confesional como en el periodo más negro de la historia reciente. Recupera el pecado como castigo, de nuevo acogido como delito en el código penal, pontifica sobre sexo desde una abstinencia decadente, exige el control de la educación para adoctrinar, es una de las industrias que más dinero distraído mueve en España y sus negras sotanas vuelven a ser escoltadas por negras mantillas gubernamentales. Así se distancia del cristianismo y de los cristianos, así y cubriendo con un oscuro velo de silencio los casos de niños robados, la pederastia, el empobrecimiento de su rebaño y otras cosas que claman al cielo, entre ellas su beligerancia con curas obreros, cristianos comprometidos o teólogos de la liberación.

España recorre un negro túnel cuyo final no está previsto para, siendo optimistas, los próximos cincuenta años.