Me preocupa, pero no me alarma, la corrupción, histórica y pícara Marca de este país. Que los partidos gobernantes se dediquen al menudeo junto a pueblerinos empresarios y subalternos de la banca crea una desmesurada alarma social, comparable a la intervención de los GEO y el CNI para detener a un camello de barrio. Que la ciudadanía se distraiga a diario con las andanzas de bandoleros, forajidos y trabucaires les hace parecer hasta normales.
Me preocupa, pero no me alarma, que la justicia use mazo de goma cuando de ellos se trata y de hierro para los parias. Llama la atención, como la nieve estival, novedad inesperada, que se investigue la corrupción y se actúe contra ella. Se cuentan por decenas los casos, por cientos los imputados, por miles los millones y por millones los votantes defraudados. Y en paralelo, como una sombra, caen artistas, deportistas y otros ciudadanos, todos ellos luces y guías de un viciado comportamiento social.
Me preocupan, pero no me alarman, los casos del PSOE, del PP o de CiU, el de la Casa Real, los de la Pantoja y la Caballé, los de Messi y Neymar, los de la SGAE o la anécdota del Pequeño Nicolás. Los camellos de barrio cumplen la función de aturdir la razón del pueblo y dar lustre a la Justicia y a las fuerzas de seguridad. Mientras tanto, los capos introducen toneladas de basura en las venas del país, a veces a través de puertas abiertas por los propios gobernantes.
Me alarma que los bancos reciban dinero público del BCE al 0,33% y lo presten a los estados al 0,5 ó al 3%. Me indigna que la deuda del país, la deuda con los bancos, se consagre en la Constitución a costa del resto de su articulado. Me sulfura que, cuando les sale mal la jugada, se les rescate con dinero público haciendo de la deuda pública una bola insoportable. Me deprime que no se perciba el juego financiero como la mayor de las corrupciones posibles.
Me alarma que grandes fortunas y grandes empresas sumen más del 70% del fraude fiscal en España, 253.135 millones –24,6% del PIB– desde 2008. Me indigna que la forma de combatirlo por parte del PP y del PSOE consista en amnistías fiscales y rebajarles todo tipo de cotizaciones. Me sulfura que los grandes defraudadores señalen a la mano de obra como causa del deterioro de la economía. Me deprime que la ciudadanía acepte la esclavitud temiendo la sodomía.
Me alarma que sectores estratégicos como la energía o el agua sean monopolios obsequiados por los gobernantes a manos privadas. Me indigna un mercado copado por productos de obsolescencia programada con todos los certificados que la administración avala. Me sulfura que la cesta de la compra, desde el productor al consumidor, sea un fraude canalla. Me deprimen los sofás repletos de gente que consume, consiente y calla.
Enfocados los casos mediáticos de chorizos sin escrúpulos, la corrupción política que ha vendido la sanidad, la educación y los derechos cívicos, pasa a un segundo plano. Y fuera de plano, en el más absoluto de los secretos, oculta al pueblo, queda la negociación del TTIP, el Tratado de Libre Comercio e Inversión entre la UE y EEUU, que garantizará a multinacionales e inversores el control político y jurídico de la Unión Europea. A escondidas, a traición, PP, PSOE, CiU y UPyD ya han anunciado que están a favor sin consultar al pueblo, la corrupción de las corrupciones.
La pasarela de ministros y cargos públicos, trastabillando la lengua para eximirse de corruptos de barrio, es el desfile de quienes han corrompido el estado y la democracia, ni uno más, ni uno menos. Me preocupa que PP y PSOE practiquen la corrupción como chorizos callejeros y me alarma que hayan utilizado los votos del pueblo para servir a la plutocracia. Me indigna que aún tengan apoyos suficientes para gobernar como la pareja de hecho que son desde hace décadas. Me deprime que lo peor esté por llegar y no es Podemos, como el coro de corruptos proclama.