
Nuevas elecciones: mismas ideas, mismas mentiras, mismas promesas, mismas proclamas, mismas intenciones, mismas sensaciones. Nuevas elecciones: la misma liturgia pagana oficiada por predicantes de toda laya con la ética malparada, sin atisbos de pudor, sin tonsura ni sotana, sin rigor, con determinación malsana. Nuevas elecciones: llamada de pastores y vaqueras a la manada, repicando esquilones que tocan a duelo convertidos en campanas.
El trabajo ya está hecho, sobraba la precampaña, no hace falta la campaña, pero repiten la liturgia, caduca, obsoleta, con amañadas palabras. No pueden prometer, y sin embargo prometen a sabiendas de que no lo van a hacer. Hablan poco, y con impune descalabro, de las cuitas de sus representados, de sus necesidades, de sus problemas, de la ausencia de trabajos. Hablan de ellos y de ellas, con palabras prestadas de quienes no ponen sus caras en los carteles, de quienes no inscriben sus nombres en las sacrosantas listas de candidatos.
El trabajo ya está hecho. El pueblo, a lo largo del año, es amaestrado en tertulias de todo tipo para soportar griteríos, confundir razón con volumen de voz, repetir letanías, machacar con lamentables argumentos ideas distintas, que no contrarias. Cualquier tertulia, en cualquier cadena pública o privada, marca pautas de gallinero para ¿debatir? sobre drogas populares, sean política, deporte o farándula. Para atisbar una idea, casi todas vacuas, hay que esperar a la soledad del retrete durante las pausas publicitarias.
El trabajo ya está hecho. Candidatos y candidatas escupen sus discursos a una audiencia embrutecida. No hablan de sanidad, de pensiones, de educación, de quebrantados derechos cívicos, ni de dependencia o dignidad en el trabajo. Hablan de lo de siempre, de lo malo que es el de enfrente, de lo ruin que es quien tiene al lado… y tú más… con un vocabulario tan pobre y desdichado como lo son sus ideas de saldo. Y cuando no, inventan problemas, cantan himnos, agitan banderas y prenden hogueras fatuas.
Entre tanto despropósito, entre tanta vulgaridad, entre tanta basura, entre tanta algarabía, se sienten a gusto candidatos y candidatas, como porcinas bestias hozando en el lodazal. En ese sucio fangal, entre inmundicias, la ciudadanía ha de decidir a quién o a qué votar y así surge el desencanto susurrando ¡qué más da! Anuladas las neuronas, educadas y obstruidas en el continuo cacarear, el desfile de papeletas ante las urnas da para dudar y para temer el recuento final.
Y por si fuera poca la soberbia desvergüenza de la política ejercida de modo profesional, por si no bastara la sumisión a banca, clero y patronal, hemos de aguantar la cloaca policial, reminiscencia 2.0 de Gestapos, Cias, Stasis, Kgbs, Mossades y otros malnacidos cuerpos contrarios a la democracia real. Y, por si fuera poco, hemos de aguantar unos medios de comunicación, la inmensa mayoría, que, descartado el periodismo, se han convertido en aparatos de propaganda al servicio de sus pagadores amos.
Hace muchos años ya que ejerzo el deber del voto meditado, ponderado, razonado, con el alma compungida y la nariz tapada. Hace años que no encuentro con quién debatir ideas, con quién intercambiar palabras, con quién contrastar visiones, con quién aclarar conceptos: todo el mundo parece haber trocado la dialéctica por el rezo. De una década a hoy, ejerzo la sordera ante las insufribles y electorales campañas. Y de aquí a unas semanas, otra vez a votar, con las ideas claras, pero con la nariz tapada.