Anda la derecha empleada a fondo en la destrucción del estado del bienestar y en restablecer el status quo preconstitucional en la vida de los españoles. Los recortes practicados con la excusa de la estafa financiera y global nos devuelven al relato de Tiempo de Silencio de Martín-Santos o Los santos inocentes de Delibes. La reforma laboral, la ley de Seguridad ciudadana y la petición de reformar la ley de Huelga, por parte del PP, nos devuelven al de Oliver Twist de Dickens o Germinal de Zola.
Anda la ciudadanía ocupada en sofocar angustias, entregada a la supervivencia como principal argumento de sus días y pidiendo a gritos humana cordura a quienes, sordos y tal vez ciegos, le clavan una estaca de servidumbre en su corazón derrotado. Volvemos a vivir para trabajar y en dos generaciones se habrá olvidado lo que era trabajar para vivir. El enfoque laboral del gobierno saca el trabajo de la nómina de los derechos humanos y lo sitúa en el ámbito de la pecaminosa maldición bíblica.
Anda la patronal, unidas sus fuerzas para apretar a los trabajadores en el exprimidor de los beneficios, cobrando parte de sus donaciones ilegales al partido que gobierna, pero pide más. Extendió la alfombra de dinero negro que condujo a Rajoy a La Moncloa y exige libertad total para actuar como negreros. Despido libre y gratuito, bajada del pantalón salarial, elástica jornada laboral, convenio individual y baja por dolencia con alta simultánea en el paro, es la utopía empresarial hecha realidad. Prevalencia de los derechos sobre el despido, dignidad salarial, humana jornada laboral, convenio colectivo y seguridad laboral, es la realidad obrera hecha utopía.
Anda, desde hace lustros, la élite sindical alejada de sus cometidos sociales, medrando en los entresijos políticos. La zanahoria de la gestión formativa, la avena de la subvención y la jáquima política han sabido conducir mansamente a la recua sindical alrededor de una noria de corrupción que le ha salpicado desde la testuz hasta la cola. Miles de representantes sindicales honestos, solidarios e imprescindibles, han sido arrastrados por la ingente cantidad de lodo que los aparatos de CC.OO, y UGT han vertido sobre las necesidades de la clase obrera.
Andan los sindicatos tocados y hundidos desde que sus dirigentes provinciales, regionales y nacionales se olvidaron de lo que eran y se convirtieron en lo que hoy son: cómplices comparsas del poder, corruptas sombras de lo que fueron. Hoy, más imprescindibles que nunca, son un juguete roto en manos de la derecha que avanza sin oposición alguna hacia su objetivo. El mal comenzó cuando el representante sindical se hizo profesional y pasó a denominarse sindicalista. Son los propios trabajadores quienes, en la calle, silban y abuchean al paso de sus lábaros y pancartas de igual manera que lo hacen a políticos que no les representan.
Anda la justicia al acecho de facturas falsas, comilonas y hasta bolsos de imitación pagados con dinero público. A nada que rasque y profundice, podrían salir cursos ficticios, firmas de alumnos suplantadas y nóminas de sindicalistas abonadas por agencias públicas y empresas participadas, no sería extraño. El entramado contable urdido por los sindicalistas es complejo pero tosco, lo que debería facilitar la tarea de higiene que la sociedad demanda.
Anda la economía española necesitada de sindicatos fuertes y anda la sociedad huérfana de sindicatos honestos y fiables como lo fueron CC.OO. y UGT en tiempos de Camacho y Redondo. Sólo expulsando a los sindicalistas profesionales y reconstruyendo los sindicatos, la clase trabajadora podrá salir con un mínimo de dignidad de la estafa que vive ahora y sentar las bases para que las futuras generaciones recuperen los derechos amputados en los últimos dos años. Un sindicato es una organización imprescindible para la evolución democrática. Los sindicalistas profesionales destruyen los sindicatos como los políticos profesionales destruyen los partidos y siempre con el pueblo como principal damnificado.