Felipe VI el Pre-parado

Borbones

Con la encopetada asistencia de quienes se representan a sí mismos en las cortes y representantes de casi todos los estamentos que esquilman públicas arcas y bolsillos privados, ha tenido lugar la coronación del nuevo rey. Con la pompa y el boato propios del polvo y los ácaros de la historia, ha jurado su cargo vestido de militar, con ausencia de crucifijo y de urna, sobre una Constitución obsoleta en contenidos y malparada en cumplimientos.

Un militar pasó por las armas la última aventura democrática de España, una mala hierba que arraigó en las ramas de la genealogía dinástica española. El generalísimo restauró el borbonismo rechazado por las urnas, podó el tronco de Don Juan y cuidó con botánico esmero la dócil rama de Juan Carlos y el incipiente capullo de Felipe. Aceptado el caudillo como injerto sustancial del linaje, la rama abdicada y la flor hoy coronada han mutado la sangre azul por savia verde caqui. Felipe VI ha heredado trono, corona, cetro y generalísima capitanía.

Los fastos han transcurrido con más pena que gloria, a pesar de la inversión en banderitas y parafernalia realizada por gobiernos que dicen no tener para sanidad o educación. A pesar del bombardeo publicitario de esos mismos gobiernos y sus mascotas periodísticas. A pesar de la represión policial con amenazas y golpes a símbolos y opiniones que pudieran alterar el anormal desarrollo de un baño de masas que apenas ha quedado en remojón.

La mayoría silenciosa ha compelido a primeros planos en noticiarios, renunciando a tomas aéreas para ocultar que la monarquía no es popular. El trayecto, limpio de contestatarios, desinfectado de indigencia y con renovado mobiliario, ha echado de menos el apoyo del despechado rebaño de la Conferencia Episcopal. 2.200 policías –por aire, tierra y cloacas–, 120 francotiradores, 2.100 antidisturbios, 330 aprendices de policía y 1.500 policías municipales han escenificado una toma de la plaza a la que sólo le ha faltado la Guardia Mora. Más policía que pueblo en las calles Madrid.

Y todo para ver a Felipe VI El Preparado leer un discurso redactado por sus validos. Un discurso en el que ha brillado la frase “…dispuesto a escuchar, a comprender, a advertir y a aconsejar; y también a defender siempre los intereses generales”. Escuchar dice quien desoye la libre expresión de ciudadanos que prefieren otro modelo de estado; advertir, palabra chulesca de tono amenazante; derechos generales de grupúsculos de poder, los mismos que defendieron su padre y el general Franco.

Un discurso en el que ha prometido “…observar una conducta íntegra, honesta y transparente…” de la Corona. Tenían que escribirlo, tenía que leerlo. Retóricas y vacías palabras obligadas por la acelerada decadencia que ha forzado la abdicación como lavado de imagen para eludir el naufragio inevitable de la monarquía y el bipartidismo. ¿Va a aclarar la paterna fortuna amasada o las familiares cuentas suizas? ¿Va a atender las plebeyas demandas por supuesta paternidad sobre el abdicador? ¿Va a derogar su propia inviolabilidad, a evitar el aforamiento de su inocente progenitor? ¿Para quién hablaba? ¿Quién le cree?

La soledad le ha acompañado por las calles, huérfanas de plebe entregada, y los ensayados aplausos impostados de los medradores públicos han decorado sus palabras. El pueblo, ahora, espera el cumplimiento de lo leído. Felipe VI debe escuchar a la ciudadanía a través del fonendoscopio de las urnas y comprender que el tiempo de la monarquía ha pasado. Tan preparado como está no debe tener inconveniente para presentarse a unas elecciones y legitimar así su derecho, como el de cualquier otra persona, a la jefatura del estado.

Preparado, sí, pero también uniformado y con la advertencia como programa de gobierno. Más que Preparado, digamos que está en estado Pre-parado.