Casa Manolo: Cineclub

Gran parte de la clientela no comprendía que Miguel no pusiera fútbol en la smart TV de 50 pulgadas. “Es un desperdicio que le hace perder un buen número de clientes”, opinaba mucha gente. “Los casi 300 euros al mes para poder verlo son una más de las estafas que rodean el mundo del fútbol”, opinaban Miguel, su suegro Manolo y muchos clientes al enterarse de lo que cobra Movistar. En Casa Manolo no había más fútbol que los partidos de equipos femeninos y de fútbol sala en abierto, tampoco había motos ni F1. La noche en la que se abarrotaron los bares de la ciudad para el Manchester City–Real Madrid, treinta y ocho personas se dieron cita en el bar para ver El pianista, la peli de Román Polansky.

Era frecuente que Casa Manolo funcionara como cineclub en los días de fútbol. No era una película atractiva, pero a la clientela no futbolera lo que le ponía de verdad eran los coloquios espontáneos de después. A veces, todo el mundo intervenía y Miguel y Manolo se turnaban ejerciendo de moderadores; otras veces, la clientela se organizaba en grupos autogestionados. También eran frecuentes los chismorreos en voz baja durante la emisión y algunas llamadas al móvil que educadamente eran atendidas en la puerta. En la primera aparición del protagonista, un espectador lo señaló con el cubata que sostenía para comentar entre risas discretas a los más cercanos su parecido nasal con el de Ketama.

El cielo escupió una lluvia de bombas sobre Varsovia y un relámpago de destrucción cayó brutal sobre una emisora de radio. Así anuncian los heraldos bélicos los desastres de las guerras: potentes, inesperados, contundentes, inevitables, feroces, crueles, terroríficos. Uniformes, armas, odio, violencia y muerte ocuparon las calles y cambiaron la realidad cotidiana de un país que tal vez no quiso verlo venir. El pueblo polaco descubría lo que había tras la parafernalia y las soflamas nazis que vio en la tele, oyó en la radio y leyó en la prensa. Nazis y judíos eran la pareja de baile que protagonizó la danza de la muerte con personas insultadas, deshumanizadas, asesinadas o quemadas por otras en una ciudad saqueada, destruida, arrasada por gente ciega entregada a una causa criminal.

Hubo final feliz con Brody interpretando a Chopin al piano, la emisora reconstruida y limpias las calles de los uniformes del terror. Hubo quienes no resistieron la tentación y comentaron que el partido iba camino de los penaltis para decidir qué equipo pasaría a semifinales. Hubo ajetreo en las mesas y la barra para retirar vasos y platos y reponer consumiciones. Hubo quien empezó el coloquio nada más acabar la película: “¡Putos sionistas de los cojones —exclamó una mujer con las lágrimas a punto de saltar—. Lo de Gaza es peor y en menos tiempo!”. “¡Que tendrá que ver la película con Gaza! —gritó uno en tono de reproche—. Ya estamos mezclando las cosas”. “A mí las escenas de la ciudad reducida a escombros y los nazis disparando con el tanque al hospital y quemándolo con lanzallamas también me han recordado lo de Gaza —elevó un tercero la voz sobre los murmullos”.

Miguel llamó la atención golpeando la bandeja con un cucharón. Pidió tranquilidad y asumió el mando como moderador tomando nota de los brazos levantados. La noche transcurrió en un debate en el que la mayoría se posicionó en contra de Netanyahu y del sionismo exterminador que hace en Gaza lo mismo que los nazis a los judíos en el gueto de Varsovia. Una minoría escuchaba en silencio y cuatro clientes siguieron al de “qué tendrá que ver…” cuando pagó y enfiló hacia la calle. La impunidad y la extrema crueldad de Israel, la complicidad de EE.UU., la doble moral de Europa y el daño de las religiones a la humanidad eclipsaron a Hitler y a los nazis. Ni la victoria del Madrid alivió el ambiente de preguerra mundial que se respiraba. Sonó el “cu–cu”. La 1:00, hora de recoger y cerrar.