Septiembre es un mes de contrastes, un mes tragicómico en el que se mezclan, como en el teatro, las máscaras sonrientes y las lloronas sobre el rostro de cada espectador. El fin de las vacaciones, un derecho en vías de extinción como otros muchos, trae el síndrome posvacacional, los exáménes, la vuelta al cole, la menor duración de los días y algún que otro suceso de corte depresivo que cohabitan con algunas fiestas locales y el comienzo de algunas rutinas que parecen poner orden en las vidas de las personas, como el trabajo, el fútbol, las parrillas televisivas o la política.
Trabajar es motivo de alegría y de tristeza, alegría por esquivar el paro y tristeza por comprobar que cada día el trabajo da para atender menos necesidades y por menos tiempo. El fútbol ya ha comenzado con idénticas intenciones que todos los años: vaciar los bolsillos y los cerebros a los aficionados distrayendo su capacidad crítica de otros menesteres que afectan a sus castigadas vidas. Las cadenas de televisión preparan su renovación con las mismas películas de siempre, las mismas tertulias y las nuevas temporadas de las mismas series. Después llegará un invierno más pobre, más previsible y más aburrido que nunca.
El septiembre político retomará los ERE y Bárcenas, las puñaladas sedientas de poder de la radical Aguirre y su ultraderecha, el irremediable ocaso del PSOE o las acometidas sociales de la troica, la CEOE y la Conferencia Episcopal. Septiembre, mes propicio para la murria y la melancolía, acecha emboscado en el calendario, no así el gobierno del Partido Popular cuyo disfrute corre paralelo al padecimiento generalizado de la ciudadanía. Rajoy estrena una tercera temporada que promete alargar el clima de corrupción y alcanzar el clímax en los recortes sociales.
Como en las series de televisión, donde la repetición y la previsibilidad suplen la más absoluta carencia de originalidad, el público apuesta por el agua de borrajas como más que probable desenlace para la contabilidad B del PP y los ERE del PSOE. El caso Urdangarín va camino de ello mediante un pacto con la “justicia” que sería el Pacto de la Zarzuela: lo sentirá mucho y prometerá que no volverá a suceder. Rajoy, Cospedal, Aznar y las cúpulas del PP, durante 20 años, no se han enterado de dónde provenían los millones que les han hecho ricos y les han permitido ganar elecciones. Tampoco Griñán, Chaves, Zarrías y la vetusta cúpula del PSOE andaluz sabían nada de los trasvases contables en el erario público. Ambos partidos lo sentirán mucho y prometerán que no volverá a suceder.
En septiembre volverán a suspender la verdad, la ética y la decencia pública, alumnnas excluidas del aprendizaje de la clase política que ha secuestrado la democracia. En septiembre, España conocerá que la recesión se ha desacelerado, que la deuda por el rescate bancario cumple su misión como un reloj suizo, que cada contrato de un mes equivale a treinta puestos de trabajo creados, que los paraísos fiscales seguirán existiendo y que los infiernos cotidianos son ahora el hogar de sus habitantes. En septiembre, las NN.GG. del PP volverán a sus estudios, tras reivindicar añejos modos fascistas aprendidos en los campamentos de verano de la FAES, con el deber cumplido y aplaudidas por sus mayores.
Septiembre, haciendo un ejercicio de optimismo, verá caer menos hojas del árbol social, pues de sus ramas ya no volverán a brotar los frutos de la sanidad pública, de la educación o de la asistencia, ni tan siquiera los de la libertad. El árbol de España, tras la poda del PP ha quedado reducido a un simple conjunto de varas que no tienen otra utilidad que la de medir espaldas. Queda por ver qué espaldas medirán, si las del gobierno o las de la ciudadanía. Septiembre está ahí, a la vuelta de la esquina, con el Madrid y el Barcelona, El gato al agua y Sálvame. Aquí no hay quien viva.