Balas para la democracia

disparos-tecnologicos

Comparar unas muertes con otras es entrar en un maniqueísmo que aparta al ser humano de la razón y la objetividad dejándolo a los pies del sentimiento, algo nada recomendable. La muerte de una persona, de cualquiera, suele despertar filias, fobias o indiferencia, que acechan ocultas esperando su momento, normalmente desde la intimidad familiar o la proximidad afectiva y social de la persona fallecida. Se aparta de la normalidad, aunque no de lo cotidiano, hacer de la muerte un espectáculo de consumo.

El asesinato de Isabel Carrasco, como el de los niños Ruth y José, como el de Marta del Castillo y tantos otros, ha ocupado, para vergüenza de este país, la pista central del circo político y mediático. Esta sociedad, la nuestra, vuelve a asistir a un ejercicio de necrofilia ideológica practicado por quienes no se cansan de usar cadáveres para captar votos. Dijeron, con dignidad mistificada, los dos grandes partidos que detendrían sus campañas y se han dado un baño publicitario.

El asesinato de la multipresidenta leonesa tiene todos los ingredientes para competir en las librerías con Montalbán, Camilleri, Larsson, Hammett, Chandler, Highsmith o Márkaris. Sin embargo, la mediocre intelectualidad que nos rodea ha rendido homenaje a Escupiré sobre vuestra tumba quedándose sólo en el título proscrito de Boris Vian. La pandereta ha vuelto a sonar y la charanga ha vuelto a desafinar en España, a mayor gloria de Machado, donde de diez cabezas una piensa y nueve siguen embistiendo.

La derecha mediática, incapaz de vincular el caso Carrasco con Gordillo o Bildu, por ejemplo, ha embestido contra enemigos fuertemente armados como El Jueves, Wyoming o la PAH. Cornadas en toda regla a la femoral de la inteligencia, ciegos disparos en las tapias del cementerio democrático en que este país va camino de convertirse. No es nuevo. Llevan demasiado tiempo dibujando dianas sobre toda figura que no comulgue con su pensamiento único.

A la derecha política le ha vuelto a salir el tiro por la culata. En la escena del crimen no se han encontrado indicios participativos de comunistas, radicales o violentos perroflautas, sino huellas de gaviotas azules ahítas de dinero y de poder. La habilidad carroñera del PP, ágil como una serpiente y eficaz como un escorpión, ha dado la vuelta, una vez más, a la situación y ha fijado el punto de mira del pelotón de fusileros en las redes sociales.

El comando Génova-Ferraz descerrajó un tiro en la nuca de todos los españoles modificando el artículo 35 de la Constitución. La banca, a punta de hipoteca, preferentes y otras sofisticadas armas, ha atracado y atraca a cientos de miles de familias, manchado de sangre y sesos desparramados algunas aceras del país. La reforma laboral y la sanitaria han supuesto un repunte para el sector funerario. Y ahora, aprovechando magistralmente el asesinato de León, PP y PSOE pretenden secuestrar al país en una suerte de zulo tecnológico.

Todo apunta a que España va camino de convertirse en un país comunista como China. El incalificable Gallardón abatió con certera bala la Justicia Universal para ocultar crímenes nacionales y foráneos. Salarios y derechos laborales han volado por los aires tras la reforma lapa de Báñez. Y, a imagen del comunismo capitalista chino, la banda bipartita pide dinamitar las redes sociales como culpables de una violencia de cuya responsabilidad se eximen. Puede Fernández Díaz acosar, espiar y castigar a disidentes con su católica conciencia tranquila, el cielo compensará su virginal medalla.