Un exorcismo para España

En todas las culturas, las personas reaccionan ante lo que escapa a su capacidad de razonar creando mitos que sustituyen esa impotencia para explicar cosas. Lo más habitual es renunciar a analizar los fenómenos y acordar atribuirlos a dioses urdidos con poderes que sobrepasan lo natural. Así, se llama religión al constructo cimentado en miedos y supersticiones que es aprovechado por una minoría para manipular, a su antojo y beneficio, a la mayoría social condenada a un papel pasivo y sumiso.

Las religiones crean tótems reconocibles por el pueblo con la función de simbolizar lo inexistente. A estas representaciones rinden culto los pueblos incultos en las diferentes culturas del mundo bajo la dirección de selectas élites que tienen hilo directo con los dioses. Esas élites también crean demonios como indispensables ideas probatorias de la existencia de los dioses (yin y yang) y un sofisma inapelable para que el público los tema y busque salvarse de ellos: todo lo que no es dios, es el demonio. ¡Vade retro!

Históricamente, la cultura católica ha nublado la razón de España hasta ser conocida en la Europa moderna y de progreso como la Reserva Espiritual de Occidente; y sigue en el empeño. Hoy, la sinrazón permea al país por sus fisuras para devolver la cultura y la ciencia a la oscuridad, señaladas ambas como anticristos, como demonios a combatir. La Reserva Espiritual derivó, vía santa cruzada, en un nacionalcatolicismo autor de heridas que no cierran porque los herederos, políticos y religiosos, de aquel régimen se oponen.

Predicadores de púlpito y escaño se han conjurado para llenar España de demonios. Como hace un siglo, sigue siendo rojo el color del infierno y azul el del cielo, con la diferencia de que hoy el demonio, además de Comunista, es Independentista, Bilduetarra, Bolivariano y… algo más se les ocurrirá. La nación reza nueva letanía: Libertad para tomar cañas, Gobierno ilegítimo, Nos invaden los inmigrantes, Vivimos una dictadura, Los okupas te quitan la casa. Que te vote Txapote, Pagar menos luz es un timo… 

Hay que salvar a la Patria. Desde Moncloa destilan azufre y amenazan a toda España. Lucifer Sánchez debe ser abatido por lo civil o lo militar antes de que el Apocalipsis arrase el país y, para ello, nada como invocar al tótem en todas sus formas: Dios, Yahveh o Jehová. El Partido Popular ha movilizado a obispos, cardenales, curas, pastores y rabinos para su nueva cruzada y, de paso, utiliza a cristos y vírgenes como floreros electorales durante la Semana Santa y las fiestas patronales a lo largo y lo ancho de toda España.

La jerarquía católica se ha venido arriba y aprovecha el fervor desatado para sacar sus ídolos en procesión con cualquier excusa, la más recurrente es “ad petendam pluviam”. Nada más milagroso que consultar el oráculo de AEMET y atribuir al santo, al cristo o a la virgen de turno el hecho si cayeran cuatro gotas, un ligero nublado también valdría. Mientras, a la trama civil que anda a Dios rogando para que llueva, se la ve con el mazo dando a los paraísos naturales de Doñana y el Mar Menor, por ejemplo.

España necesita un exorcismo, uno que la ilumine, que la libere de una vez y para siempre de los enemigos seculares de la razón, de la ciencia y del progreso.

Mitología cristiana

Desfile infantil en un colegio público de Andalucía

Junto a la navidad, la semana santa, que el viernes alcanza su clímax, completa el relato de los más exitosos episodios de la mitología cristiana. Los mitos sobre lo sobrenatural, la eternidad y la inmortalidad son comunes a todas las religiones verdaderas y a no pocas películas basadas en hechos reales. Con el tiempo, ficción y realidad difuminan sus fronteras hasta crear un producto híbrido difícil de catalogar para el pueblo llano. A las religiones y sus fiestas les pasa como a las puertas viejas: raspando las capas de pintura superpuestas se pueden conocer los diferentes inquilinos que han habitado la casa.

Los calendarios, desde los tiempos de Atapuerca, están ligados a los ciclos de la vida en animales y plantas y secularmente han sido origen y causa de festejos y celebraciones. Hay religiones nativas en cada rincón de la tierra y religiones invasivas que se alzan sobre las primeras cuando las conquistan. Las religiones abrahámicas pertenecen a esta categoría y son dominantes gracias a combinar la cruz (cristianismo) y la media luna (islam) con la más eficaz herramienta evangelizadora: la espada. El judaísmo, por su parte, se ha especializado en predicar la fe en el dinero.

Las religiones tienen dos vías para colonizar: imposición (amenaza, miedo, agresión) o suplantación (apropiación, sustitución). La segunda fue utilizada en los periodos de expansión del cristianismo, aunque, cuando encontró resistencia, no dudó en utilizar la primera. Íberos y celtas festejaban las faenas agrícolas: siembra, cosecha y cambio de ciclo solar. El calendario cristiano colonizó estas fiestas con la muerte del hijo de dios, vírgenes adaptadas a cada aldea o ciudad y el nacimiento de un salvador. Mitología a la altura de la grecorromana, la escandinava, la azteca, la maya, la africana o la de Marvel.

En las religiones, adquieren especial relevancia los ritos y las ceremonias sagradas, los necesarios sortilegios mágicos y la imprescindible símbología para identificar y cohesionar a los rebaños de creyentes. Se puede afirmar con poco margen de error que es la semana santa la celebración cristiana en la que más ejemplos se muestran de lo que aquí se habla, con jerga propia para nombrarlos y narrarlos. Así son, a grandes rasgos, las señas de identidad espirituales de las religiones, así se construyen y se viven las devociones, unas más, otras menos, como en todas las religiones.

La religión también atiende a las necesidades materiales de sus príncipes y de sus fieles. Las faenas agrícolas celebradas por los pueblos satisfacían las necesidades fisiológicas en la prehistoria y las consumistas en épocas más modernas. En semana santa, y en navidad, hay pasional dispendio: la gente luce sus mejores galas, bares y restaurantes hacen caja y abarrota el turismo montañas y playas. Vírgenes y cristos recorren calles y plazas con saturación de joyas, áureas telas y varas forjadas en oro y plata. Y mundanos negocios son alumbrados y sellados bajo los pasos de cristos y palios, todos santos.

Sin saber quién primero y quién después, existen rastros de influencia mutua entre dos formas de poder: el celestial y el terrenal, el de la corte y el de la curia, el cofrade y el militar. La Historia da cuenta y documenta las ocasiones en que ambos poderes, en horrendo concubinato, han utilizado las creencias del pueblo para domeñarlo, para exprimirlo y saquearlo más y mejor, en nombre del César, en nombre de dios. En España se considera tan normal que los militares procesionen a un cristo como que un asesino desfile bajo palio. Cuarenta años dan para mucho si los dos poderes unifican sus discursos.

Matemos a las mujeres

las-muertas

Por cultura, por tradición, por ideología, se matan o maltratan por gusto animales y plantas sin problema y no pasa nada: acaso una multa o una condena a prisión cuyo cumplimiento es anecdótico. No pasa nada: por ideología, cultura y tradición, maten o maltraten los machos a las mujeres. A fin de cuentas, para el macho hispano no son más que seres inferiores, como los animales o las plantas, que les deben eterno agradecimiento por tenerlas en cuenta.

La vertiente cultural del menosprecio hacia la mujer es común a todas las sociedades drogadas por cualquier religión: todas condenan a la mujer por los santos cojones de dioses inexistentes. La actitud de la jerarquía católica lleva siglos quemándolas en público, condenándolas en privado y alentando a los hombres a demostrar su hombría cebándose en nosotras que somos débiles, pecadoras e impuras. La jerarquía católica, que nadie se engañe, está al mismo nivel que la musulmana, la judía o cualquier otra: maten los machos a las mujeres, que algún dios habrá que los perdone.

Por tradición, la derecha quiere recuperar la esencia de la familia: “la mujer en casa y con la pata quebrá”. Los hombres no encuentran trabajo por culpa de las mujeres que trabajan. Se folla cuando, donde y con quien el macho necesite, si lo demanda ella es porque es puta. Los hijos están desatendidos y los hogares sucios desde que las mujeres tienen vida propia. Y ya ni siquiera aceptan con sumisa alegría la lencería de puticlub que los machos les regalan en ocasiones especiales. Maten los machos a las mujeres que no estén en la cocina como la sartén.

Por ideología, se desempolva la arenga de Queipo de Llano que legionarios y manadas de civiles, soldados y paisanos llevan a la práctica con la aquiescencia de jueces y juezas, que también las hay, machistas. Por ideología, considerar que una persona es superior a otra por nacimiento, raza, sexo, religión u opinión es propio del peor de los fascismos que vuelven a Europa y a España. Las mujeres son inferiores, lo dice la Biblia, y por ellas ha empezado el franquismo triunfante, que lleva ideologizando y depurando a esta mierda de país ochenta y dos años. Maten los machos a las mujeres y luego a rojos, moros y maricones.

Una mezcla de las peores tradiciones, de la cultura más nociva y de la ideología más asesina inspira a los tres hijos de la gran FAES que son mayoría en Andalucía y lo serán en España. La epidemia del fascismo destruyó Europa con Hitler, Mussolini y Franco. 80 años después, el espíritu del genocida triunvirato se ha reencarnado en España en Abascal, Casado y Rivera. Los tres coinciden, no lo olvidemos, en minimizar el terrorismo machista reduciéndolo a delito común mediante la omisión de su envergadura (casi 1.000 muertas en 15 años, muchas más que ETA) y de su carácter eminentemente misógino. Violencia doméstica nos dicen: terrorismo machista es. Maten los machos a las mujeres, sobre todo si no comulgan sus ruedas de molino.

Nos han acostumbrado a vivir en la mentira, la gran aportación de las religiones al mundo, quienes ostentan títulos falsos, viven del dinero público y sirven a las otras mentiras que nos gobiernan: las de las élites financieras y empresariales. Todos ellos, las derechas extremas y la jerarquía católica, vuelven a reeditar su pacto nacionalcatólico del que se beneficiaron durante 40 años en exclusiva y durante otros 40 con la competencia del PsoE y de nacionalistas varios. Maten los machos a las mujeres en nombre de la patria y sus saqueadores.

El resultado: 40 años de retraso económico y social respecto a Europa. 40 años, los del franquismo, de maltrato a la mujer como seña cultural e ideológica asentada en la tradición. 40 años, los segundos, marcados por una corrupción sin parangón en la historia y en el mundo desarrollado. 80 años de franquismo, posfranquismo y neofranquismo que amenaza con cumplir los 100 a nada que el pueblo, embaucado y manipulado como nunca, siga votando a quien ha de exterminarlo. Maten los machos a las mujeres, que la historia es mentira y disfrutan repitiéndola.

La bandera de España en sus manos, la impuesta por el franquismo, fue, es y será nuestro sudario.

Palestina y los dioses asesinos

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La civilización es la expresión social de los seres humanos, capacitados para la convivencia sin otra motivación que el horizonte de la supervivencia. La satisfacción de las necesidades naturales es común a todos los seres vivos y su consecución está relacionada con la información genética y el aprendizaje comunal. Cualquier alteración del ecosistema pone a prueba la capacidad de animales y plantas para sobrevivir, para adaptarse a la novedad.

El ser humano se ha autoproclamado superior al resto de las especies desde un supuesto dominio sobre el medio ambiente basado en la competencia de la razón y, dado que ésta no alcanza a explicar el universo todo, el hombre ha creado a dios. Este constructo social, apartado de su original génesis para explicar la naturaleza, ha sido convertido en instrumento de dominio sobre la propia humanidad. Desprovisto de razón, es el hombre el ser más gregario de la tierra.

La existencia de religiones no se explica desde el ADN, sino por una torsión intelectual que lleva a unos hombres a dominar a sus semejantes por un prurito de codicia y ambición. Todo edificio religioso se construye con ladrillos de incultura y argamasa de ceguera bajo la dirección técnica de arquitectos integristas y peritos en manipulación. Sólo así se explica que en toda tragedia humana esté presente la cruz, la media luna, la estrella de David o cualquier otro símbolo de un dios predador.

La tragedia palestina sintetiza lo que las religiones aportan a la civilización: muerte, dolor, sangre, odio, venganza, guerra, exterminio, oro, petróleo, expolio, silencio y complicidad. Todo en nombre de dioses y dogmas cargados de amor, fraternidad y paraísos de felicidad que en nada se parecen a la realidad, dioses y dogmas mentirosos y, a la postre, asesinos. Dios, Allah y Yahvé; Biblia, Corán y Talmud; comercio, petróleo y oro; metralla, cohetes y misiles: muerte y destrucción.

Palestina está siendo asesinada en nombre de dos dioses ante el silencio cómplice de un tercero. Una carnicería humana en nombre de dioses genocidas, perpetrada por desertores de la civilización, convertida en espectáculo para la inhumanidad que no duda en tomar asiento para contemplar la masacre en unas colinas cercanas o frente a una pantalla que ofrece cadáveres, entre plato y plato, a la hora de comer, sin provocar indigestiones.

Las religiones se reducen a mover fronteras en la geografía de la razón, a establecer límites a las libertades individuales y colectivas, líneas ideológicas trazadas por minorías que definen el bien y el mal para las mayorías. Tiaras, turbantes y kipás no cubren cerebros dotados de humanas neuronas, sino vacíos tenebrosos que generan ceguera y odio en nombre de los dioses. Las fronteras en Palestina separan a los dioses, a un lado el horror, al otro la barbarie. No hay más.

El mundo y su historia están llenos de Palestinas sin que ningún dios, ninguna religión, haya tenido la decencia y la honestidad de ponerse al servicio de la humanidad. Palestina es un duelo entre fanáticos, integristas y talibanes que arman a sus pueblos con preceptos, fatuas y torás para cumplir presuntas palabras sagradas de esos dioses asesinos a los que todos rezan y adoran. Palestina y el mundo serán un paraíso sólo cuando desaparezcan las religiones, cuando los dioses crucen las fronteras del olvido.

 

Dioses y diablos

FaustoEterno

Dos mil años de inmovilismo, alternado con retroacción, definen a un organismo poco reconocible en los reinos animal o vegetal, un organismo inanimado, cuasi mineral. El organismo humano, animal, ha desarrollado unas capacidades cerebrales que le han hecho distanciarse del resto de los seres vivos. El uso de la inteligencia, sin embargo, no le ha eximido de cumplir la ley natural simplificada en el proceso de nacer, crecer y morir, común a todos los organismos celulares.

La muerte, en la mayoría de las sociedades, causa angustia y los individuos recurren a constructos culturales en un deseo íntimo de eludir este último estadio de la vida. La muerte no deja de ser la mayor frustración de la humanidad y las colectividades, milenariamente, han buscado recursos para esquivarla. Las religiones han sabido negociar una proyección de inmortalidad que ha llegado hasta el siglo XXI como alternativa a una realidad irrefutable. La vida eterna a cambio de la razón, ese ha sido el trato y el gran éxito del marketing religioso.

La eternidad no es un rasgo humano sostenible intelectualmente y ha sido necesario idear un ser sobrehumano, un dios, un ente capaz de suplir la deficiencia natural. Dijo el hombre: “hágase dios” y el dios se hizo, eterno, a imagen y semejanza del anhelo humano. En palabras de Luis García Montero, «Los seres humanos pueden vivir sin dioses pero los dioses le deben la vida a los seres humanos, es decir, son una extensión imaginaria de la realidad, el resultado de una insatisfacción».

Esta especie de terapia cultural fue intuida pronto como un elemento de poder y dominación social y así surgieron los sacerdotes, personas que se situaron en un plano intermedio entre lo humano y lo divino, y el diablo, supremo castigo para quienes recelan de los dioses. Dioses y diablos son inseparables, no se conciben los unos sin los otros y viceversa. La eternidad se presenta como una potestad divina que sólo alcanza a quienes se pliegan incondicionalmente a los dioses y sólo es accesible tras la muerte. Ícaro, Fausto o Dorian Gray son fabulaciones laicas que advierten sobre los riesgos de la inmortalidad a destiempo, avisos para navegantes.

La fijación por la etapa del nacimiento y la oposición al crecimiento intelectivo de las personas explica el inmovilismo, el carácter conservador que muestran, sin excepción, las religiones. Sus promesas de vida eterna a quienes acaten las normas divinas explican el uso del miedo como método de supervivencia de las creencias religiosas que se mueven al ritmo ritual del tótem y del tabú, del premio y del castigo, de ídolos y pecados, entre marciales acordes de trompetas y tambores.

En el caso de las católicas y marianas sociedades occidentales, es notoria la posición de la jerarquía eclesiástica que ha sobrevivido durante dos milenios imponiendo sus dogmas según ha demandado el mercado de la fe en las diferentes etapas de la historia. Las más de las veces han apelado al diablo y se han distanciado de quienes buscaban un dios más humano del propuesto por el Vaticano. Hoy, en España, asistimos a un episodio más de imposición de la fe por parte de la Conferencia Episcopal. No le vale convencer y busca por todos los medios vencer.

Su silencio sobre los efectos empobrecedores de la economía, su silencio ante el sufrimiento provocado por la política sanitaria, su silencio hacia unas víctimas de la guerra y del horror, su silencio ante la nueva esclavitud laboral, son silencios que hieren los oídos y las creencias, 30 silenciosas monedas a cambio de perpetuar su supremacía. Hay que recordar las palabras de Epicuro: «¿Está dispuesto Dios a prevenir la maldad, pero no puede?… entonces no es omnipotente. ¿Puede hacerlo, pero no está dispuesto?… entonces es malévolo. ¿Es capaz y además está dispuesto?… entonces, ¿de dónde proviene la maldad? ¿No es él capaz ni tampoco está dispuesto?… entonces, ¿por qué llamarlo Dios?» Tal vez el diablo vista traje, uniforme o sotana, ¿chi lo sa?