Democracia-Demagogia-Dictadura.

La doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno hace aguas de forma alarmante en el mundo. La teoría democrática nunca estuvo tan alejada del significado que le da la Real Academia de la Lengua a la palabra democracia ni estuvo tan amenazada como lo está en estos momentos. Quizás no nos demos cuenta de que el alejamiento y la amenaza recorren un camino tortuoso que tal vez no disponga de carril para el retorno. Nos alejamos de la democracia desconociendo el destino de nuestros pasos.

España, país adolescente democráticamente hablando, ha ido asumiendo paulatinamente que la intervención del pueblo en el gobierno se reduce a depositar una papeleta de voto en una urna cuando la ciudadanía es requerida para ello. Estos votos han ido cambiando presidentes y alcaldes en los últimos cuarenta años en función de su mayor o menor afinidad con las espectativas del electorado. Si alguien lo hacía mal, se votaba otra opción con intenciones punitivas hacia quien defraudaba y la esperanza volcada en el nuevo votado.

Ha llegado un momento en que los candidatos del PP y del PSOE han unificado sus formas de gobierno y de oposición sin que se perciban diferencias notables de los unos respecto de los otros. Ambos partidos se han instalado en la inercia del bipartidismo y han reducido los programas electorales a mera utilería destinada a captar los votos necesarios para permanecer en el escenario. Ambos partidos han utilizado la demagogia y la manipulación para ejercer el poder al margen de quienes les votan sin importarles lo más mínimo sus promesas y las esperanzas del pueblo.

Aristóteles definió la demagogia como una forma corrupta y degenerada de la democracia. Platón preconizó que la demagogia, como crisis extrema de la democracia, podía llevar a una forma de poder autoritario oligárquico, a una dictadura. Se perfila así el triángulo de poder de las “3 D” que establece la secuencia lineal de Democracia-Demagogia-Dictadura en la que parece que nos movemos de forma inexorable. Los políticos españoles han pasado de gobernar pensando en las demandas del pueblo (democracia) a utilizar los votos para satisfacer intereses de partido (demagogia) y hoy gobiernan siguiendo intereses financieros internacionales (dictadura).

La democracia agoniza envenenada por un bipartidismo que se ha apartado de un pueblo que le señala como problema y le castiga con la abstención. La demagogia plantea que es el pueblo el responsable de los problemas creados por los partidos políticos. Y los mercados imponen la dictadura a manos de la oligarquía financiera que ha comprado las voluntades políticas y ha malversado los votos populares. Nos encontramos en un régimen de dictadura en el que el gobierno se limita a cumplir los dictados del FMI y del BCE, verdaderos gobernantes en representación de la oligarquía financiera cuya ideología neoliberal coincide con la del Partido Popular.

La deuda externa, usurera y leonina, está siendo contraída, creada y utilizada en contra de los intereses ciudadanos y al margen de la participación del pueblo en la toma de decisiones que le atañen directamente, es decir, al margen de la democracia. Por tanto, no debe ser pagada y no es exigible su devolución porque los prestamistas han actuado de mala fe, anulando así legalmente estos contratos de deuda. Es lo que el gobierno debería hacer para demostrar que gobierna para el pueblo y no para la banca nacional e internacional.

El pueblo, por su parte, debe tomar nota de su situación y rebelarse en contra de este bipartidismo usurpador votando otras opciones y alejando al PSOE y al PP del poder. La democracia debe ser algo más que votar de tarde en tarde. La rebeldía expresada en las protestas callejeras es reprimida sin contemplaciones por el gobierno y ello demuestra hasta qué punto molesta la participación ciudadana al Partido Popular y a los mercados.

Salir a la calle de forma constante y votar opciones alejadas del bipartidismo demagógico son las dos salidas más inmediatas que se atisban en el horizonte para salir de la crisis eterna.

Hablar en la calle, hablar en las urnas y declarar la deuda como ilegítima son las tareas que nos quedan para recuperar el legítimo poder del pueblo.

Ayuntamientos: la realidad y el deseo.

Imaginen por un momento un panorama idílico y utópico:

1. Las listas abiertas permitirían que usted votase a personas directamente, no a partidos políticos. Estas personas se cuidarían muy mucho de no defraudar las espectativas de su voto si quisieran optar a una reelección.

2. La limitación por ley a ocho años de la ostentación de cargos públicos evitaría la profesionalización de la política y alejaría de ella a los vividores. También propiciaría una regeneración continua de la política.

3. La regulación racionalizada de sueldos con cargo a las arcas públicas limitaría los abusos que se cometen en la actualidad.

4. Dotar a los programas electorales de un carácter contractual, perseguible penalmente en caso de incumplimiento, daría la posibilidad al votante de depositar su voto con unas espectativas reales y una mayor conciencia cívica.

5. La figura penal de delito político, con el agravante de “ejercicio del poder”, limitaría muchísimo los estragos que se cometen en la actualidad. Imaginen para ello que la justicia fuese realmente independiente.

6. La participación ciudadana a través de asociaciones de todo tipo en la planificación y ejecución de la política local acercaría la gestión municipal a las necesidades reales de la población.

La lista podría alargarse, pero, si imaginan estos seis puntos, estarán imaginando lo que podría ser y sin embargo no es. Si la utopía les satisface, pregúntense porqué es utopía y a quién no interesa que se pueda llevar a cabo.

Hasta hoy, PP y PSOE han oído hablar de estas propuestas y han hecho oídos sordos a las mismas con el aristocrático objetivo de conservar sus estatus y beneficiar a sus linajes. No quiere ello decir que sean iguales absolutamente todos los políticos, y menos en el ámbito municipal, pero el hecho de ir la mayoría en listas partidistas les hace muy dificil esquivar el ventilador de la podredumbre cuando alguno de la lista mete la pata y el resto calla.

El pueblo, asqueado de la partitocracia, ha desarrollado una lógica animadversión hacia todos los políticos sin distinguir lo sano de lo podrido. Así, por ejemplo, para una mayoría irreflexiva y poco comprometida con la salud de su pueblo, la palabra “concejal” lleva aparejado un sueldo y una serie de prebendas que en muchos casos no se ajusta a la realidad. Cobran muchos concejales y muchos no cobran por su labor, lo que no quiere decir que sobren concejales, sino que sobran excesos y prebendas. Si se eliminan concejales, se elimina representatividad, se elimina democracia, pero no se disminuirá el gasto, sino que se concentrará en menos manos.

El rechazo popular hacia los políticos está siendo utilizado, de forma claramente populista, por uno de los gobiernos que tenemos en España con el objetivo de acercarnos a formas despóticas de gobierno cercanas a sus intereses y contrarias al interés general de la población. Ni el PP, ni el PSOE, contemplan entre sus objetivos una regeneración real y efectiva de la vida política, sencillamente porque va en contra de sus sus intereses partitocráticos.