28F: ¿día de Andalucía?

28F

Los debates sobre qué nombre poner a la criatura cuando nazca indican falta de acuerdo entre las partes implicadas. La controversia obedece a distintas causas, según los casos, y no es extraño que en ocasiones el triste aroma de la cizaña envuelva las palabras. Para limar asperezas se suele recurrir a lugares comunes que están para eso: el nombre de la abuela, el del padre, el de la patrona, el del artista, el de la madrina o el santo del día del parto.

Elegir el santo del día es señal de agotamiento dialéctico y puede marcar una existencia, pero todos se dan por satisfechos aunque a nadie agrade. Ese día, durante toda su vida, será de fiesta, con canciones, ceremonias y festivas galas, pero llevará implícito el estigma de la porfía, del recelo, del desarraigo. Celebrar una onomástica el día de San Sindulfo eremita o de Santa Cancionila mártir suena tan extravagante y desangelado como hacerlo el 28F.

Puestos a buscar una fecha de consensos, a señalar una marca temporal cercana al parto de la nueva Andalucía, había dos alternativas: el 4D y la elegida. El 4 de diciembre de 1977, dos millones de andaluces salieron a la calle para reclamar, la historia de Andalucía es un reclamo continuo y desatendido, su derecho a una identidad; uno de esos andaluces, Manuel José García Caparrós, perdió su vida blanca y verde. Ese día, en 1868, el pueblo de Cádiz empuñó armas para reivindicar una República Federal. Una fecha propicia y con arraigo andaluz que sin embargo fue desechada.

Los padrinos electos, más que padres, decidieron que el mérito del parto les pertenecía y así adoptaron la fecha, por ellos decidida, del referéndum (¿cuantos padres inscribían a sus hijos, nacidos días antes de las navidades de posguerra, el día de nochebuena para beneficiarse de la cesta que el Movimiento obsequiaba?). Un puñado de parlamentarios decidió celebrar el día de Andalucía valorando más su trabajo que el de millones de andaluces: 28F de por vida.

La infancia de la criatura discurrió feliz entre comentarios de sus mayores que, zalameramente, le aventuraban un futuro en que «no la iba a reconocer ni la madre que la parió». En su pubertad fue obsequiada con regalos tan aparentes como innecesarios y disfrutó de una Expo y de un trenecito de alta velocidad. Mientras, su mayores administraban el patrimonio distrayendo beneficios de forma corrupta e ilegal. Eran los tiempos de Juan Guerra y de Filesa, que reforzaban el papel de Andalucía como eterna sede de la cuadrilla de Monipodio.

Alcanzada la mayoría de edad, continúa recibiendo un trato infantil por parte de casi la misma familia y casi el mismo vecindario, todos luciendo canas sobre pieles arrugadas. El pueblo andaluz, perito en resignación y desilusiones, aún se debate entre malos tutores y peores alternativas, olvidado del espíritu del 4D que tanto bien le hizo. Asumiendo su historia como sino, resignado, ese pueblo recibe desprecios y reprimendas desde Madrid, Cataluña, Valencia o cualquier punto de España, incluidas Sevilla, Málaga o Granada.

Vuelve a sonar el himno, vuelven a relucir las medallas, se celebran fiestas y romerías en honor a San 28F, un día sin mañana, a lo largo y ancho del Guadalquivir. Todos, quienes la desprecian y quienes la aman, cantan su himno, quizás con el puño levantado sin atreverse a descargarlo sobre la mesa. Se vuelve a escuchar lo de “¡Andaluces, levantaos!, ¡Pedid tierra y libertad!” en bocas que rechazan un Banco de Tierra, sucedáneo de la Reforma Agraria eternamente postergada, para la Andalucía necesitada.

Andalucía merece otra política, otros políticos, y, da miedo pensarlo, otro pueblo. Andalucía debe ejercer su histórico papel reivindicativo, en las calles y en las urnas.

Una llamada al exilio

Exilio

Con un ramo de esperanza entre las manos, la inocencia envuelta en celofán dorado y el pin del esfuerzo prendido en la solapa, la juventud espera en el andén el tren del futuro que la aleje de España. Billete de ida y vagón de mercancías para un viaje de incierto destino y difícil retorno. Atrás quedan el equipaje, las amistades, los deseos y los sueños, secuestrados en un país a merced de sus demonios.

Maltrecha está la patria que no ofrece a su juventud ni un jergón donde pasar la noche impuesta y ventilar las pesadillas insomnes de un presente harto repetido en los raídos ráiles de su historia. Vuelven nuestras nietas a estirar la decencia por debajo de las rodillas y vuelven nuestros nietos a compartir con los padres paseos por las plazas de los pueblos mendigando un jornal. Vuelven las parroquias a colmarse de necesitadas gentes acuciadas por el hambre entre mantos plateados y dorados ajuares de madres vírgenes. Las cámaras digitales vuelven a disparar en blanco y negro.

Los próceres continúan luchando por los suyos, familiares y compañeros de partido, banqueros y empresarios, afanados en repartir al pueblo las migajas de miseria que acreditan su papel de neto perdedor social. Vuelve la autoridad a imponer sus condiciones con criterios de miedos y amenazas a falta de un respeto que no merece. En la patria de la estafa, el dinero salta encabritado por las oficinas y los despachos de las mismas castas improductivas que siempre la han arruinado.

Quienes han optado por salir de España atrás se dejan las pinturas negras de Goya, los fotogramas de Buñuel, los espejos cóncavos del Callejón del Gato, el patio de Monipodio y el “vuelva usted mañana”. La delincuencia encopetada se mueve por hemiciclos y palacios con soltura y desparpajo haciendo cola en despachos y, si pintan bastos, con la solicitud de indulto bajo el brazo. No se inmuta Gallardón al tramitar la injusticia desde su ministerio ni le sonroja que venga avalada por el despacho de su hijo. España es así de trilera y de bastarda.

El cadáver de la patria se muestra más repuesto, según proclama el presidente Rajoy, se está recuperando y los buenos patriotas, aquellos que no huyen de la miseria y el dolor, así deben reconocerlo y agradecerlo. Quienes han salido del país o quieren hacerlo de inmediato no lo hacen porque no haya trabajo o porque el poco que hay sea para esclavos; no se marchan por el vacío que hay en los platos o por no tener un techo bajo el que dormir de prestado; lo hacen por espíritu aventurero y afán de conocer mundo.

Pero España aún puede recuperarse más, sólo faltan un par de detalles mínimos, sin importancia, dos insignificancias para que la felicidad nos embargue. El gobierno ya está en ello. Por un lado, hemos de comprender la vital importancia que el despido libre y gratuito tiene para el empresario y el mercado; por otro, es indispensable aceptar que los derechos cívicos son caprichos prescindibles en un mundo deshumanizado donde la propia muerte comienza a barajarse como salida.

Así las cosas, se avecinan días de insensata alegría, fechas en las que nos publicitan dorados sueños en metálico y estereotipos casposos envasados al vacío como señas de identidad del país menesteroso que somos. La lotería como panacea y el fiambre como auténtico patrimonio nacional. La suerte como reclamo y el chorizo como alternativa. Y todo ello ensalzado por rostros famosos que venden su imagen al mejor postor para que los mismos hagan caja a costa de los de siempre, que de eso se trata.

Vuelve, a España vuelve, sólo para navidad. Y luego vete. El gobierno te invita a la huida, al exilio voluntario.