Monólogos para sordos

oido

«Trompeta de Beethoven (con el oído)». Instalación de John Baldessari

La comunicación está siendo deconstruida y llevada en volandas hacia su inutilidad social. A las insufribles tertulias de radio o televisión, donde los argumentos naufragan en océanos de odio y la razón se mide en decibelios, se han sumado las inaguantables comparecencias de los miembros del gobierno y sus compañeros de partido. No pasa día sin que alguien enrosque el castellano ante un micrófono y, durante unos minutos de abominable publicidad, arme un discurso, promiscuo en palabras y vacuo de significado, de imposible descodificación.

El lenguaje económico, tramposo en sí mismo, se ha deconstruido de tal manera que ni siquiera quienes lo utilizan llegan a comprender los entresijos de la estafa financiera. De Guindos y Montoro se muestran a diario como sagaces maestros del bilingüismo estafador con capacidad para aludir al rescate, al desempleo, los recortes, las subidas de impuestos o las bajadas de pensiones, con términos barrocos que al personal le suenan a chino. Y como suenan a chino, el personal los descodifica como sufrimiento, jornada laboral eterna, salario miserable, pérdida de derechos, beneficio descomunal para el partido (el PP, no el PCCh) o sumisión al ordeno y mando del gobierno.

El lenguaje ideológico, que debiera servir para exponer ideas, también se ha deconstruido y se sirve en ridículas raciones con un exceso de guarnicón de “¡Y tú más!” que provoca un profiláctico aislamiento automatizado de los tímpanos receptores. En lugar de debatir sobre desahucios, el lenguaje utilizado por el gobierno y gran parte de la oposición sitúa el problema fuera del diccionario ciudadano de la vivienda y las hipotecas. Para ellos, lo importante es hablar de nazismo, fascismo, derecha franquista o izquierda radical, tan importante como no importunar los negocios de la banca y los bandoleros del ladrillo. Es un ejemplo aplicable a la corrupción, a la manipulación en RTVE, a las privatizaciones galopantes o a cualquier otro asunto público.

El gobierno, atrincherado en 10.830.693 votos, se siente legitimado para hacer y deshacer a su antojo, al de la banca y al del clero. El lenguaje electoral también ha sido deconstruido para presentar como democracia un despotismo improvisado al servicio de la aristocracia social europea. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Vuelta a la segunda mitad del siglo XVIII y a reivindicar el pensamiento de Hobbes, Montesquieu, Voltaire o Rousseau como casilla de salida para la partida que el club Bilderberg, Wall Street y el Bundesbank están jugando, con la dignidad y las vidas humanas como fichas de apuesta. El personal anda indignado y protesta. La revolución acabó con el despotismo ilustrado y la historia suele ser cíclica.

Mercenarios de la palabra y políticos de toda laya practican un espurio dialecto político para caldear los ánimos. Nombran las cosas sin pronunciar su nombre, esquivan el diálogo, imponen un monólogo machacón que cada día comprende menos gente y se apropian de los silencios. Del silencio de quienes no protestan interpretándolo como apoyo, del silencio impuesto a quienes protestan, del silencio de plasma, del silencio de cementerios y cunetas, del silencio de los espermas y, si se tercia, hasta del silencio de los corderos. El silencio suele ser la respuesta de los sordos, de los prudentes y de quienes no comprenden lo que escuchan sus oídos o lo que ven sus ojos.

Dívar, divino y humano.

Viendo a este hombre con su uniforme de trabajo nos asalta la duda de si es la sotana que le queda corta o es la toga que le viene grande, una no sabe si se trata de un juez religioso o un religioso de la jurisprudencia. Leyendo algunas de sus divagaciones nos asalta la inquietud de que su concepto de la justicia esté tan ligado a la religión como si de un rabino, un imán, un inquisidor o un talibán se tratara.

Pero la inquietud inicial se evapora y estalla cuando comprobamos que se trata de un mortal como cualquiera de quienes han padecido sus sentencias, un letrado cuyo estrado es de este mundo. Imagino que se habrá absuelto a sí mismo de los pecados y delitos cometidos durante su carrera como alto cargo mamandurriado, aunque tiendo a pensar que no ha sido consciente de sus actos ni de sus omisiones. Gastar lo que este hombre gastaba en un finde marbellí no entraba, para él, en la categoría de derroche y sí cuadraba con el concepto de limosna de cepillo eclesial que para sus emolumentos representan diez o quince mil euros de nada.

La ley y la justicia, en España y parte del extranjero, son conceptos polisémicos que adquieren uno u otro significado en función de la personalidad y la cuenta corriente del delincuente o del agraviado. Mientras la justicia esté esposada al estatus social y se permita la mordaza del dinero como eximente, permanecerá en el limbo de nuestros anhelos utópicos, como un fanstasma etéreo que nunca aparece cuando se le necesita. Carlos Dívar es un ejemplo, pero hay más fantasmas que nos golpean a diario con sus cadenas arrastradas para recordarnos que no todos somos iguales ante la ley.

Montesquieu pereció asesinado por los venenos de la burguesía, las dagas de la nobleza, los fusiles del clero y la guillotina de los diputados. La separación de poderes ha sido y sigue siendo una entelequia en manos de los custodios del dinero que son, desde la más remota antigüedad, quienes realmente dictan las leyes y las sentencias en un lenguaje bífido que les permiten sortear cualquier condena.

Sorprendió que fuese un gobierno supuestamente progresista quien pusiera a este hombre en los altares de nuestra justicia y sorprendería aún más que fuese un gobierno conservador quien actuase con el rigor que la sociedad reclama. Hoy mismo, mediante un decretazo, el gobierno ha anunciado la incompatibilidad de las pensiones de los altos cargos con otros ingresos de los mismos, en un ejercicio populista por recuperar parte del crédito popular dilapidado en los siete meses que lleva haciéndonos incompatibles al resto de los mortales con la dignidad y con la vida. Ha aplicado la justicia con el mínimo imprescindible para dar munición defensiva a sus militantes y sus palmeros, dejando de lado una profunda reforma de la función pública que elimine absolutamente todos los desmanes y prebendas que tantas cartucheras, panzas y varices provocan en sus cuentas corrientes.

Nunca los sacerdotes han predicado para sí mismos ni los políticos han legislado en su contra. Todo lo que podemos esperar son gestos populistas y manipuladores por su parte para condenar el pecado venial mientras se autoconceden bulas para seguir pecando mortalmente.

Hoy mismo también los telediarios nos han metido de postre al pobre señor Roca, el del Miró adornando su bañera, como una plañidera pidiendo misericordia y comprensión. Hace no pocos días, la señora Munar explicaba que la prisión no es el mejor castigo para delitos económicos. Y unos meses atrás asistíamos a la absolución de Camps porque el delito no cabía en sus trajes. Los parlamentos y los plenos están sobradamente poblados de chorizos que se inmunizan aprobando leyes exculpatorias y creando comisiones de investigación que habitualmente se encargan del sepelio de la verdad y de la justicia.

¿Cabe esperar que la justicia y la ley sean iguales para todos? Con este ganado no, desde luego.

Por cierto, ¿condenaron al alcalde de Jerez por decir que la justicia es un cachondeo? Yo sólo lo pregunto, por si acaso.