El mal trato y el maltrato

maltrato

“Tratar” es «comunicar, relacionarse con un individuo». Se aprende a tratar, como a comer o leer, en entornos sociales cercanos y de ese aprendizaje dependerán los buenos o malos tratos que cada cual cierre en su vida. Un trato es un cúmulo de normas, escritas o no, y, al igual que se hace, se puede deshacer o modificar cuando se incumple o no responde a las expectativas. Si un mal trato perjudica a una o a ambas partes, conviene esquivarlo con premura para evitar lesiones.

Otra acepción de “tratar” es «tener relaciones amorosas», concepto ligado por intimidad al anterior. Las relaciones impregnadas de afectos y deseos suelen establecerse previa fase de cortejo y exploración mutua entre dos personas que negocian las cláusulas de un factible contrato. Es en este tipo de tratos donde quizá interviene un mayor número de mentores, ayos e instructores dispuestos a impartir o imponer sus enseñanzas.

En un errado y maltrecho ámbito amoroso, un mal trato deviene en maltrato con inadmisible frecuencia, insoportable indiferencia y criminal connivencia de sectores admitidos como educadores sociales por amplias capas de la población. La educación sentimental española arrastra un lastre patriarcal, lindero con un acervado machismo fruto del nacional-catolicismo que no cesa, y la rémora de la educación mediática. La mala educación produce tratos malos y, en demasiados casos, maltratos.

Desde hace décadas, la televisión es la cómoda fámula que enseña y entretiene desde la infancia. La pedagogía televisiva ofrece estereotipados modelos culturales que sitúan a la mujer en anaqueles decorativos, peanas eróticas o vasares accesorios. Dibujos animados, series, concursos, películas y hasta secciones de moda o del corazón en los noticiarios, potencian constructos sociales que son reproducidos socialmente de forma despreocupada y sirven de horma a tratos perjudiciales para la mujer en su mayoría.

Las religiones, todas, educan mal en el trato a la mujer. Pilar fundamental de la educación católica es la segregación por sexos en aulas donde explican a cada cual su rol social extirpando la igualdad. La esencia del católico contrato matrimonial es Cásate y sé sumisa, un mal trato para la parte femenina, sufridora principal del maltrato. Se justifica el abuso sin límites del cuerpo de una mujer y que el alcoholismo del macho sea atenuante de una paliza a la hembra si no se le va la mano, educación talibán que no castiga ni dios.

Otro canal de aprendizaje social, la publicidad, explícita o subliminal, sistemáticamente trata mal a la mujer y por más que se denuncia, más se reproduce. La mayoría de las denuncias son de ONGs o francotiradoras digitales, dado que los poderes públicos evitan entrar en conflicto con las empresas así publicitadas, aunque esparzan semillas de maltrato. Los propios medios de comunicación que dan soporte a tal práctica banalizan la polémica, si se produce, achacando falta de modernidad a los denunciantes y glosando una dudosa creatividad.

Desde el gobierno del Partido Popular se consideran la igualdad y el maltrato machista asuntos menores propios del feminismo rancio que anida en la izquierda radical, como se desprende de los ridículos 44 millones asignados en los presupuestos de 2015 para atender ambas urgencias. 756 mujeres víctimas del machismo desde 2003 son el reflejo de la inquietante educación impartida por abyectos sectores sociales y contemplada con indecente pasividad por una porción excesiva de la población.

Los pecados de la Conferencia Episcopal.

Feijoo, Rajoy y Cospedal parecen exigir silencio al obispo de Santiago

Hoy es domingo y fiesta de guardar según los preceptos de la Santa Madre Iglesia y según la rutina de quien, a estas alturas, aún disponga de un trabajo aunque sea mal pagado. Es domingo y cada cual acudirá al templo de su preferencia para rendir cuentas a su dios particular, único e intransferible. Unos acudirán al estadio de fútbol en busca de terapia o el estadio acudirá a ellos, otros acudirán a los centros comerciales acuciados por la fe consumista, otros acudirán a la taberna para entregarse al dios Baco, otros saldrán al campo a rendir homenaje a Pachamama y los más tradicionales acudirán a la iglesia para purgar pecados y restaurar conciencias. Habrá quienes compaginen varios templos y varios dioses a lo largo de la jornada.

En todos los países y en todas las culturas, la religión más arraigada históricamente es la que pasa por los templos dedicados al culto divino, sean iglesias, catedrales, mezquitas, pagodas o locales adaptados ex profeso. En estos lugares, son habituales los ritos transmitidos secularmente y practicados con un rigor establecido y vigilado por quienes se autoproclaman herederos de una tradición proveniente, en última instancia, de los mismísimos dioses. Suelen ser elementos comunes de estas tradiciones unas escrituras sagradas, unos intérpretes autorizados de las mismas y un público receptor cuyo papel fundamental es repetir las fórmulas orales y gestuales que componen el rito. Un papel poco participativo por parte de los fieles y muy activo por parte de los sacerdotes.

Hay quienes acuden a misa verdaderamente convencidos de que es eso lo que necesitan y que es allí donde encontrarán una orientación verdadera y gratificante para sus vidas y para sus almas. Acuden de buena fe y salen con las pilas cargadas para soportar su paso por este purgatorio llamado mundo, por este valle de lágrimas. Los verdaderos creyentes conocen, aunque sea de oídas, el mensaje cristiano que se predica en las iglesias y disfrutan sintiéndose amantes del prójimo, caritativos, solidarios, humildes, desprendidos y justos.

Pero nos encontramos con el hecho constatable de que la clientela parroquial está cayendo alarmantemente en número desde hace muchos años. Teólogos tendrá la Iglesia que analicen y den una explicación al fenómeno sin caer en la tentación de culpar también de ello a Zapatero. Antes bien deberían mirarse al espejo y analizar qué hace o qué no hace la propia Iglesia para que su prima de riesgo particular esté alcanzando los niveles que tiene hoy día.

La Iglesia siempre ha sido una imponente maquinaria propagandística capaz de llegar a los lugares y a las personas más insospechadas y convertir cualquier menudencia en un asunto de repercusión transfronteriza en muy poco tiempo, así lo demuestran los recientes casos mediáticos del juicio a Javier Crahe, la represión totalitaria de las Pussy Riot en Rusia o el Eccehomo tuneado por doña Cecilia en Borja. La Iglesia ha utilizado este poder comunicativo durante más de dos mil años para mantener su estatus social y político en el mundo y ahora parece haberse vuelto en su contra.

Quizás tenga que ver en ello su alejamiento del pueblo para alinearse junto a los ricos y a los poderosos -incluso a costa de manchar sotanas y casullas con la sangre inocente derramada ante su cómplice silencio- en determinados periodos de la historia reciente; tal vez tengan que ver determinadas declaraciones de prelados, y la actitud pasiva y tolerante al respecto por parte de la Conferencia Episcopal, ante casos relacionados con la homofobia, el abuso sexual a menores o el maltrato a la mujer; y hasta es posible que su particular crisis esté relacionada con la distancia que muestra el Vaticano entre lo que predica y lo que practica.

En los últimos meses estamos asistiendo a un silencio demasiado cómplice por parte de la Conferencia Episcopal respecto a las medidas nada cristianas que está llevando a cabo el gobierno con la excusa de la crisis. Estamos asistiendo a la censura que Rouco Varela impone a colectivos cristianos, incluidos curas, que denuncian los efectos demoledores de las reformas del gobierno sobre sus parroquianos. Estamos asistiendo al cobro de las 30 monedas de plata, en forma de prebendas educativas y financieras, con que el gobierno paga su colaboración altruista en manifestaciones y pastorales durante los últimos años del zapaterismo y su silencio, siempre el silencio, actual ante las acometidas sociales del gobierno.

Estas actitudes pecaminosas de la Iglesia conllevan su condena y penitencia y es por ahí por donde la fe y el respeto se resquebajan hasta los niveles que estamos viendo. Se echa de menos una Iglesia cristiana comprometida firmemente con el pueblo y defensora de los más débiles. Una Iglesia alineada con los ricos y poderosos es una Iglesia que prefiere canjear la fe y la devoción por sepulcros blanqueados que acuden a ella para limpiar sus sucias conciencias. Y esto no es popular.