La Manada: mucho más que 5 violadores

Manada

Desde los púlpitos, durante más de 2.000 años, se ha inculcado la ideología, la doctrina, de que la mujer, amén de origen y causa del pecado, es propiedad del hombre. De esta doctrina y del papel de la Iglesia en la Historia, provienen conceptos y prácticas como el derecho de pernada, vigente en el siglo XXI. Esa ideología feudal prolongada por el nacional catolicismo impregna los estamentos judiciales, militares, políticos y religiosos del Estado. La Manada, las manadas, dan fe de ello.

El evidente, y benéfico, declive de la Iglesia Católica ha cedido el testigo adoctrinador a las iglesias mediáticas entre las que intentan hacerse un hueco 13 TV o la COPE con resignada desventaja. Ya no vale apelar al pecado y la condena divina para imponer modas y modos, ahora son la persuasión publicitaria y la seducción consumista las que producen los mismos comportamientos bajo la falsa premisa de que son los individuos y las individuas quienes eligen en total libertad sus yugos y sus castigos.

La supremacía del macho no es natural, por mucho que otras especies la practiquen, sino un constructo cultural, doctrinario, a beneficio de falos genitales y neuronales. Los nuevos patriarcas de la religión global y sus telepredicadores digitales siguen machacando a la mujer imponiéndole los nuevos viejos estereotipos que buscan el sumiso papel cosificado que milenariamente se le ha adjudicado. El bíblico árbol del bien y del mal sigue ofreciendo implacable sus manzanas a Eva, en catálogos y reclamos publicitarios, ante la complacencia del macho, siempre dispuesto a morder, a pecar.

La nómina de manzanas es casi infinita, bastan quince minutos de televisión o quince de navegación por cualquier red social para constatarlo. Victoria’s Secret, Axe, Dolce&Gabbana o cualquier marca de perfumes forman parte del evangelio machista que adoctrina eficazmente al rebaño desde hace varias generaciones. La publicidad ofrece modelos de comportamiento a mujeres y hombres, los mismos de la tradición nacional católica: cómo ser ella una cosa/cómo disponer él de su cosa.

La flamante ministra de Justicia del flamante gobierno socialista pide formación en perspectiva de género como antídoto para desastres judiciales como la sentencia/excarcelación de la Manada. Un curso paliativo de X horas frente a la formación continua que ofrecen las televisiones en sentido contrario, con audiencias millonarias y familiares, es una tirita en una operación a corazón abierto. La Manada se forma en la publicidad y el entretenimiento mucho más que en las aulas.

Por si fuera poco el arsenal adoctrinador que conforma y perpetúa la existencia de Manadas, funciona una cohorte dispuesta a justificarlas y defenderlas atacando/cuestionando a las víctimas: Arzobispo de Granada, párroco de Canena, Arcadi Espada, El Español, Forocoches… De entre quienes más daño hacen a la mujer y a la sociedad en este caso, copan el podio la sentencia por abuso y no violación, el voto particular del juez Ricardo González pidiendo la absolución, la defensa del tribunal sentenciador por el Consejo General del Poder Judicial y la excarcelación de los violadores.

La Justicia, por este y otros casos, ¿es imparcial?, ¿es igual para todos?, ¿es ciega?… ¿qué es la Justicia? A la vista de su comportamiento en los últimos años, la Justicia española es un puzzle político, confesional, elitista, empresarial, financiero, misógino, monárquico, represivo, cavernario… y patriarcal. Es un estamento a imagen y semejanza de los adoctrinadores, a la medida de una ciudadanía que se deja adoctrinar a la par que renuncia al inalienable ejercicio de un pensamiento crítico en peligro de extinción. No es justicia. No.

Dinero público

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El término “público” brinca como un caballo castigado por la espuela cuando acompaña a la palabra dinero. La cuarta acepción que ofrece el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua dice que es “público” lo perteneciente o relativo a todo el pueblo. Público, pueblo y dinero son palabras que resbalan a diario de los labios de la actualidad como un cigarrillo a punto de ser escupido por una boca cansada de jugar con fuego, cansada de un humo que sólo dibuja decrépitas nubes mortales.

El dinero adjetivado como público pertenece al pueblo. El que se marca como privado también es relativo a todo el pueblo, aunque la boca expela desde sus labios todo el humo del mundo para ocultar esa certeza. El denso humo deja ver a quien gasta dinero público y oculta entre opacas y oscuras volutas a quienes acaparan todo el dinero de manera privada. Los bolsillos privados codician la riqueza con una adicción que perjudica más al pueblo que no la padece que a los yonkis que se pican las venas con agujas bursátiles.

Los empresarios producen riqueza, cuentan los medios de comunicación propiedad de empresarios. Los bancos prestan dinero a los empresarios que producen riqueza, cuentan los medios de comunicación deudores de banqueros. Gastamos más de lo que ingresamos, cuentan los políticos al servicio de empresarios y banqueros. Y el pueblo, el que trabaja, el que cotiza, el que hipoteca su vida, el que consume, el que mueve dinero, el que paga impuestos, el que no llega a fin de mes, es impelido por políticos, empresarios y banqueros a apretarse el cinturón, a estas alturas, sobre su esqueleto.

Todo el dinero de España, de Europa y del mundo entero, es, que se sepa, que lo sepan, dinero perteneciente o relativo a todo el pueblo, es dinero público. El dinero justo, el dinero noble, el dinero ético, es sudor de la frente del pueblo, es dinero público. El otro dinero, el negro, el B, el evadido, el especulado, el burbujeante, el estafado, el amasado, es también dinero público con aroma de pillaje y color de saqueo. La religión neoliberal santifica el dinero, el privado, y pretende convencer al pueblo de que su pobreza proviene de haber vivido por encima de sus posibilidades y no del trasiego de todo el dinero público, fruto del trabajo, a bolsillos privados sin escrúpulos.

Disponer de sanidad pública, de educación pública, de servicios asistenciales o de justicia, pagados con impuestos de varias generaciones, es pecado mortal (ya hay cadáveres). Privatizar las necesidades es negocio. Ya sucedió con la telefonía, con la energía y con otros pecados públicos que pasaron por la redención privada sin convertirse en las virtudes prometidas. Expoliaron monopolios públicos para salvar al pueblo del purgatorio y lo condenaron a un infierno de cárteles privados. La avaricia exige canjear la vida por un dinero que no da para vivir y, cuando se haya hecho con todo el dinero de varias generaciones, los medios de comunicación dirán que España va bien.

La trampa, la más antigua de la historia, funciona con la calculada precisión de un reloj, suizo, cómo no, cambiando los latidos de la humanidad por unos céntimos de fraudulenta esperanza que no dan apenas para pagar los cigarrillos de cuyo humo se espera una ficción venenosa que envuelva la dura realidad en el celofán onírico y engañoso del sueño americano. La panacea neoliberal no es cosa diferente de la gran plaga de la humanidad: la esclavitud. Hacia ella nos llevan, hacia ella caminamos, como el dinero, de lo público a lo privado.

Dívar, divino y humano.

Viendo a este hombre con su uniforme de trabajo nos asalta la duda de si es la sotana que le queda corta o es la toga que le viene grande, una no sabe si se trata de un juez religioso o un religioso de la jurisprudencia. Leyendo algunas de sus divagaciones nos asalta la inquietud de que su concepto de la justicia esté tan ligado a la religión como si de un rabino, un imán, un inquisidor o un talibán se tratara.

Pero la inquietud inicial se evapora y estalla cuando comprobamos que se trata de un mortal como cualquiera de quienes han padecido sus sentencias, un letrado cuyo estrado es de este mundo. Imagino que se habrá absuelto a sí mismo de los pecados y delitos cometidos durante su carrera como alto cargo mamandurriado, aunque tiendo a pensar que no ha sido consciente de sus actos ni de sus omisiones. Gastar lo que este hombre gastaba en un finde marbellí no entraba, para él, en la categoría de derroche y sí cuadraba con el concepto de limosna de cepillo eclesial que para sus emolumentos representan diez o quince mil euros de nada.

La ley y la justicia, en España y parte del extranjero, son conceptos polisémicos que adquieren uno u otro significado en función de la personalidad y la cuenta corriente del delincuente o del agraviado. Mientras la justicia esté esposada al estatus social y se permita la mordaza del dinero como eximente, permanecerá en el limbo de nuestros anhelos utópicos, como un fanstasma etéreo que nunca aparece cuando se le necesita. Carlos Dívar es un ejemplo, pero hay más fantasmas que nos golpean a diario con sus cadenas arrastradas para recordarnos que no todos somos iguales ante la ley.

Montesquieu pereció asesinado por los venenos de la burguesía, las dagas de la nobleza, los fusiles del clero y la guillotina de los diputados. La separación de poderes ha sido y sigue siendo una entelequia en manos de los custodios del dinero que son, desde la más remota antigüedad, quienes realmente dictan las leyes y las sentencias en un lenguaje bífido que les permiten sortear cualquier condena.

Sorprendió que fuese un gobierno supuestamente progresista quien pusiera a este hombre en los altares de nuestra justicia y sorprendería aún más que fuese un gobierno conservador quien actuase con el rigor que la sociedad reclama. Hoy mismo, mediante un decretazo, el gobierno ha anunciado la incompatibilidad de las pensiones de los altos cargos con otros ingresos de los mismos, en un ejercicio populista por recuperar parte del crédito popular dilapidado en los siete meses que lleva haciéndonos incompatibles al resto de los mortales con la dignidad y con la vida. Ha aplicado la justicia con el mínimo imprescindible para dar munición defensiva a sus militantes y sus palmeros, dejando de lado una profunda reforma de la función pública que elimine absolutamente todos los desmanes y prebendas que tantas cartucheras, panzas y varices provocan en sus cuentas corrientes.

Nunca los sacerdotes han predicado para sí mismos ni los políticos han legislado en su contra. Todo lo que podemos esperar son gestos populistas y manipuladores por su parte para condenar el pecado venial mientras se autoconceden bulas para seguir pecando mortalmente.

Hoy mismo también los telediarios nos han metido de postre al pobre señor Roca, el del Miró adornando su bañera, como una plañidera pidiendo misericordia y comprensión. Hace no pocos días, la señora Munar explicaba que la prisión no es el mejor castigo para delitos económicos. Y unos meses atrás asistíamos a la absolución de Camps porque el delito no cabía en sus trajes. Los parlamentos y los plenos están sobradamente poblados de chorizos que se inmunizan aprobando leyes exculpatorias y creando comisiones de investigación que habitualmente se encargan del sepelio de la verdad y de la justicia.

¿Cabe esperar que la justicia y la ley sean iguales para todos? Con este ganado no, desde luego.

Por cierto, ¿condenaron al alcalde de Jerez por decir que la justicia es un cachondeo? Yo sólo lo pregunto, por si acaso.