Una tele gobierna España

padrino-Rajoy

A la vista de todo el mundo, sin anestesia ni ambages, sin ningún indicio de decoro en la última alcoba de su conciencia, con la angustia de quien no tiene escapatoria a sus espaldas, de quien sólo dispone de la posibilidad de huir hacia adelante, así ha sido la puesta en escena del presidente de gobierno de la reciente democracia española. Para Mariano Rajoy, como en su momento para Franco y a lo largo de la historia para cualquier dictador, la gravedad de los hechos y el clamor social, no merecen el directo de su voz o el de su mirada.

La imagen es de un realismo tan puro y descarnado que daña la actividad de la razón y deteriora las funciones sentimentales de la sociedad. En uno de los momentos más delicados y graves para la democracia, desde la tragicomedia interpretada por Tejero, la prensa ha acudido a buscar sus palabras en un salón repleto de grabadoras, micrófonos y ordenadores, hallando tras el atril reservado al presidente del gobierno una pantalla de televisión. El espectador de la política ya sabe, desde ese momento y de primerísima mano, que en España gobierna una televisión parecida a la que regalan los bancos a los incautos que les fían el dinero para sus trapicheos.

Gran parte de la población ya lo sospechaba, pero la imagen recogida por telediarios y demás medios de comunicación ha dejado meridianamente claro que la televisión goza de la más terrible mayoría absoluta: la resignación y la sumisión de espectadores pasivos sin derecho a ser informados como dios y la democracia mandan. La televisión es el salón de belleza donde el gobierno maquilla la realidad, perfuma el pútrido cuerpo del partido que lo sustenta y disfraza su rostro con extensiones de fallida democracia. La televisión ostenta la presidencia del gobierno.

La televisión ha hablado. La televisión ha dicho que el caso Bárcenas es una conspiración, que los papeles desvelados por la prensa judeo-masona no son la contabilidad del partido (¿se imaginan que lo fuesen?), que hablar de los sobresueldos es un ataque a España y, en definitiva, que la corrupción no existe. La televisión se ha dirigido al país con solemnidad presidencial para hacer lo que el gobierno lleva haciendo desde que ganó las elecciones. La televisión ha mentido, una vez más, pero también ha dicho que Rajoy sabe quién ha sacado la cochambre a la luz del día. No es arriesgado pensar, conociéndola, que haya señalado a Esperanza Aguirre como la Judas, apartada del santo festín pepero, que no renuncia a ser la hija predilecta del padre Aznar y vende a su gobierno por 30 talentos. Ella ya se ha ofrecido a limpiar el PP con sus sucias manos.

Rajoy y el Partido Popular han despreciado el contrato democrático que suponen millones de votos depositados en las urnas. El pueblo merece, al menos, una explicación mirándole directamente a los ojos y ser respondido aunque sea a través de la prensa. El protocolo de la comunicación y una mínima cortesía han saltado por los aires, sin anestesia, sin ambages, sin vergüenza. Sólo ha faltado que el atril de las explicaciones hubiese estado ocupado por un guiñol manejado por José Luis Moreno. El mensaje habría sido el mismo, pero al menos los efectos no habrían sido tan fríos, tan totalitariamente descarados y tan insultantes para la razón y los sentimientos del espectador.

Es imprescindible, por higiene moral, cambiar de canal y hacerlo, si se puede, con urgencia.