El maestrillo y su librillo

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Uno de los principales objetivos y logros de la II República fue dotar al pueblo del arma más apropiada para defenderse: la educación. La Institución Libre de Enseñanza (1876-1936) quiso independizar la educación de dogmatismos religiosos, políticos o morales. Las Misiones Pedagógicas establecieron trincheras culturales para contener primero y combatir después el secular analfabetismo. Hasta el golpe de estado de Franco, que alcanzó a la educación pública y llenó cunetas y fosas de prosa y poesía, de máscaras y pinceles, de filosofía y partituras, de raíces cuadradas y geometría, de pedagogía.

La escuela del franquismo fue una milicia bicéfala al servicio de curas y generales. El nacional catolicismo escribió sus torcidos renglones en cartillas, catecismos, enciclopedias y catones, los libros que reeducaron a los vencidos y a su descendencia con la eficiente pedagogía de “la letra con sangre entra”. De nuevo los Reyes Católicos y la unidad de España, la raza hispana, con flores a María, por el imperio hacia Dios y la equis como rúbrica analfabeta.

La agonía de Franco y la cesárea constitucional retomaron el pulso educativo entre lo viejo y lo nuevo, la leña y la savia, la oscuridad y la luz. Los Movimientos de Renovación Pedagógica contemplaron la elaboración de materiales curriculares como alternativa al corsé del libro de texto y en algún colegio así se hizo, en alguno, en muy pocos, en casi ninguno. Se trataba de que los maestros elaborasen sus propios libros con las aptitudes adquiridas en la universidad y las actitudes que demandaba el nuevo tiempo.

El libro de texto, concebido como herramienta de transmisión de conocimientos y dogmas, asentado en la cómoda y displicente rutina funcionarial, se vio amenazado junto a las empresas editoriales y el lobby católico. Santillana (PRISA) y Anaya copan más del 50% del mercado en la escuela pública y una porción importante en la privada. El resto del pastel se lo reparten SM (Compañía de María), Edelvives (Maristas), Edebé (Salesianos), Bruño (la Salle) y otras editoriales con presencia especializada en áreas no troncales.

El negocio editorial se basa en el marketing y en técnicas comerciales, tan arraigadas como innobles, que exploran la debilidad humana con el periscopio del obsequio al maestro o al colegio. También se nutre de la permisibilidad administrativa ante el incumplimiento de la ley que obliga a mantener el mismo libro durante al menos cuatro años y de modificaciones en las ediciones con un criterio más lucrativo que pedagógico.

Hay libros que priman el adoctrinamiento sutil de la infancia y la juventud en función de la posición ideológica de quienes los conciben, imprimen, encuadernan y distribuyen. El reciente caso del tratamiento de la muerte de Lorca o el exilio de Machado por la editorial Anaya es un ejemplo de adiestramiento escolar al servicio de una ideología. Más nocivo resulta el empeño del ministro Wert para que el neoliberalismo ocupe un lugar preponderante en el currículum escolar o que la religión compute para lograr una beca.

En las oposiciones de primaria, una de las pruebas consiste en preparar una unidad didáctica. En la universidad enseñan a los futuros docentes a programar y elaborar herramientas procedimentales para enseñar contenidos. Se puede enseñar y aprender utilizando la biblioteca de aula y los recursos que la tecnología pone al alcance de profesorado y alumnado. Sin embargo, en estas fechas, se vuelve a demostrar que la enseñanza sigue sujeta a la pedagogía del mercado.

Monarquía, ¡porca miseria!

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En el Nueva York de El Padrino, la Mano Negra extorsionaba a los comerciantes ofreciendo «protección», pero en realidad les cobraba dinero a cambio de no hacerles daño. En la España del siglo XXI, un rey, un anacronismo, se dirige a sus súbditos para anunciar su abdicación y decir que “el príncipe -su heredero- representa la estabilidad”. O sea, que si no hay rey habrá inestabilidad. O sea, o su hijo o el caos. O sea, eso es lo que hay: la Real y parlamentaria democracia.

Desde que la derecha española se deshizo de complejos, incluido un PSOE de “profundas raíces republicanas”, el mantra de la estabilidad ha sido el flotador de un régimen heredado de quien impuso al país, manu militari, cuarenta años de estabilidad. La misma derecha reescribe la historia rebajando la dictadura militar del general Franco a régimen autoritario y cargando las tintas en la inestabilidad que supuso la II República. Discutible. Para esta derecha, como para Goebbels, «Si una mentira se repite las suficientes veces, acaba convirtiéndose en la verdad». Y no paran de repetirlo.

Inquieta escuchar del aún Jefe del Estado tan sutil y subliminal mensaje. La estabilidad política califica situaciones exentas de graves crisis y cabe preguntarse si España no vive un momento de grave y prolongada inestabilidad. Los mercados han provocado una metástasis social que no afecta al tejido cortesano y palaciego. La corrupción, incluso la que afecta a la familia real, se ha enquistado. Los súbditos están (estamos) siendo esquilmados. ¿Y le llaman estabilidad?

El rey, tal vez, ha comprendido que si el pueblo se echa a la calle, y lleva unos pocos de años haciéndolo, la estabilidad de su trono, su cetro y su corona peligra. Tal vez ha comprendido que si el pueblo da la espalda a sus partidos de cámara, como ha ocurrido en las pasadas elecciones, su figura se vuelve vulnerable, inestable. Tal vez ha comprendido que la historia es cíclica, persistente, y los fantasmas de sus ancestros le aconsejan tener el equipaje presto y próximo a una veloz calesa.

Hay inestabilidad en hogares, en centros de trabajo, en hospitales, en escuelas, en la calle, y la monarquía parlamentaria se ha tornado autoritaria, por decirlo delicadamente. Los herederos del general han provocado heridos en una guerra donde las únicas armas son empuñadas por funcionarios del estado. Vuelven a poblarse las mazmorras de presos políticos como Carlos, Carmen y decenas de personas cuyo único delito es ejercer la libertad de expresión y otros derechos constitucionales.

Hay inestabilidad social en colectivos tradicionalmente acosados por otro histórico y fiel aliado de los poderes absolutos, el clero. Las mujeres vuelven a sufrir el apremio de arzobispos, cardenales y del Justicia Mayor del reino, para procrear y ser sumisas, para enclaustrarse en sus casas. Se vuelve a perseguir la homosexualidad mientras alguno de sus detractores abusa de menores impunemente. Y se vuelve a implorar la ayuda divina para paliar el hambre provocada por humanos.

Lo último, botón de muestra de la inestabilidad que sacude a España, es la represión de ideas, la censura practicada en diferido sobre un medio de comunicación como El Jueves. Se ha censurado un dibujo, una viñeta sin palabras, una metáfora de lo mal que huele esta monarquía parlamentaria. Un chiste no debía estropear el paseíllo y vuelta al ruedo de un monarca, ése ha sido el delito.

El rey ofrece a sus súbditos “su estabilidad”. ¿Y si éstos no quieren? ¿Y si prefieren votar, decidir? ¿Serán dañados como cada vez que han rechazado a una monarquía y preferido democracia? Tal parece que las críticas a la monarquía y a la iglesia respondan a un contubernio para acabar con el medievo. Como se exclama en España, ¡Me cachis en los mengues! O, como exclaman en Italia, ¡Porca miseria!

 

Res Pública. Cosa pública. República.

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El título de la obra de Platón La República es diferente al original griego Politeía de Aristóteles, cuya traducción sería “régimen o gobierno de la polis (ciudad-estado)”. Fue a través del latín Res publica (cosa pública), empleado por Cicerón en su obra con el sentido aristotélico, como llegó al castellano. El diccionario de la RAE define el término como “organización del Estado cuya máxima autoridad es elegida por los ciudadanos o por el Parlamento para un período determinado. Así se han articulado muchos estados modernos tras sacudirse el polvo feudalizante de las monarquías o los yugos totalitarios.

La cosa pública, la república, no es de derechas ni de izquierdas, sino un asunto concerniente al público, al pueblo, a todas las personas sin distinción de estatus, hacienda o linaje. España, país insólito donde los haya, ha escrito los capítulos de su historia moderna y contemporánea a contracorriente, aceptando como herencia consecuente un secular retraso económico e industrial y un tradicional atraso democrático. La milenaria historia de España soló ofrece unas horas, entre 1873 y 1874, y unos días, entre 1931 y 1936, de gestión pública de la cosa.

La reserva espiritual de occidente, mixtura ibérica de hijosdalgo, soldadesca y sacristanes, ha cuidado, taimada y esmeradamente, sus intereses consiguiendo que la cosa pública se organizara y se siga organizando desde palacios, cuarteles y sedes episcopales. España siempre ha estado a salvo de rojos, judíos y masones porque sus estamentos privilegiados han mantenido al pueblo -ingenuo, inculto e incauto- alejado de la gestión de la cosa pública. Para eso están ellos, para administrar la cosa trocándola de pública a privada por el bien de sus súbditos, que no ciudadanos.

Los herederos de la imperial España demonizan los escasos seis años de república resaltando convulsiones y violencias a las que sus antecesores no fueron ajenos. Cruzada llegaron a llamar al acoso y derribo de la experiencia republicana, escrache violento y homicida jamás condenado, hito ensalzado hoy por políticos y opinadores conservadores como un trasunto del toro de la Vega. La tradición ha alicatado la cultura, el desarrollo y el progreso de este país, con baldosas y cemento cola, dotándolos de una impermeabilidad poco usual en Europa.

El PSOE, tras la abdicación de Suresnes, renunció a su legado republicano a cambio de asegurarse plaza fija en el tándem bipartidista modelado durante los albores de la transición. A partir de entonces se apropió felonamente del término “izquierda” para posicionarse de forma bastarda en el espacio electoral. Por su parte, el PP, refundado como partido de centro por un político franquista, ganó la confianza del electorado y se aseguró la otra plaza del tándem. Ambos partidos demuestran a diario que uno no es de izquierdas y el otro desborda por la derecha, quedando ambos en la retina electoral como el mismo can con distinto collar.

Al PSOE le ha incomodado el concepto República en su acecinada (con “c”) ideología postfelipista. Al PP le incomoda porque la jugada le ha salido redonda y sus listas electorales trabajan para los grandes de España, que dieron jaque mate a la II República, barnizados con tinte demócrata. La Casa Real, lógico, ve el concepto como amenaza para sus intereses mientras la nobleza europea se gana la vida, como ellos, viviendo de rentas públicas y privadas, pero asumiendo papeles meramente ornamentales. El linaje Borbón vende y puede pasar al escalón ornamental sin que suponga un trauma o un escándalo. Escándalo es que la corte y la cohorte de los borbones ocupen el escalón más elevado del estado, hereditariamente, sin pasar por las urnas.

Malos tiempos y malas compañías, las de siempre, las del último siglo de la historia de España, para proponer un debate serio, sereno y ético sobre una tercera república.