Aborto y otras mortandades

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Se podría estar de acuerdo con la nueva letanía del Partido Popular a cuenta del aborto si no fuera por la crueldad que conlleva. El aborto no es un derecho, reza el estribillo electoralista repetido mil veces por los peperos, como es costumbre, para que cale o cuele como verdad. Abortar es una decisión terriblemente dura que afrontan quienes sufren un embarazo no deseado percibido como amenaza para el presente de la mujer y el incierto futuro que aguarda a la criatura.

El PP, negando la mayor, el derecho a decidir en todas sus formas, se toma la libertad de decidir por la mujer, en este caso, y decide que el aborto no es un derecho. Se podría estar de acuerdo con que no es derecho, sino decisión, si tal decisión fuese tomada por la mujer dentro de unos parámetros amparados por la ciencia y no por un catecismo cualquiera. No se olvide que quienes atacan el aborto son los mismos que condenaron a Galileo y repudian a Darwin.

Pero la decisión la han tomado quienes hacen lo posible para que cuestiones como el trabajo, la vivienda, la educación o la sanidad dejen de ser derechos. Son los mismos cuyas hijas abortaban en la discreta clandestinidad londinense de los años 60 y 70 y ahora lo hacen en la costosa intimidad de las clínicas privadas. Para ellos no es asunto moral, ético, médico o jurídico, ni siquiera económico, nada de eso, se trata de un frío cálculo aritmético, una variable más de la proyección de voto, un imperdonable estacazo estadístico a la mujer.

El plumaje de la gaviota, manchado, sucio, mugriento, y en muchas zonas podrido, no es apto para mantener el vuelo y su caída en picado amenaza a lo que se le ponga por delante. Desnortado, el PP se erige en defensor de la vida una vez que el concepto pasa debidamente por su particular cedazo. El aborto no es un derecho, como lo son el derecho al suicidio de los desahuciados, a apurar hasta el último suspiro la hepatitis C o a pagar el entierro que la falta de recursos para el hospital o la nutrición adelanta en algunos casos.

Como campeones de la vida, paladines de los derechos y adalides de las libertades que son, también son dados a emprender santas cruzadas en los confines terráqueos. El síndrome de don Quijote ha aturdido sus mientes y se lanzan a reclamar a Maduro derechos que ellos merman o suprimen aquí en su tierra, en España. Proclaman que Venezuela es dictadura sin aceptar que es ahí donde conducen sus reformas neoliberales, sus recortes, su prensa bien pagada, sus presos políticos, sus cargas policiales y su ley Mordaza.

También tienen un cedazo para las calificaciones, otro para las libertades y un tercero para los derechos. Por el tamiz que que no cuela Venezuela, sin dificultad alguna pasan Marruecos, Guinea, Arabia Saudí, Guatemala y hasta la comunista China, como solventes democracias sin presos políticos, con prensa libre y sin sangre a sus espaldas. El colmo de la hipocresía es que sea Aznar, guerrero de Irak, negacionista de la dictadura franquista, comisionista de Gadafi, defensor de Videla o Pinochet, quien empuñe la antorcha libertaria en su carrera de guerras, dictaduras y dinero.

A tan orate señor le acompaña el sin par escudero Felipe González en tamaña aventura, esa de salvar patrias. Gran maestro del populismo, es indicada pareja para tratar asuntos del país cuyo presidente Carlos Andrés Pérez masacró a unas 3.000 personas en 1989 y González le ofreció 600 millones de dólares para aliviar tan crítico momento. El mismo escudero es sospechoso de aprender en Venezuela las virtudes de la guerra sucia del estado materializada en los GAL. Son gentes de esta ralea las que deciden qué cosa es el bien y dónde habita el mal, qué muerte es digna de compasión y qué derechos y libertades valen la pena.

Felipe González: la casta

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Te lo dijo Krahe, Felipe: “Hombre blanco (tú) hablar con lengua de serpiente”. Yo te recomendaría pensar antes de hablar, pero intuyo que lo haces y eso me da miedo. Te he escuchado con desgana y pena durante las últimas semanas, desgana porque en 1986, gracias a ti, decidí no prestar mis oídos para que anide la mentira; pena porque estás devorando, como Saturno, a tus propios hijos. Tu lengua de serpiente acumula letal veneno en su ocaso.

Tu partido ha entrado en la recta final del proceso de descomposición ideológica que tú iniciaste en Suresnes, ¿recuerdas, o has perdido la memoria? Dijo un prebolivariano, José Hernández, en boca de Martín Fierro: “Muchas cosas pierde el hombre / que a veces las vuelve a hallar, / pero les debo enseñar / y es bueno que lo recuerden: / Si la vergüenza se pierde / jamás se vuelve a encontrar”. Y tú parece que la has perdido del todo.

Te posicionas con la ultraderecha al declarar, refiriéndote a Podemos (antes lo hiciste con IU y mucho antes con el PCE), que “una alternativa bolivariana sería una catástrofe”. Tú, jardinero de bonsáis, que conseguiste que España sembrara los votos de su esperanza en tu jardín y los secaste en un par de años. Debió ser duro para ti que Venezuela condenase a tu admirado y venezolano amigo Carlos Andrés Pérez, probable inspirador de los GAL. Duro ver que en Venezuela no quieren a su paisano Gustavo Cisneros a quién vendiste Galerías Preciados a precio de saldo como amigo tuyo que era.

Tu lengua viperina ha escupido, ¿con orgullo?, que “Soy de la casta política que puso en marcha el sistema nacional de salud”. Era tu obligación, ¡qué menos, Felipe!, aplicar mejoras al sistema que ya había, pero no lo era en modo alguno omitir otras con que tu otrora seductora lengua nos embaucó. Y lo hiciste. Descubrir que el eslogan “Por el cambio” se refería a sillones y no al sistema, una más de las similitudes entre PP y PSOE, fue una decepción y el inicio del creciente desapego ciudadano hacia vosotros, la casta.

Perteneces, Felipe, a la casta que puso en marcha la corrupción institucionalizada, la que militarizó España entrando en la OTAN, la que inició el cierre de empresas bajo el eufemismo de reconversión industrial, la que primero precarizó el trabajo introduciendo contratos basura y ETTs, la que puso la zanahoria de la formación ante los sindicatos y un largo etcétera, Felipe. Sentaste cátedra y creaste una escuela que aún hoy perdura. Mucho parecido con el PP para no ser lo mismo. El problema no son los votos que huyen de vosotros, el problema sois vosotros: la casta.

Eres uno de la casta que maneja el estado como su cortijo infectándolo de clientelismo y nepotismo, Felipe. De tu época es Fondo Formación, empresa que acogió a Eduardo Madina y a miles de militantes socialistas y de UGT en toda España y que hoy, reconvertida en FAFFE, está en el huracanado ojo de los manejos de la Junta de Andalucía con los fondos para formación y el paso de miles de personas sin oposición a la categoría de personal laboral de la Junta de Susana Díaz, que no de Andalucía. Ésa es la casta, Felipe, tu casta.

Hiciste que España te creyera, que creyera en un partido de obreros descamisados y dirigentes con chaqueta de pana ¡y qué poco duró la magia! Ahora eres uno de los reyes de la puerta giratoria, uno más de la casta que sigue manejando lo público para sus intereses privados a través de barones y sucesores de partido, de ahí tu alergia a primarias abiertas. Hazte un favor y otro mayor a tu partido: no sigas arrastrando tu sinuoso, siseante y sibilino cuerpo por el escenario político español. La calle, hace décadas, dejó de admirarte, no hagas que te desprecie.

Si ahora parece que hay una izquierda en movimiento, pregúntate, Felipe, qué hiciste tú para desmovilizarla. Si abandonas la izquierda, el siguiente paso te conduce a la derecha y ahí estás tú, Felipe, desde Suresnes.