La pobreza incomoda las conciencias de quienes la producen y ensalzan como la cola rebelde de un látigo que azota justamente al verdugo que lo maneja. Por eso, personajes como Ignacio González, Núñez Feijóo o Adrián Fernández, todos del Partido Popular, niegan, ocultan o justifican el hambre infantil en España. Los verdugos neoliberales siembran hambre en España, en su raíz, en su infancia, y yo, como Lorca, “No quiero que le tapen la cara con pañuelos / para que se acostumbre con la muerte que lleva”.
UNICEF denuncia que 2.306.000 niños españoles (27,5%) viven bajo el umbral de la pobreza, Cáritas eleva el dato al 29,9% y el PP lo niega, justifica o tapa. Ambas instituciones firmarían los versos de Blas de Otero “No. No dejan ver lo que escribo / porque escribo lo que veo. / … / …lo que veo con los ojos / de la juventud y el pueblo”. La ceguera voluntaria permite a la vicepresidenta Soraya afirmar sin rubor, desvergonzada, que “Se ve en las calles, hay más alegría que hace meses”, convirtiendo esa alegría en inhumano refugio donde se protege de su propia conciencia.
Por su parte, el Papa Francisco dice que “Los comunistas han robado a la Iglesia Católica la causa o la bandera de los pobres” sin atender a las palabras de uno de los suyos, Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, que en el siglo XIV denunció a su iglesia como generadora de pobreza y cómplice de la riqueza. La Iglesia ha robado al cristianismo también otra bandera, la de la infancia, bajo consentidas sotanas pederastas silenciadas por el santo súbito y su heredero.
La bandera neoliberal, triunfante enseña capitalista, ondea solitaria en la globalizada economía salvaje fustigando a la humanidad desde la infancia a la vejez, desde el estado de natal inocencia a la derrota pre mortem. España llora por su infancia, por su pobreza sobrevenida de la miseria general ofrecida al dios dinero en el altar de la competitividad. Los españoles adoran al becerro de oro en grandes superficies donde se exhibe y oferta pobreza infantil y explotación globalizadas.
Tercermundista pobreza infantil es la que el gobierno impone en España con la bendición de quienes rechazan y hacen ascos a la bandera antipobreza. Fariseos prelados de bastarda fe, forrados diputados aforados, recatados banqueros rescatados, reaccionarios periodistas mercenarios, conscientes empresarios sin conciencia, armados funcionarios desalmados y vendida justicia desvendada, todos a una, son responsables de la pobreza patria, infantil para mayor escarnio.
Mientras la ciudadanía reblandece los duros mendrugos del sustento diario con el amargo silencio de las lágrimas, el poder, los poderes, mojan sopas en la desnutrición infantil con ávida satisfacción y orgullo. Cada céntimo fiscalmente evadido, cada euro constitucionalmente estafado para la banca, cada negro billete cobrado por los verdugos, son patadas y puñetazos encajados por famélicos estómagos infantiles ateridos e ignorados.
“España se recupera y la economía crece gracias a las reformas” proclama el gobierno y se felicitan las dominantes minorías empresarial, financiera y política. Reformas como dios manda, ¡manda güevos!, que hacen trabajar mucho más para cobrar apenas nada. Reformas para pintar de negro el futuro de una infancia que, a los 21 días de venir al mundo, ya sabe lo que es ser desahuciada del artículo 47 de la Constitución. Esta España de reformatorio es una malformación que justifica el aborto y explica el negativo déficit demográfico, dos males menores comparados con el hambre y la esclavitud, neoliberales plagas.