Coronan su testuz con tanta cuerna
que no les deja sitio para un seso
tamaño microscópico y por eso
ubican el cerebro en la entrepierna.
Son el macizo de la raza eterna,
el búnker impertérrito al progreso,
la vox de lo más rancio y más espeso,
el bronco rebuznar de la caverna.
Y llevan aferrado a sus cojones,
para multiplicar generaciones
inmunes al clamor de tiempos nuevos,
un contingente femenil tan propio
que piensa con las trompas de Falopio
lo mismo que sus machos con los huevos.