El COVID–19 neoliberal

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Hay personas con titulación universitaria que no pasan de grises y personas que, sin apenas pisar la escuela, fulgen felices. La escuela no es lugar para milagros y la vida cotidiana, en ocasiones, puede obrarlos por la simple aplicación del pensamiento crítico y libre adquirido en la escuela por quien acude a ella sin vendas ni anteojeras. La pandemia hace que sean muchas las horas que pasamos con nuestro pensamiento a solas.

El COVID–19 ha obrado que muchos sordos confinados oigan, que muchas ciegas vean, que muchos muertos resuciten, que muchas vírgenes queden grávidas y que proliferen mesías y profetas. Son horas y horas encadenadas para pensar, reflexionar, cavilar, recapacitar y razonar, aunque haya quien prefiera utilizar sus neuronas para la higiene íntima justo antes de vaciar la cisterna y rebañar la taza con la escobilla.

No soy experta en economía más allá de la administración de unos ingresos inciertos y ajustados que amenazan de tarde en tarde con el umbral de la pobreza. Tampoco soy creyente ciega y sumisa que acepte como divinos los preceptos económicos de los interesados entendidos. Soy, para mi suerte o desgracia, adicta al análisis minucioso de cuanto me rodea antes de tomar partido.

En estos días de epifanías sanitarias y económicas, estoy constatando que, como toda religión, el sistema neoliberal predica una cosa y practica la contraria. La ciudadanía anda ocupada y preocupada en conservar la vida sobre todas las cosas. El sistema no ha cambiado, ni cambiará: por encima de las vidas humanas está la economía, entendida como beneficio exclusivo de las élites.

El confinamiento ha hecho que el consumo se centre en las cosas imprescindibles: higiene, salud o alimentación. Lo otro, lo prescindible, ha quedado relegado de golpe y la economía de mercado se está resintiendo con amenazante gravedad: sin consumo desaforado no hay beneficio desmedido. Es el consumismo la base de la piramidal economía neoliberal: trabajar para consumir, consumir para vivir, vivir para trabajar y vuelta a empezar una vida de usar y tirar.

La vida confinada de las personas ha sido aprovechada para estrujar sus exprimidos bolsillos por emprendedores de bien que se ajustan a la inmoral legalidad del mercado. Frutas, lácteos y carnes elevan sus precios al cielo mientras los productores siguen sumidos en el mismo infierno al que están condenados desde tiempos inmemoriales. Y la misma ignominiosa práctica se aplica a los productos de higiene y salud con la bendición de la economía de libertino mercado. La gasolina que alimenta las llamas de esos infiernos proviene del sudor de las confinadas frentes de la ciudadanía.

Hay que pensar, aunque implique cansancio, rabia, frustración, ira y sufrimiento. Un día tiene 24 horas y una vida, pongamos por caso, 75 años. Hay que recurrir a la aritmética vital para comprender qué somos realmente. El trabajo acapara 9 horas diarias (incluidos desplazamientos) de la mayoría, el sustento 2 horas, la higiene ½ hora y el descanso 7. Agota e indigna pensar que quedan apenas cinco horas y media a las que hay que restar el tiempo dedicado a la intendencia y otras exigencias frecuentes, pero no diarias.

¿Qué nos queda de vida? ¿Qué nos dejan? ¿Qué somos? Si se prescindiese de fútiles antojos impuestos, de pomposas modas accesorias, de superfluas necesidades suntuarias, ¿habría que dedicar tanto tiempo a conseguir dinero para adquirirlas o soñar con ellas? Tal vez no, pero los diabólicos neoliberales no cejan en su empeño para convencernos de que sí, de que así ha sido siempre y así debe seguir siendo. Es el sueño americano, la pesadilla global: trabajar como chinos o hindúes para vivir como africanos sin derecho a patera.

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2 comentarios el “El COVID–19 neoliberal

  1. José dice:

    AJ: Tienes más razón que un sabio. Considero que no hace falta que leas este magnífico artículo por quinta vez. Con un par de veces es suficiente. No sé si será una obra de arte, pero es tan lúcido y claro como el sol de mayo. Mi más sincera gratitud a Verbate. Y tú recibe un abrazo de JF.

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  2. AJ dice:

    Todo lo que escribe en este blog es magnífico, pero este artículo es una obra de arte. Espero que nadie me desmienta, pues entonces tendré que volver a leerlo por quinta vez

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