¡Me cago en dios!

WillyToledo

Un golpe errado con el martillo me machaca un dedo: ¡Me cago en dios! El médico me diagnostica un cáncer de útero: ¡Me cago en la virgen santa! El jefe me anuncia que me despide: ¡Me cago en el copón bendito! Mi coche es el único entre los dieciocho de toda la calle que ha sido multado: ¡Me cago en todos los santos! El frigorífico, con seis años de antigüedad, deja de funcionar y no tiene arreglo: ¡Me cago en el cáliz!

Soy apóstata porque nunca he creído en dioses ni en diablos. Soy apóstata porque la Iglesia Católica aprovechaba mi bautismo involuntario para medrar en los Presupuestos Generales del Estado. Soy apóstata porque es mi opción personal basada en la libertad que la razón me concede. Soy apóstata porque considero que las religiones son rémoras para la civilización. Soy apóstata porque me lo exigen mis ovarios, ¡me cago en dios!

Desde mi más tierna infancia las exclamaciones abruptas ante situaciones adversas han formado parte de mi educación lingüística y sentimental. A las citadas en el primer párrafo, se pueden añadir como habituales otras del tipo ¡Me cago en tus muertos! o ¡Me cago en tu puta madre! dirigidas a personas con las cuales se discute o se mantienen desavenencias. Mi memoria no registra más que alguna tímida reacción por parte de alguna persona adulta cuando eran empleadas por jóvenes o niños: “Eres una malhablada” era el reproche más usual, cuando lo había, nunca un castigo.

Asentadas como expresiones malsonantes de uso público y generalizado, las exclamaciones forman parte del acervo cultural de cualquier pueblo o comunidad. He llegado incluso a escucharlas en boca de personas profundamente creyentes a la salida o entrada de misa y hasta en desfiles procesionales sin que el escándalo haya cobrado protagonismo alguno. Los baldones, tacos, insultos, vilipendios y agravios forman parte del vocabulario cotidiano con mayor o menor agresividad.

Durante el franquismo, este tipo de exabruptos con carga semántica religiosa, podían ser causa de graves consecuencias para quien los pronunciaba públicamente. Eran tiempos de nacionalcatolicismo, los tiempos en que un guardia civil te detenía por cagarte en dios al tiempo que te decía: “Esto lo vas a pagar caro, ¡me cago en dios!”. Eran tiempos en los que la Iglesia imponía su ideología y no había frontera entre el pecado y el delito.

Hoy estamos en 2018, siglo XXI, y llama siniestramente la atención que Willy Toledo sea detenido por cagarse en dios con orden judicial incluida. Y no sólo eso, sino que sea detenido veinte horas antes del plazo que el propio juez ha dado para que se presente a declarar. Una persona en España, en 2018, ha sido privada de libertad sin que haya condena por delito, una más que la Justicia ultraconservadora de este país encarcela porque así se lo dictan los poderes fácticos, en este caso una Asociación Española de Abogados Cristianos, ¡me cago en dios!

España tiene, al igual que en la Edad Media o que los países gobernados por religiosos fundamentalistas, presos por su posicionamiento político y presos por su posicionamiento religioso. La cosa se agrava cuando se comprueba que los exabruptos de Willy Toledo tienen su origen en una reacción ante la condena a la procesión reivindicativa del Coño Insumiso. Todo un rosario de despropósitos judiciales y represivos de un país en el que cagarse en dios no es blasfemia, sino que vuelve a ser delito.

5 comentarios el “¡Me cago en dios!

  1. Past dice:

    No lo he leído en ninguna parte, pero más de un creyente piensa que el castigo de la apostasía no puede ser otro que condenarte al cielo una temporada.

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  2. Frank Rivas dice:

    Desde luego,estáis para encerraros en Cienpozuelos!!!

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