Asistimos en estos tiempos de dudosa modernidad a un turbulento proceso dialéctico de descomposición individual, social y, en consecuencia, política. Niil novum sub sole. Desde Heráclito y Platón hasta Hegel o Adorno, se ha planteado la contraposición de las contradicciones a los conceptos de la tradición como el verdadero motor del cambio social, del progreso social. Es en este marco lógico-filosófico donde adquieren significación los apelativos políticos “conservador” y “progresista”.
Históricamente, el control sobre la población se ha ejercido a través de la comunicación de masas ejercida por personajes que no han dudado en utilizar los medios a su alcance para establecer sus verdades como únicas, infalibles, eternas, incuestionables e inalterables. Es lo que se conoce como adoctrinamiento, palabra que alude al conjunto de ideas, enseñanzas o principios defendidos por un movimiento religioso o político. También se aplica a la materia o ciencia que un docente enseña a sus discentes.
Cuando las ideas y los valores basados en las tradiciones distan tanto de la ciudadanía que se tornan estériles para controlar y manipular, para adoctrinar, sus defensores suelen optar por maquillarlos o imponerlos por la fuerza. El recurso más inmediato es la apelación al miedo, ejemplificado con hechos pretéritos, realidades ajenas o futuribles desgracias. Es lo que viene pasando a las derechas españolas que, sin renunciar a sus tradiciones franquistas, no dudan en airear fantasmas venezolanos, terrorismos propios o de importación y presuntos caos etéreos como los dioses.
Cuando las contradicciones afloran alejadas de un pensamiento dominante o, en el peor de los casos, único, la diversidad se dispara a discreción, produciendo el fuego cruzado víctimas entre las propias filas. Es lo que sucede hoy (¿siempre?) en las fuerzas progresistas españolas, ombligueras donde las haya, incapaces de renunciar a sus infinitas gamas de matices y tonalidades. Poner el acento en las diferencias, en lugar de hacerlo en las semejanzas, es lo que explica el yermo y árido panorama en el que se mueven las izquierdas, muchas, demasiadas.
Ante este panorama desolador, inútil e ineficaz para conservadores y progresistas, el ingenio hispano ha redescubierto la política de desguace. Esta política, tremendamente beneficiosa para los intereses conservadores, consiste en hacer funcionar las vetustas y obsoletas maquinarias partidistas recurriendo a piezas desgastadas, desechadas y arrumbadas por su fracaso funcional. Rescatadas de la chatarra, limpiadas y lubricadas convenientemente, se vuelven a encajar en los gripados motores y se ofrece el producto a la ciudadanía como nuevo.
Lo de Ciudadanos es todo un ejemplo de picaresca política al presentar su máquina, envejecida por ideas decimonónicas y profundamente conservadoras, extremistas en lo político y radicales en lo económico y social, como signo de renovación y falso progreso. Vista la talla, exigua y mezquina, de líderes y mentores como Arrimadas, Garicano, Villacís, Arcadi Espada o el propio Alberto Rivera, se han lanzado de cabeza al vertedero para rescatar al fracasado Manuel Valls y al frustrado Vargas Llosa para aquilatar su concurrido florero electoral. Ya lo hicieron con Toni Cantó y otras figuras medradoras de la rancia y antigua política. Nos venden el añejo coche conservador como nuevo y de importación.
En el desguace no dan abasto con las entradas de renqueantes piezas quemadas del Partido Popular. No obstante, la fidelidad de sus hooligans aún lo mantiene como fuerza política muy a tener en cuenta para posibles componendas de un hipotético gobierno de derechas que hará bueno para la ciudadanía el desastre sufrido con Rajoy y su banda de pillastres. Alberto Rivera no hará ascos (no lo hace en Madrid o en Andalucía) a la presencia de mafiosos en las instituciones, máxime si son él y sus valedores financieros y empresariales quienes se benefician.
Vean un ejemplo de desguace de un vehículo antes de que entre en funcionamiento pinchando aquí.
Qué símil más bien traído el del desguace aplicado a la política y a sus nuevas fuerzas emergentes, pero la mayoría no quieren abrir los ojos y prefieren seguir alimentándose del miedo. Me temo que todo va a seguir igual porque los votos sostienen a esos grandes «pillastres» y corruptos a los que tantos arropan.
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Así es, amigo.
Ya ves que en tu pueblo, como en toda España, hay quien se ofende y molesta cuando no se piensa como su dios manda.
La labor de los medios de comunicación es imbatible, como en su tiempo –y aún en estos que vivimos– fueron –y son– las religiones.
La sociedad, en general e históricamente, prefiere que le ofrezcan los modelos para pensar a ejercitar su derecho y obligación a pensar por sí misma.
Y así estamos.
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Lo malo es que pillastres los hay también en Pablemos,habrá que votar a VOX
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[…] a través de Política de desguace — apalabrado […]
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La noche me confunde…
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