…Y a Tony King, y a José Bretón, y al Rafita, y al Cuco, y al Chicle, y a todos los desalmados que cometen crímenes atroces sobre los que la Justicia se limita a aplicar sólo el Código Penal. He matado a Ana Julia Quezada con garrote vil y después la he empalado antes de arrojar sus restos a la hoguera. Desde que descubrí el beneficio que estas ejecuciones sumarísimas suponen para mi autoestima y mi ego social, me he convertido en una heroína sin superpoderes, una vengadora incansable, una justiciera sin capa, una verdugo sin caperuza.
Mi método es tan simple como eficaz: se produce un crimen, escucho durante días al jurado de Las mañanas de Ana Rosa y al de Espejo Público, contrasto las sentencias emitidas en otros tribunales mediáticos, tanteo los veredictos populares en las redes sociales, acopio argumentos y, cuando hay sentencia más o menos unánime, actúo. Gracias a estas ejecuciones soy un personaje que saborea con deleite un reconocimiento público que de otra forma no obtendría.
Desde que soy killer, me basta con plantarme en el bar o en la peluquería y vocear que habría que condenar a cadena perpetua al convicto de turno para levantar las alabanzas de los presentes. Si alguien ya lo ha dicho antes, digo que hay que matarlo o matarla. Siempre funciona y, a veces, al reconocimiento público se unen las recompensas de la consumición pagada por algún parroquiano o el peinado gratis a cuenta de la casa. Otros, como Mariano y Alberto, obtienen doble beneficio haciendo lo mismo que yo: distraen de sus políticas y amasan sustanciosos réditos electorales.
En el caso de Ana Julia Quezada, no me ha resultado tan fácil como en otros. Cuando llegué a la cola del súper, el caso del niño Gabriel entretenía a la cajera desde las nueve de la mañana y ya se había dicho casi todo.
—Que se pudra en la cárcel —me metí en la conversación.
—Eso mismo he dicho yo —la clienta que pagaba sonrió orgullosa y las otras asintieron con la cabeza.
—Habría que matarla —subí un peldaño en la escalera de la venganza.
—Lo que yo digo —un abuelo buscaba en su monedero el 0,25% de la subida de su pensión para pagar el pan y un cartón de leche—, deberían colgarla.
Estaba a punto de arrojar mi toalla vengadora, me sentía derrotada por haber llegado tarde a la compra, cuando ya estaba casi todo dicho a media mañana. No era la primera vez que me pasaba, pero sí la más complicada.
—La puta negra sudaca no tiene perdón de Dios —aposté.
—Los emigrantes se van a dar con nosotros —la cajera subió la puja conduciendo con su mirada las de todas las de la cola hacia la rumana que, apostada en la puerta, pedía algo para comer.
—Y para colmo, el padre es de Podemos —era mi última baza.
Media cola se lanzó en tromba a la novedad del dato, la otra media miraba al techo o al suelo en silencio. Había triunfado de nuevo. El Coletas recibió de lo lindo, Pedro Sánchez pilló repaso y Rajoy y Rivera tuvieron unos minutos de gloria y a buen seguro unos votos extras. Como era de esperar, nadie comentó las conciliadoras palabras de la madre de Gabriel pidiendo cordura.
La gente pide sangre, venganza, y nadie como yo para satisfacer a mi vecindario. Me llegó el turno de pagar y la cajera metió en una de las bolsas un par de bollos no contabilizados. Lo había vuelto a hacer: Yo también maté a Ana Julia Quezada.
Satisfecha, con el deber cumplido, voy a disfrutar un merecido descanso visionando la película La jauría humana.
Si en España hubiera una decena de personas escribiendo de esta manera, quizás podrían sentir alguna vergüenza esos tribunales mediáticos que reparten su día intentando distraer al personal…sin mala intención.
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Buena peli,si señor,diga usted que si.
Respecto a los asesinos en serie y violadores de nenes y nenas,mejor que se queden en la trena no sea que cuando salgan de ella otra vez,volverán a asesinar en serie y o a violar a nenes y nenas y eso no está nada bien.
Lo demás,sobra.
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