A la salida de la fábrica, con el puente por delante y los recibos pendientes de pago bajo los pliegues del pensamiento, Juana preguntó a Roberto qué haría durante el largo fin de semana. “Iré a la manifestación” –fue la respuesta, tan seca como espontánea–. “¿Y tú, vendrás?” –fue la pregunta que se quedó sin respuesta cuando ella le pidió fuego para encender el cigarro, ya a la altura de su coche con las llaves en la mano insinuando una despedida pactada por el uso cotidiano–.
A Juana le desataban los nervios los asuntos sindicales, rodeados de falsos Rolex, de fraudes y de gambas. Ella era de resolver por sí misma sus asuntos, de no señalarse, como le enseñaron sus padres, de no andar en políticas y de pensar lo justo para soñar despierta que era feliz. Acabada la jornada por la que cobraba escasamente dos tercios de lo que necesitaba para vivir, comenzaba la jornada por la que no cobraba, una jornada de lavadora, mercado, escoba, cacerolas y de torear las cuentas que ningún mes cuadraban, aun sumando el subsidio de su marido en paro forzado. “Sindicatos –pensó esperando el cambio a verde del semáforo–, ellos van a lo suyo, no hacen nada por los trabajadores. Por culpa de ellos cobro la miseria que me pagan”. El verde y un claxon con prisas abortaron sus pensamientos hasta que llegó a casa.
Roberto había quedado con otros compañeros para preparar pancartas, reivindicativas y pobres, con trozos de viejas sábanas. Llevaban ya cuatro años reivindicando, en la fábrica y en la calle, un sindicalismo de clase a la vieja usanza porque no estaban de acuerdo con la clase de sindicatos que funcionaban en las últimas décadas compartiendo mantel, mesa y subvenciones con gobiernos y patronales, alejados de los afiliados y de la militancia. La estrategia de las pancartas, escritas con la tinta de la necesidad y el pincel de la conciencia, fue desde primera hora criticada y despreciada por los dirigentes sindicales. Pero habían creado escuela y el año pasado eran ya más de una docena las que se agitaban ante el escenario acompañadas por abucheos de los asistentes hacia los secretarios generales que hacían discursos de cubrir expedientes, aplaudidos y coreados por la corte de liberados que completaban la foto sobre la tarima.
El domingo, casualidades forzosas en ciudades pequeñas, coincidieron en el mismo bar a la hora de las cañas, Juana con su marido y su hijo, Roberto con tres compañeros de pancarta. “¿Qué tal la manifestación?” –preguntó el marido como quien pregunta por un partido de fútbol o por una gripe a destiempo, para entablar conversación–. “Poca gente para el paro que hay, muy poca para lo mucho que se trabaja y lo mal que se paga” –dejó caer el preguntado con un tono de tristeza sazonado con muchos granos de rabia–. Se hizo un minuto de silencio ante la presencia del camarero que descargaba ante ellos vasos de cerveza, una Fanta y un par de platos con tapas.
–¿Y qué quieres? –volvió la charla desde la boca del marido de Juana– No pretenderás que le hagamos el juego a la pandilla de sindicalistas que han estafado con los cursos de formación, los EREs y todas esas gaitas…
–No, hombre, no –respondió Roberto con cierta desgana–. Siempre será mejor hacerle el juego al gobierno que facilitó a tu jefe vuestro despido para contratar a tres por el precio de uno y al jefe de tu mujer que nos ha reducido el salario y aumentado la jornada.
Sólo el niño se atrevió a probar las tapas. Los mayores habían perdido el apetito de pronto y Juana sintió cómo la culpa de sus desdichas cambiaba de bando.
Creo que describes muy bien las sombras de un mundo sindical que, desde hace muchos años, se ha alejado de los trabajadores de la pequeña empresa para dedicarse únicamente a la defensa de las plantillas de las grandes fábricas y multinacionales. Los tres dependientes de la tienda de zapatos -es un ejemplo al que recurro- están totalmente desprotegidos, por no decir abandonados.
Salud
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Creo que en este culebrón hay algo de pescadilla que se muerde la cola. A mediados de los 90 se puso de «moda» dar de lado a los sindicatos por parte de los trabajadores y no sé si fue en ese momento que los sindicatos dieron la espalda a la cuestión laboral para centrarse en las cuestiones de gestión de la formación y de las subvenciones. Desde entonces, se abrió un abismo entre los delegados sindicales de las pequeñas y medianas empresas y los cuadros directivos de los aparatos sindicales que ha ido haciéndose más profunda cada vez.
Salud
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Muy de acuerdo,pero hay que puntualizar que España ha ido iendo mal desde hace 330 años,« o más»!!!…
Se necesita un tejido empresarial potente y avanzado al estilo de Holanda,Dinamarca,Suecia,Suiza y etc. y que no sean «empresarios de pelotazo»
Un sistema político decente y competente y con valores humanos que al mismo tiempo,trabaje para los intereses generales de la sociedad y no sólo de la banca y patronal.
Es una increíble vergüenza el estado en el que nos encontramos,un país en estado de completa descomposición y desintegración.
Siento ser pesimista pero sería un milagro que saliéramos de esta.
Para cuándo una ley anti usura con sanciones fortísimas a los perpetradores y etc,etc,etc..
Por lo menos,el PP negrero del Mississippi ya no tendrá mayoría absoluta de rodillo de tungsteno a no ser que se alíen con Ciudadanos y nada cambie al fin.
Jamás hubiera sospechado que después de estos cuarenta años acabaríamos así.
Shame…
« Do not go gentle into that good night
Old age should burn and rave at close of day
Rage,rage against the dying of the light
Though wise men at their end
Know dark is right
Because their words had forked
No lighting they
Do not go gentle into that good night
Rage,rage against the dying of the light »
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Estamos en España y, para mayor desgracia, el país está lleno de españoles y españolas.
Salud
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