No dicen los Evangelios que Jesús fuese negro africano, por eso Abdul hizo su viaje triunfal, desde Ceuta hasta Algeciras, sin borrico ni asno. Llegando a Ceuta, saltó un espinoso vallado de concertinas fuertemente vigilado y comprendió que el paraíso era una quimera como los dioses de que le habían hablado. Tampoco Abdul era judío, ni rey, ni potentado, y hubo de conformarse con compartir barcaza junto a otros doce que con él habían cruzado guerras, hambrunas, desiertos y, por último, el Mediterráneo. Era Domingo de Ramos.
Nadie, en la playa de Algeciras, lo recibió echando ramas de olivo a su paso, ni mucho menos salmos le cantaron. Apenas probada el agua y cubierto con la manta que voluntarios de Cruz Roja le acercaron, dos guardias de verde ataviados lo condujeron al CIE de Piñera en un coche blindado. No intervino ningún Judas ni treinta monedas de plata circularon: el color de su piel y su origen bastaron para arrestarlo. Era Domingo de Ramos.
Lunes y Martes Santos permaneció recluido y aislado, no le permitieron asistir siquiera al templo, convertidos todos, en esos días, en mercados fariseos de sepulcros blanqueados. Al día siguiente recibió visita de galeno y letrado mientras, en la calle, la gente señalaba a Abdul como causante de robos, agresiones y de la falta de trabajo. Uno atendió sus heridas y el otro prometió estudiar su caso en la tarde del Miércoles Santo.
El Jueves, día de recogimiento y oración, pero también de fiesta y boato, cena especial les prepararon y, ante la burla de los guardias, los trece cenaron. Transcurrió la mañana y la tarde sin noticias del abogado y ningún papel oficial tenían cuando el sol a la luna dio paso. En un último intento de aliviar su estado, a Jeová, Allah y Yahvé entre los trece rezaron. Escucharon la lechuza de un huerto cercano y tuvieron la certeza de que ninguno de sus dioses los había escuchado en la noche del Jueves Santo.
Gente del pueblo, gente con alma, pedían con pancartas que fuesen liberados porque era tradición de Pascua indultar a un condenado. Entre Abdul o políticos sentenciados dio a escoger al pueblo Poncio Pilatos para perdonar o condenarlos. El gentío, a pan y circo acostumbrado, se pronunció por mayoría indultando a los políticos y al más débil condenando. A las tres de la tarde, se cumplió la sentencia y fue golpeado, insultado y deportado el Viernes Santo.
El pueblo pidió leyes para castigar a los inmigrados y se encontró con que Herodes a todos había amordazado. Prohibidas las protestas, castigado el desahogo y reprimido el llanto, sólo se les permitía expresar su ira y su dolor rezando. Y así lo hicieron, ante los desmanes de mercaderes, políticos y bancos, con escasa convicción y nulos resultados. Invocar la justicia, fuese humana o divina, era esperar un milagro que no se produjo el Sábado Santo.
Al tercer día, en las costas de Melilla, en cayuco desvencijado, de nuevo embarcó Abdul su negro cuerpo maltratado, llegando hasta Motril como un Mesías retornado. Otra vez sin papeles, ante un indiferente pueblo, guardias civiles de uniforme le apresaron. Vuelta a los calabozos, a los juicios sumarios, a los insultos y las sospechas, al maldecir insolidario. Abdul era pobre, y negro, y extraño, por eso repitió su calvario en un Domingo que dejó de ser Santo.
A buen entendedor…….tú artículo lo dice todo
Salud
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Parece que has rescatado esta prosa rimada para algún evangelio apócrifo reciente. Tiene su mérito.
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Podrían ir por ahí los tiros para sacudir la conciencia y el adocenamiento cofrade que nos invade.
Salud
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Una vez más fiel reflejo de la realidad. Enhorabuena y gracias por estas reflexiones tan necesarias.
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Gracias a ti por leer y por pensar
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Toda una parábola del siglo XXI… y con rima escondida. Enhorabuena y a seguir luchando.
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A buen entendedor… En ello estamos.
Salud
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África,1.000.000.000 de habitantes…
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Y de pobres en el mundo, algún cero más.
Salud
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Eso nos da 10.000.000.000 de pobres…
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