Tra(d)iciones

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Las tradiciones son prácticas sociales fedatarias de hitos históricos y sustancia educadora de los pueblos. En cualquier debate sobre ellas, las posiciones se toman en función de visiones personales que con frecuencia eluden su naturaleza, sus intenciones o su pertinencia en la historia del presente. Apelar a su papel docente ofrece argumentos proclives y contrarios que cada cual moldea a conveniencia y conciencia según le vaya la fiesta.

Un ejemplo de dialética de la tradición son los festejos populares donde se utiliza a los animales como involuntarios protagonistas de las pulsiones ancestrales que llevan al ser humano a solazarse con la sangre y la muerte. Hay quien está a favor. Hay quien está en contra. Hay a quien le da igual. Y hay, mientras tanto, quien es educado en la supremacía de una especie sobre otra basada en la capacidad ritual de decidir sobre la vida, de administrar la muerte.

Las tradiciones son menos propicias para el debate social cuando están exentas de desagrado o se basan en la fómula del placer y el deleite. Sucede esto con la tradición de los Reyes Magos, de naturaleza religiosa e intención doctrinal en su origen, que se ha ido adaptado a la realidad de cada tiempo. Hoy, en fiera competencia con tradiciones importadas, la intención predominante de los Reyes y de todo el entorno navideño es, socialmente, mercantil y consumista.

Esta tradición religiosa navega en el mar de la historia que se torna ambigua en aguas mitológicas, por lo que el presunto hito histórico queda devaluado. Pero, como toda tradición, la fiesta de los Magos cuenta con un poso educador que la lleva a parecer una de las mayores traiciones sociales. De forma alegre, tal vez inocentemente, porque así lo marca la tradición, se está educando a la infancia en la mentira, en la ilusión artificial, en la evasión de la realidad. Es la pedagogía del engaño que, en edad adulta, se practicará a veces como cosa natural.

El engaño es doble. A la irrealidad de sus majestades se superponen los camellos publicitarios que bombardean las frágiles mentes infantiles para que pidan, o exijan en algunos casos, tal o cual producto para una noche de falacias y ficciones. Los adultos acuden a esquinas y callejones comerciales para adquirir la dosis lúdica que calme la ansiedad infantil producida por el marketing navideño. El ritual termina cuando el niño aprueba el triunfo, mutado en deseo, del fabricante que le ha embaucado.

De mayores, esos niños asumirán que los políticos atienden sus deseos en la medida de falsas posibilidades. Comprenderán que jueguen con sus ilusiones y necesidades en la forma que los etéreos mercados decidan. Acatarán las frustraciones envueltas en papel de regalo y se arrepentirán de haber sido malos sin haberlo sido. Aceptarán la cruda realidad de que los gobernantes no son magos y rechazarán su propia responsabilidad en el engaño.

Como una tradición, el gobierno vuelve, por tercer año consecutivo, a decir que éste es el año de la recuperación y a prometer 800.000 puestos de “trabajo”. Como una tradición, vuelven a repetir que la economía va bien a quienes no disponen de comida y luz garantizadas. Como una tradición, vuelven a proclamar que ellos combaten la corrupción como nadie. Como una traición, un buen número de ciudadanos, con asombrosa inocencia infantil aún, volverán a votarlos.

12 comentarios el “Tra(d)iciones

  1. De acuerdo en casi todo. Es cierto que la tradición de los Reyes se ha convertido en una excusa consumista más, pero no creo que el hecho de que los niños crean que unos seres mágicos les traen regalos contribuya a crear adultos poco menos que estúpidos. La mente infantil se estimula con toda clase de fantasías y personajes de cuento, y en mi opinión es bueno que sea así. Ya tendrán tiempo de vivir única y exclusivamente por y para la gris realidad.
    Saludos.

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    • Verbarte dice:

      Nada que ver tiene la tradición de los reyes con el universo mágico imprescindible para la infancia y para los adultos. Más bien es uno más de los soportes ideológicos de una religión que utiliza el chantaje emocional para perpetuarse socialmente. Los cuentos retienen la magia incluso cuando se explica a los niños que son cuentos, cosa que no sucede en el caso que nos ocupa.

      La realidad necesita color, de acuerdo, pero esto no quita que sean las propias personas las que lo elijan libremente y conozcan toda la paleta cromática sabiendo siempre que el color es algo agradable pero independiente del pincel y el lienzo. La ilusión que se abandona una vez que se conoce su funcionamiento es, simplemente, mentira.

      Salud

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  2. Carmen dice:

    Cuanta razón!

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  3. felix dice:

    Discrepo contigo en que los políticos, al menos una parte de los españoles, no sean magos.
    Nada por aquí, nada por allí y…me llevo dos.
    En cuanto a la ciudadanía de acuerdo totalmente, con la tradición «luego vas y los votas! y eso hacen, al menos los de azul.
    Salud

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    • Verbarte dice:

      La virtud del mago consiste en que el truco sea imperceptible a los ojos de los demás. Los políticos que mencionas no pueden resistir la tentación de que todo el mundo vea sus tretas y estafas.

      Entre los de azul y los usurpadores del rojo, apenas hay diferencias en los modos de mentir y estafar, como tampoco lo hay entre sus votantes que, hasta ahora, se han intercambiado en un número nada despreciable que ha otorgado mayorías a los unos y a los otros.

      Salud

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  4. icástico dice:

    En efecto. El síndrome de Estocolmo lleva camino de convertirse en una tra(d)ición (del inconsciente, en los dos sentidos; de quien no se percata del alcance de sus actos o de quien está privado de sentido…o ambas cosas juntas)

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